Diego, de Alcázar de San Juan, tenía 33 años cuando su ojo se tragó cinco centímetros de punzón mientras trabajaba. “Ocurrió pegándole un bocao a unas pletinas. Me atravesó el ojo derecho”, cuenta desde la distancia de un manos libres. La velocidad ahoga su voz. “Tuve buena suerte”, se le escucha. “El punzón se clavó en el hueso, dio en el nervio óptico y giró. El médico me dijo que era muy raro. En una zona tan blanda podría haber ocurrido cualquier cosa”, recuerda por encima de la voz de sus hijos.
Ocurrió en marzo de 2014. Era soldador ferrallista y ha tenido que retirarse. “Estoy en un proceso judicial contra la empresa por falta de seguridad laboral”, resume con tranquilidad, resignado a su vida de discapacitado. Tres años antes vio como un toro le partía la cara a Padilla en el ruedo de Zaragoza. “Tuvo mala suerte”, igual que él.
Las imágenes del torero de pie en Zaragoza con el rostro convertido en puzle, sujetándose las piezas con las manos, rebotaron en todo el mundo. “La cogida me impactó mucho”. Quienes estaban en la unidad móvil de Canal Plus ese día tuvieron que salir a tomar aire. Diego acudió a Urgencias con una oscuridad perenne. “Pasé por dos clínicas que no me quisieron tocar por la gravedad de la herida. Me trasladaron a la Fundación Jiménez Díaz, que fue donde me extrajeron el pico de punzón que se me quedó dentro”.
Aficionado a los toros, “me gusta El Cid, Ureña y Curro Romero, ahora con nuestro hijo recorremos prácticamente toda la geografía para ver a Curro Díaz, y también Aníbal Ruiz, matador retirado de mi pueblo”, es partidario de Padilla desde siempre, “me gustaba su forma de torear”, la cornada hizo que se fijara más en él, “que siga toreando es para tenerlo en cuenta”, y el accidente lo conecta directamente con el jerezano. “Es un ejemplo de superación. Tiene fuerza, valor y poder. No hay que rendirse nunca”, cita de manera automática los valores, el diseño que hace del matador en su cabeza, el armazón donde se apoya.
Ahora, desde que tuvo que dejar su oficio, está en paro. “Tengo varias limitaciones. Sólo puedo realizar trabajos pasivos. Hay una asociación que me avisa y trabajo de vez en cuando”. Padilla pone banderillas. "Increíble".
-¿Y el día a día?
-Me sigo chocando en casa con los muebles, me cuesta echar agua en los vasos. Ahora por fin conduzco un poco.
-¿Cómo es capaz Padilla de torear?
-No lo sé. Es imposible.
Una tarde coincidió con el ídolo. “Pertenezco al personal de la plaza de toros de Alcázar. Ese día me acerqué al patio de cuadrillas para saludar a Padilla y le conté mi historia. Él fue muy amable. Me dijo que hay que tirar para delante y luchar”.
En la simetría del resultado de las lesiones hay otro punto en común. “Compartimos oftalmóloga”, habla de la doctora Laiseca, que está en el equipo que ha interpretado el manual de instrucciones del parte médico del torero. “Ella cree que lo mío es un milagro, muy raro”, señala orgulloso de la gravedad de lo suyo. La inocencia de haber salvado ese laberinto.
Los dos hijos pequeños que tiene se lo toman con naturalidad. “Cuando me ven quitarme la prótesis, lavarla, porque requiere unos cuidados, me preguntan si pueden hacerlo ellos también. Alguna vez he tenido que utilizar parche y ellos quieren tenerlo”. Diego sonríe en las fotos. Padilla ha sido este año líder del escalafón. “’No, vosotros no podéis’, les digo”.
A Diego le preocupan los antitaurinos. No hay un atisbo de ironía. Siente que lo pueden insultar por lo que le pasó. "¿Sale en el periódico? Es que los comentarios luego...". Desde el momento en el que puso un pie de nuevo en la arena, el matador esquivó insultos y acuñó el lema “el sufrimiento es parte de la gloria”. La depresión, la llegada de un siquiatra, la llamada de Matilla, el primer entrenamiento y la reaparición son los capítulos de la serie que nadie filmará.
Cinco años después de la tarde de Olivenza la retirada del matador lo ha cogido por sorpresa a Diego. “El sábado le enseñé el dibujo a mi mujer”, habla de su primer tatuaje.
La consigna rodea al matador colocado para entrar a matar, de frente. “Sabía que había una rueda de prensa convocada para el viernes. Escuché que lo mismo se retiraba”. El lunes había pedido cita con el tatuador. “Mi mujer me dijo que me lo regalaba. Es algo muy especial para mí. Me lo tenía que hacer”, dice convencido.
No hay culminación, pasaje inesperado, ninguna sorpresa. El resultado tiene un aire siniestro, oscuro, y simboliza lo contrario. Padilla queda tatuado en uno de sus gemelos como amuleto, espejo o luz, una ventana falsa, la misma semana en la que anunció que se iba. “Fue de casualidad. Mi cita estaba planeada antes”.
Tampoco hubo nada extraño en el Hotel Colón. Padilla se sentó y habló de su retirada. "No me echa el toro, me voy yo". El inicio del final de una de las trayectorias más raras del toreo, sólo posible con los quirófanos de este siglo. Padilla por fin respira un poco: 2018 será un año especial para Diego. “Vamos a ir varias plazas a acompañarlo. Estamos con él a muerte”.