A Morante de la Puebla hacía tiempo que parecía que le sobraba todo. Había eliminado hasta los golpes de la chaquetilla. Despejado su concepto de la orfebrería, iniciaba el camino de la naturalidad. Atrás quedaba la electricidad, la explosión de juventud, tan exuberante. Una especie de mesías de la expresión. Las dos últimas temporadas, sin embargo, había evolucionado.
Se le caía el mechón y el muletazo era un bloque, iniciado desde el pecho, un poco con el perfil, empujando con todo el cuerpo desplegado. El camino se convirtió sin embargo en una cuesta abajo, de lo natural pasó a la facilidad y de la facilidad al aburrimiento: Morante, posiblemente el mejor torero de la historia, ha anunciado este domingo por la noche su retirada del toreo por tiempo indefinido, en la temporada en la que cumplía 20 años de alternativa.
"Estoy aburrido del sistema", ha explicado a Álvaro Acevedo, el periodista sevillano que contó la primicia de su adiós. "Los veterinarios y los presidentes me han hartado, el toro es demasiado grande para el toreo de arte", ha señalado el matador. Esas palabras suenan a excusa porque si ha habido un torero que ha cuidado más su apariciones en las plazas importantes, donde sale el toro más ofensivo, grande, ha sido él. Rematan la relación con la afición, que en los últimos tiempos había organizado una revolución ante su figura. Lo cierto es que Morante de la Puebla, salvo en sus partidarios, los profesionales y la crítica, no había terminado de calar en el público general y en ese aficionado sin paciencia, terco, que también tiene derecho a expresarse, claro. Siendo el mejor, único, no habrá otro igual, Morante no ha llegado a reinar.
La retirada anunciada el domingo es la tercera de su carrera. La primera ocurrió en 2004. Un trastorno de la personalidad lo llevó a una clínica siquiátrica en Miami, donde fue tratado con electroshock. De aquellos días queda la imagen de un Morante delgado, con la cara afilada, una fotografía en la enciclopedia al lado de la palabra sevillanía. Marcada siempre su personalidad desde el primer momento.
Volvió a los ruedos arrebatado, con más profundidad, incipiente el cambio físico. En 2007 volvió a desaparecer. Apoderado por Rafael de Paula, había mucho que organizar fuera de los ruedos. Reapareció junto a El Pana en México y juntos volaron a España ese invierno para torear un mano a mano.
A partir de ahí su trayectoria ha sido inigualable, por diversa, tomando una dimensión inalcanzable. Las verónicas en Madrid en 2009, el toro de Juan Pedro con el verde botella y azabache en La Maestranza, la faena a Cacareo en Bilbao, esa forma de poderle a un victorino con el capote en Sevilla, el rabo de Córdoba, la despedida de Barcelona, aquellas primaveras adelantadas en Valencia, la media con la muleta al cuvillo hace un año, espontánea, el muletazo tan redondo y hondo con la mano derecha ese día. Casi nadie ha toreado tan bien tantas veces, nadie lo ha hecho mejor con el capote que él. Pasó de la tensión física, y poderle a todos los toros, a la dejadez, unida a la mala suerte en los sorteos: "no le embiste ni uno", se ha dicho siempre en los corrillos.
En esa circunstancia algo habrá tenido que ver su forma de afrontar las tardes y la cuadrilla, descompensada, unida más por la amistad que la eficacia. Las broncas, cada vez más frecuentes, lo han ido hipotecando en una época en la que la regularidad del resto ha impuesto una serie de rutinas que jamás él ha asumido. Morante ha sido puente entre el toreo concebido como una expresión, una filosofía de vida, y esas formas atléticas y técnicamente despiadadas de este siglo. Jamás un torero artista había sido considerado figurón del toreo y se ha visto solo ante esa forma de entender la tauromaquia, cercenando, a veces, su propia magnitud cualquier intento de otro matador en ese aire: siempre era visto como un imitador.
Su relación con Sevilla ha sido además complicada. Surgido como de la tierra, ídolo en La Puebla, casi alcalde por delegación, en la capital andaluza nunca ha terminado de asentarse su figura como sí hizo Curro Romero. La comparación ha sido constante siempre, cuando ni siquiera se sostiene el debate cinco minutos. Es curioso que en su época Manzanares, El Cid o incluso Salvador Cortés hayan sido toreros más queridos en La Maestranza. Un fenómeno sociológico extremo: nunca Higuaín sería mejor futbolista en Argentina que Messi. Eso está ocurriendo ahora mismo en esa ciudad.
Y la relación con la empresa ha sido siempre turbulenta: tuvo que ir a tomar la alternativa a Burgos, sacando del pueblo a todos sus paisanos, hobbits por encima de Despeñaperros, y formó parte del pulso de las figuras a Pagés. En los dos últimos años ha querido reconciliarse y, aunque ha parecido forzado por ambas partes, público y él, casi lo consigue. Sus apariciones vestido de calle han marcado tanto como sus actuaciones. Llegó a disfrazarse de lince para promocionar el toreo entre niños. "El torero es una especie en extinción", qué melena la de aquel día.
La gestión de su imagen, la estrategia de las diferentes campañas, tan cambiante, esta temporada que no iba por buen camino. No había cuajado ni un toro en una plaza importante. Ya no sólo era el resultado, también la sensación. Illescas queda lejos. Estuvo serio en Sevilla. Poco más. Fue bochornoso lo de Madrid, con todo a favor, un petardo tapado por la muerte de Fandiño. Se va sin abrir de luces la Puerta Grande. Este periódico ha intentado contactar sin éxito con él. Su mozo de espadas ha mandado a EL ESPAÑOL "a estudiar" un portal taurino. El entorno, ese reflejo de los matadores, también ha influido en el vaivén de su trayectoria.
El domingo, a las ocho de la tarde, hizo el paseíllo junto a El Juli en El Puerto descontado los pasos. Era una tarde preparada para compartirla con Pepe Luis, matador retirado al que ha acogido y empujado durante los últimos meses, ansioso por tener alguien que lo acompañase por esa senda. A lo mejor tenía ya marcada la fecha. De la indiferencia de San Sebastián, al hundimiento de la última tarde, Morante, el mejor torero del mundo, el icono al que agarrarse en una época de fotocopias, de matadores separados por milímetros, sin la presencia de José Tomás, cuando lo cursi parece imponer su dictadura, el último genio, se ha ido por la gatera, con tres broncas encima y un compañero al lado con un rabo. La pregunta se ha hecho, desgraciadamente, realidad. En este escenario apocalíptico, ¿ahora qué?