Alberto Aguilar ha pasado las últimas cuatro temporadas matando corridas enormes en las salas de despiece del toreo mientras guardaba un secreto: no le respondía el nervio poplíteo. “Tiene afectado el nervio peroneo y actúa levantando los dedos y el pie hacia arriba, cuando andamos normalmente necesitamos propulsión y ahí es fundamental”, explica el traumatólogo Enrique Gómez Barrena, jefe de la unidad de rodilla del servicio de cirugía ortopédica y traumatología del hospital La Paz de Madrid. “Apoya y aunque propulse no corrige luego levantando el pie. Es una lesión muy grave”. El pie le cuelga, vacío, sin músculo, caduco. La cirugía proyectada a final de temporada, “artrodesis”, para apuntalar la articulación, “la fija”, echa a Aguilar de los ruedos 12 años después de tomar la alternativa justo cuando le había tomado el pulso a dormir sobre fieras, un faquir sin estridencias.
Hace dos décadas se asomó al Batán, en la vorágine de los 90. Gregorio Sánchez comandaba el oasis del torero que Madrid esconde en la Casa de Campo. La nave, la superficie lisa entre pinos, la pequeña plaza, los toros de San Isidro mugiendo al lado. Las efigies de Joselito, Fundi y Bote. Torear era obligado. El miércoles un aire siberiano golpea el complejo decadente. Los hierros pintados de negro en los corrales son como medallas perdidas en la burocracia y la pereza. En los corrales bala una oveja. Aguilar aparece en un Audi A6 con gafas de sol, gorro polar, bragas y sudadera y mallas. Lo siguen andando Esaú y Jorge Isiegas. En la chapa rebotan los sonidos de los naturales sin toro, el aire expulsado, las erupciones del yoga ibérico. Los pupitres están encajados. Un toro enorme rodea a un chaval.
El matador mantiene la chulería de Tú solo. El barniz de aquella época se le nota en los remolinos del pelo, en la actitud cuando escucha, en las respuestas directas. Mira a los ojos, mide, sonríe escondiendo algo. La pandilla buscavidas ya es adulta. Aguilar cumple este año sólo 32. El miedo ha despejado el camino del hombre contemporáneo angustiado. Los toreros no tienen tiempo para crisis, eligen sus responsabilidades, mantienen familias con la muerte. Esaú da balonazos a discreción y el balón se pasea entre las escenas lentísimas y repetitivas. El balón se queda en el capote de Menés, que lo devuelve. Aguilar observa la acción. Detrás, la frase mítica que ha rebotado por todas las escuelas de España sigue brillando, un baño de realidad, el último tablón sin termitas de un barco encallado.
¿Por qué ha decidido retirarse?
Por la lesión que arrastro desde el percance de Cali en 2013. La cornada me atravesó el gemelo y me dañó el nervio poplíteo. Al volver a España me intervinieron por cuarta vez para trasladarme un tendón que había aquí [se señala la pierna] al empeine. El objetivo era dejar el pie en 90 grados, que hasta entonces lo tenía equino. No lo controlas, no tiene nervio y se queda colgando, como los caballos. Va a así [enseña la mano dejando colgar la muñeca]. Esta operación me permitió torear todo este tiempo. La verdad es que me tendría que haber quitado antes. La transposición me permitió seguir toreando. Pero hay un problema. Al no haber nervio el pie se duerme desde la mitad a los dedos. Los músculos no trabajan y se atrofian. Se quedan… No hay músculos. He perdido toda la masa muscular, no hay ninguna. El pie está muerto, se cae, está muerto. El talón está más o menos a 90 grados pero el resto se baja así [vuelve a hacer el gesto de la mano]. La nueva operación servirá para levantar el pie dejándolo rígido definitivamente. Es muy delicada.
Y le obliga a la retirada
Sí. Así no puedo torear. Podría ser. Pero de momento se queda en la operación, hasta ahí. Ya iré viendo si puedo o no.
Cuando ocurrió, ¿sabía que era tan grave?
