Ha muerto Iván Fandiño. Se nos olvida que, cuando un hombre en traje de luces pisa el albero de una plaza, va a medirse con un animal irracional e impredecible. El trayecto entre la vida y la muerte es un gesto, y en el cuello de un toro palpita la fuerza de un titán. Si fuéramos conscientes de esto, nadie pitaría en las corridas, nadie mugiría consignas antitaurinas en las redes sociales, nadie desearía la muerte a quien cada tarde tanto frecuenta su frontera.
Inútil es esgrimir argumentos a favor o en contra de las corridas de toros, porque esa discusión es impermeable al pensamiento lógico. Hunde sus raíces en el fermento de nuestros orígenes. El duelo a capa y espada con un toro nos retrotrae a ese preciso instante en que el ser humano se irguió sobre sus patas traseras y con las manos ya libres construyó herramientas para defenderse de las bestias, arar la tierra y construir un techo donde guarecerse. Ese preciso instante, el del nacimiento de la cultura, en que el caos del mundo adquirió un orden ante los ojos asombrados de los primeros hombres. A partir de entonces podrían actuar sobre la naturaleza, domar sus mecanismos, adaptar sus compases a su antojo, someter su ímpetu, dominar su impredecibilidad. Cada paso ganado a la tierra, sin embargo, con frecuencia se cobraría una ofrenda de sangre. Nuestros antepasados conocían ese fin último de las cosas, algo que parecemos obviar en esta época aséptica e infantil.
Cada paso ganado a la tierra, sin embargo, con frecuencia se cobraría una ofrenda de sangre.
En la plaza de Las Ventas, sin embargo, dos hombres parecen decididos a paliar esta carencia. Simón Casas, nuevo gestor del coso madrileño junto a su socio Rafael García Garrido, y Fernando Sánchez Dragó, director del gran proyecto cultural con que Casas pretende dotarlo, convertirán Las Ventas en un centro de cultura permanente. No sólo taurina, sino general; no sólo durante la temporada de toros, sino todos los días del año. A partir de septiembre, en sus instalaciones habrá exposiciones, proyecciones cinematográficas, ciclos de conferencias, baile de salón, encuentros con la intelectualidad, presentaciones de libros, conciertos de música y representaciones de teatro. Aseguran, incluso, que recuperarán las veladas nocturnas de boxeo que en los años sesenta congregaban a miles de personas en la plaza.
Como prueba de que hoy, más que nunca, la lidia del toro es una expresión cultural accesible a cualquier público independientemente de sensibilidades, de ideologías o de extracciones sociales, Dragó y Casas aportan la nutrida selección de personalidades de la cultura, de la política y de la sociedad que han aceptado la invitación del escritor para ver a su lado las corridas de San Isidro desde el callejón: intelectuales como Fernando Savater, Javier Gomá, Antonio García-Trevijano, el Marqués de Tamarón, Luis Alberto de Cuenca, Juan Luis Arsuaga, Arcadi Espada, Cayetana Álvarez de Toledo y Alicia Mariño; figuras del periodismo como Pedro J. Ramírez, Antonio Fernández-Galiano, Anna Grau, Esther Jaén, Jorge Bustos, Rosa Belmonte, Ayanta Barilli, Elia Rodríguez, Emilia Landaluce, Ángela Vallvey y Mariló Montero; gentes del cine, la música y el espectáculo como José Luis Garci, Albert Boadella, Andrés Calamaro y Jorge Sanz; políticos como Cristina Alberdi, Miguel Durán, Andrea Levy, Antonio Miguel Carmona y Santiago Abascal; artistas y galeristas como Eduardo Arroyo, Antonio de Suñer y Alfonso Rey; representantes de la sociedad como Carmen Martínez-Bordiú y Cayetano Martínez de Irujo; incluso el torero Morante de la Puebla, que acudió al burladero días antes de su participación en la I Corrida de la Cultura tras años sin torear en Madrid, poniendo así el broche a más de un mes de festejos.
Hoy, más que nunca, la lidia del toro es una expresión cultural accesible a cualquier público independientemente de sensibilidades, de ideologías o de extracciones sociales
Minutos después de salir esa tarde de toros y cultura en Las Ventas, saltaba la noticia de la muerte del torero vasco en Aire-Sur-l’Adour, y hoy ya no se puede hablar del ámbito taurino si no es en clave de Fandiño para rendirle el homenaje sólo reservado a los héroes. Al fin y al cabo, la función del héroe es la de poner en contacto lo sagrado con lo mundano, trascender la carne, crear belleza y dar ejemplo. En la punta del estoque detenido en el silencio expectante de una plaza abarrotada hay millones de años de lucha de la humanidad contra su destino, y a sólo unos centímetros de distancia, aparentemente humillada, la naturaleza, cuyo curso insobornable es la muerte, nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia. Eso es cultura. Conviene no olvidarlo.