Los médicos le dijeron a Antonio Vázquez que ya no podía torear más. A mí no me lo dijo hasta el año siguiente. Imagínate su situación: el primer año que me apoderaba, la primera corrida a la que me acompañó, y que le dijeran eso pues era una putada. Al llegar a España me hicieron la transposición del tendón y la rehabilitación fue dura, con altos y bajos. Muy durita.
¿Ha sentido que le han tratado injustamente sin saber la lesión que tenía?
No lo quise decir. La gente no tiene porqué saberlo. Soy torero y sé a lo que me expongo. Los toros hacen daño, claro que hacen daño. Cada uno es cada uno, de todas formas. Soy torero y la gente que va a verme a la plaza no va con la pena, a decir “pobrecito”. Me voy a poner delante del toro igual que se ponen mis compañeros. Sabía que era capaz de superar eso con mi oficio y valor. Coño, que lo he superado. Nadie se ha dado cuenta. Estoy contento por cómo se han hecho las cosas.
Y en el ruedo, ¿ha habido tardes en las que ha pensado en que si no existiera la lesión habría estado mejor?
Hombre, claro. A veces. He tenido que cambiar la forma de andar otra vez. No tengo la misma movilidad que tienes tú. U otros compañeros. Algo bien habré hecho, ¿no? Soy buen actor. No quiero que me valoren por tener una lesión: no quiero que la gente sienta pena al verme.
Compasión más que pena.
No, y pena. Aquí hay muchos que da..mos pena. Y pena no quiero dar. Tomé esa decisión para no dar pena. Ahora lo he dicho: “Señores, tengo esto y no puedo torear”. Este va a ser mi último año y ahí está.
¿Por qué lo ha anunciado a principio de temporada? ¿Cree que alguien le puede echar en cara entrar en algunos carteles por esta circunstancia?
¿Si entro en carteles buenos? Pues ojalá. Ojalá. Te lo digo de verdad. Nunca me he quitado de un sitio, ni he dejado de ir a otros por las corridas ni nada. He toreado en Cenicientos, he toreado en Ceret siete u ocho tardes, en Vic, que echan el toro más grande que la mar, todo tipo de encastes y todo tipo de ganaderías. Si ahora hay alguno al que le puede molestar que mate otro tipo de corridas me parecería un poquito retrasado.
Salió de la escuela Marcial Lalanda. ¿Viene mucho a entrenar al Batán?
Pues mira, no. Jorge Isiegas, el novillero al que echo una mano, me dijo que entrenaban aquí los toreros y he venido. Con el tiempo que hace se agradece estar a cubierto.
En la escuela de antes había mucho ambiente. ¿Qué recuerda de aquellos años?
Ojalá volviera a aquellos años. Ha sido todo. Aprendizaje, educación, una disciplina muy grande. Gregorio Sánchez era el que mandaba aquí, era el director artístico. Fue el que me enseñó. Me ha marcado, y me ha dado también, ha sido duro, y amable y cariñoso. Ha sido una experiencia muy bonita. Me acuerdo del pique con los compañeros. “Este torea y yo no. Yo quiero estar mejor que este”. Cuando entré estaba funcionando Matías Tejela, que ya le quedaba nada para irse, estaba con caballos, César Jiménez, que se fue a los meses, Iván García, con el que conviví un año o año y pico. Me decía a mí mismo que tenía que estar a su nivel. Los veía como dioses. Entré con 12 o 13 años, imagínate. Creo que han sido una época muy feliz de mi niñez.
Ahora hay mucha polémica con la escuela taurina. ¿Se aprenden otras cosas no?
Sí, es una escuela de vida. Es educación. La tauromaquia conjunta todos los valores que tiene la vida, la sociedad. Estamos… Es que tenemos unos pajaritos en la cabeza… Muchas veces le digo a mi mujer “fíjate, con lo joven que soy, estoy criao a la antigua”. Hay cosas que no entran en mi cabeza, cómo se vive en la sociedad de hoy en día. Estoy orgulloso de que el toro mantenga algunos valores.
Siendo torero de Madrid, ¿se siente querido por la afición de Madrid?
Sí. Me he sentido muy querido y muy respetado, aunque últimamente ha habido momentos difíciles. Siempre que he hecho el paseíllo he notado el respeto. He tenido tardes muy buenas en Las Ventas. Me ha costado trabajo, eh. Echar la pata para delante en determinados momentos no es fácil, matando ese tipo de corridas, y otras diferentes. He sentido el apoyo y el cariño del público.
¿Fueron injustos al valorar el toro de Rehuelga? Se exageraron mucho sus virtudes.
Se exageraron. Fue un gran toro. Ahí sí que me dolió mucho. Había un conflicto de gente con pañuelos y enseguida se sacó el azul. Fue un trago que no me gustó nada pasar.
Se le veía en la cara.
Claro. Lo único que dije, y lo mantengo, es que si ese toro fue de vuelta al ruedo había diez o quince toros en la feria que también la merecían. ¿Sabes qué pasa? Hay una cosa muy importante: la capacidad de los toreros hace a los toros mejores, hay toreros que a un toro medio lo hacen más bueno y ese defecto lo tengo yo. Es una virtud. Pero para la gente es un defecto. Siempre se ha dicho que el toreo bueno es la difícil naturalidad delante del toro. Lo he notado muchas veces. Gracias a Dios eso sí lo tengo y me voy a permitir decirlo. Tengo esa facilidad, esa técnica, y ese oficio para hacer a los animales mejor.
¿Cuando ve que entra en un circuito determinado, matando las duras, cómo consigue no desanimarse?
Es lo que me ha dado de comer. Esas corridas de toros han mantenido mi casa. Es muy difícil mantenerse año tras año. Son 12 años. Es muy difícil. Con todos los toros no se puede estar bien, ni cortarle las orejas. Es un sacrificio de temporada a temporada. Oye, pues es lo que me ha tocado vivir. Agradecido estoy al toro por haberme dado eso. Se lo digo a Jorge Isiegas, que comerse una porción de tarta en este mundo es prácticamente imposible. Y yo me la he comido. No para tirar cohetes, pero sobreviviendo y viviendo. Era lo que tocaba y uno se tiene que mentalizar y saber dónde está.
A los toreros de ese circuito Francia os ha servido mucho. Todos hemos oído hablar de cómo se hacen allí las cosas, ¿es tan bueno?
Francia es como todo. Hay sitios mejores, peores y nulos. En las ferias y los pueblos lo diferente es cómo organizan la corrida. Se hace con una comisión compuesta por aficionados. Tienen un gerente de enlace con los profesionales y funciona. En Bayona hay un ambientazo, Dax está lleno mañana, tarde y noche, Vic tiene tres cuartos todos los días. Casi todas las ferias francesas son así.
¿Está ahí la solución para algunas ciudades en España?
Puede ser. Pero hay que saber también qué aficionados son los encargados. No puedes poner esto en manos de locos. El toro mata, tenemos el ejemplo muy reciente. Hay que tenerlo claro: “quiero esto por el bien del espectáculo”, pero que sea un espectáculo atractivo, con emoción, miedo, porque es un toro, y dentro de todo eso la gente tiene que salir divirtiéndose. El año pasado maté una corrida en El Álamo que era una corrida de Madrid. La maté con Fernando Robleño y Román. No sé si la gente se lo pasó bien pero no pegamos ni uno ninguno de los tres. ¿Pasarlo bien por ver un toro grande, sufrir y no hacer nada? Ya lo dijo El Gallo, que hay gente para todo. Allí estábamos 300 personas y el año que viene estaremos 100. Ponlo eso claro. Nadie va a volver para pasar un mal rato. Para insultar a los toreros igual sí. Es el único espectáculo en el que ocurre. Alucinante. En los conciertos la gente está callada y al salir dices si te ha gustado o no, y ya decides si vuelves. En los toros se puede pitar incluso. Los aficionados tenemos derecho a expresarnos –a parte de torero soy aficionado-. Si aquella corrida gustó a la gente me parece muy bien: el circo está ahí. Ahora, que al siguiente año no van ir 5000 personas ni mucho menos. Irán esos diez o veinte.
Volviendo a lo de las comisiones. ¿Está ahí la solución?
Es muy complicado siendo realistas. Hay empresarios muy fuertes que han sido empresarios toda su vida y ese cambio sería difícil. Quizá no imposible.
¿El sistema es tan perverso como parece desde fuera?
Vamos a poner de ejemplo a una multinacional. Tiene trapos sucios y cosas que no nos gustan y eso no lo sacan hacia fuera. En el sistema hay veces que se da de más y de menos. Porque hay veces que se da de más cuando se tenía que dar de menos. Como en todos los mundos y empresas hay cosas. No creo que sea bueno que el aficionado que paga su entrada, o el público, se meta en eso porque se puede llevar un disgusto muy grande. Hay que separar. La gente tiene que ir a la plaza ver a los toreros. Así se hace fuerza para cambiar cosas. El empresario gana su dinero como empresario y tiene que darle el gusto a la afición, a los que quieren ver a determinados matadores. El empresario tiene que calcular según los gustos de la gente. Y el aficionado tiene que tener voz y presionar al empresario en algunas cosas. Yo no puedo cambiar nada. El resto de cosas es igual que en otros sectores. Lo que pasa en el toro es lo que pasa en todos los sectores. El aficionado tiene ahora más poder que nunca, hay que aprovecharlo. Va a los tentaderos, está cerca de los toreros, conoce al toro desde que nace, nosotros nos involucramos más.
¿Cree que eso es positivo?
Creo que es muy bueno. Hay que tener el empuje del aficionado, que diga lo que quiere ver y que se vea reflejado en la plaza. Los toreros ahora nos hemos involucrado más, hemos escuchado a los aficionados. ¿Qué queréis? Pues esto. Tertulias, actos…
¿Hay que comunicar mejor? Si la gente que no es aficionada supiera el esfuerzo que hacéis algunos toreros para torear, como en su caso con la lesión, sería diferente.
Irían más sensibilizados a la plaza. Pero para eso estáis los profesionales. En mi casa lo sabían desde el primer momento. El boca a boca es muy importante. “Es que los toreros están haciendo esto”. Se dice que los toreros son gente especial y no nos damos cuenta de lo que somos.
Como profesionales, ¿entre las figuras y el resto de toreros hay cercanía o unión?
No, cada uno va a su aire. Yo he sido un torero que he ido a lo mío, a mi aire. Ya está.
El otro día apareció una foto suya en la Fundación Toro de Lidia. ¿Por qué cree en ella?
Todo lo que se haga en beneficio de la fiesta es bueno. Lo que pasa es que hay que trabajarlo. Tenemos que unirnos. Es bonito porque el aficionado se va a involucrar. Incluso sin serlo, a cualquiera que le interese puede ir allí y ayudar. Cuanto más seamos, más fuerza vamos a tener. Es que parece que los toreros somos la última mierda. Pero es que hasta dentro del toro. El que se pone delante es el que menos voto tiene. Esa Fundación nos va a unir a todos; pero a todos. Y eso va a ser para bien. Entre todos vamos a hacer algo bonito.
Hay gente que no piensa así. ¿Ha recibido algún comentario contrario a esa idea?
No, no he escuchado nada. El tiempo lo dirá. Tiempo al tiempo. Aquí hasta el rabo todo es toro.
¿Tiene futuro la tauromaquia?
Si cambian cosas, sí.
¿Pero qué tiene que cambiar? ¿El propio rito?
Siempre que haya un toro y un torero habrá tauromaquia.
Se había hablado de cambiar la puya o el estoque para hacer la corrida menos cruenta.
¿La sangre? Esto es un espectáculo que, joder, hay sangre nuestra también. En el toro claro que hay sangre. Es un espectáculo sangriento y real. Se muere, tanto el toro como el torero. Es un espectáculo que resume la vida, te guste o no. La vida está reflejada en el ruedo en 20 minutos. Esa vida se puede ganar o perder. ¿Cuántos toros indultados hay? Pues más tendría haber.
¿No cree que la corrida tiene como fin la muerte del toro y el indulto es algo extraordinario?
El toro, si tiene condiciones, hay que indultarlo.
Pero qué condiciones, ¿extraordinarias? ¿Hay que ser más flexible con el indulto?
Creo que sí, joder, yo creo que sí. A mí a veces me ha dao pena matar algunos animales. Con el toro que más a gusto he estado fue un toro de Mara Mayoral a puerta cerrada. Estuve una hora toreándolo. Le quitaba la muleta de la cara, me olía. Le hacía cosas… Era mi perro. Y lo tuve que matar por una cuestión burocrática. El berrinche que pillé fue tremendo. Se me caían unos lagrimones como vasos de agua llenos. Eso fue a puerta cerrada, que a veces ocurre lo contrario: no has disfrutado con un toro y los ganaderos se lo quedan. El toro en una plaza, en una corrida normal, ordinaria, tiene que tener algunas cualidades para que se le indulte. ¿Ha peleado en el caballo? Sí. ¿Cuántas veces ha entrado? ¿Una? "Pues que reciba otro". Pues a lo mejor no. ¿No ha peleado antes? ¿Y el torero lo ha cambiado porque lo va a cuajar? ¡Pues déjalo! ¿No está embistiendo por bajo, yendo a la muleta seis o siete veces durante seis o siete tandas? Eso es un toro bravo. ¿Para qué más? Otra cosa es que luego sirva o no sirva para padrear o que sus resultados sean más o menos buenos.
Cuando se acabe esta temporada, ¿qué?
Quisiera estar ligando al mundo del toro siempre. Ahora estoy con Jorge Isiegas, le estoy ayudando. Lo apodera Jacinto Salazar y yo entreno con él. De momento a ver qué somos capaces de sacar de él. Me siento muy cercano a ellos. La ilusión que tiene la he tenido yo. Me gusta hablar de toros, me gusta corregir cosas con los chavales. Me gustaría ser apoderado, director artístico… Ahora mismo no tengo planeado nada.
¿Cómo se presenta la temporada? ¿Tiene algo ya cerrado?
Cerrado, cerrado, no. A Madrid se irá un par de tardes. A Dax también iré. Imagino que llamaran de Ceret.
¿Y alguna espina clavada?
Lo único que quiero es que sea un año feliz, atractivo, intenso. Que no sea todo sufrimiento porque ya no lo voy a volver a vivir. No tengo más exigencias. Iré a la plaza que me quiera contratar, la que llame. Voy a sacar lo mejor de mí. Lo que quiero, lo que me preocupa, es que sea un año feliz. Estoy emocionado de ver a tantísima gente que me respeta. Cuando estás en medio de la temporada, yendo y viniendo no lo sabes, o no lo ves. Es precioso.
¿Qué le dijo su familia al tomar esta decisión?
A mi hija le salió una sonrisa de oreja a oreja. Me dijo que ya no iban a sufrir más. Mi mujer se alegró y también le sentó mal por mí, porque siento que aún tengo más cosas que dar, que me voy en un momento bueno, con recorrido. No he tocado techo todavía.
¿Cuáles son sus referentes en el toreo?
Cuando empezaba veía muchos toreros. Joselito, Juli, Morante, a Ponce. Otros toreros como Curro Vázquez, Pepín Martín Vázquez, de los toreros más puros que ha habido, Rafael Ortega me encanta, además en su época dicen que no fue figura del toreo y ahora se le ha valorado todo lo que ha hecho. Creo que eso es la vida. Cuando te vas es cuando la gente más se acuerda.
¿Cuál sería su último cartel? ¿Con quién le gustaría estar acompañado ese día?
A estas alturas poner carteles…
¿Seis toros?
Pues fíjate, eso sí me gustaría hacer. Lo llevo pensando dos o tres años, lo de matar seis toros. No ha cuajado. Hubo una pincelada y casi, casi, pero no. En Talavera. Allí podría haber matado seis toros de una corrida de las mías. Pero al final no salió. A lo mejor sí, seis toros. Lo del cartel ya a estas alturas no tiene mucho sentido: lo único que quiero es torear y disfrutar.