A los días de acontecimiento hay que arroparlos hasta el último momento. Posiblemente alguien vaya a utilizar la odiosa fórmula de la decepción y la expectación. Una de las idioteces más insoportables que se pueden escuchar en los esquinazos después de los toros. Insoportable estaba también la tarde cuando salió el sexto. El misterio de si Roca iba a ser capaz de echarse la tarde a la espalda como Albert Rivera ha hecho con la bandera rondaba, y lo hizo sin populismos.
Nueve minutos antes de las nueve la triste tarde removía a las masas confusas. Muchos gritos en una plaza empapada, gente del revés, chubasqueros rotos y Aguirre apuntando con los prismáticos a Gómez Angulo. El último tenía buenas hechuras. No son zancudos, es que los corren —el "¡son atletas!" de Guardiola—. Huía el toro de los capotes y el caballo. El quite fue tomado a mal, las saltilleras, y sobre todo la media, tan buena y cerrada.
La expectación envolvía a Roca en el silencio de la plaza, moteado por los berridos contra el ganadero, y se abrió el peruano en un inicio de vértigo sin mirar atrás. Olvidados los terrenos y las distancias y las querencias el toro giraba alrededor de la rotonda de Roca. La tanda por la derecha que crujió las gargantas llegó cuando se sujetó el toro, al que le costaba un mundo a pesar del buen estilo. Extraordinario otro natural. Roca remontaba la tarde sin artificios, con recursos y consciente del escenario. Un parón lo resolvió acortando las distancias; la arrucina salió limpia y milimétrica. Un traspiés volcó al torero en la cara y el victoriano lo perdonó, ya podido. Roca dio la dimensión exacta de desbordarse. Habrá que esperar un poco más. Lo reventó con la espada y la gente se olvidó de todo pidiendo la feliz oreja.
El primer acontecimiento de este San Isidro estuvo a punto de despeñarse ya desde el segundo toro. A Cantaor le vino de perlas la lluvia. Las hechuras eran feísimas y en su debilidad vería Quintano el toro de granja que sólo ve él —hay cosas que se entienden o no—. No le dio por perseguir "la zanahoria-muleta" y Talavante no dudó, yéndose a por la espada. Nos ahorramos los gritos y las broncas por que la gente estaba pendiente de abrocharse los plásticos. La lluvia detuvo la sangría de Plaza 1. Me refiero a la bronca, que hay que explicarlo todo.
El chaparrón convirtió la plaza en un solar. El no hay billetes se evacuó sin heridos en el primer simulacro serio que ha vivido esta plaza. Cada vez más cerca el hipódromo de Rafael García Garrido. ¡Las naumaquias de Carmona! No hubo ningún herido excepto el señor que pagó mil euros por una barrera. Fue difícil encontrar un gorro para Calamaro. Roca Rey recibió al tercero con un clamor: la gente gritaba ole señalando histérica cualquier movimiento del peruano. También a las dos o tres verónicas a pies juntos. La faena tuvo la inercia fugaz del paso de la nube. El toro, sin casta. Roca Rey pasó de lanzado —los cambiados— a esperarlo, que se había puesto raro. Estuvo mejor al natural, tirando de la embestida, tragando, enroscándoselo ya metidos en tablas. Buscaba refugio el victoriano, disuelto el temperamento.
A un muletazo se quedó el quinto de romper. Perseguía la muleta con el medio gas girado. El trote de la impotencia. Me recordaba a Rajoy en sus caminatas: seguro que no anda más cuando se apaga la cámara. En un natural se resbaló el toro, arruinando ese tramo de emoción que había cogido la faena con la izquierda de Talavante a punto de desatarse.
Al lado del primero, Perera parecía Shaquille O'Neal. Escurrido, altón, a la culata se le salía la cadera. El temple y la fijeza estaban ahí en ese cofrecito. Parecía un miura camuflado. El cambio de mano del inicio mostró el interior ligados cinco muletazos sobre la cal. Al son del toro le sobraba la alzada. Perera tenía una superioridad machacadora. El primer pinchazo le partió los cristales al toro.
Estaba sin definir el cuarto, uno de los más pobres de trapío de esta feria. Se durmió en el caballo, acurrucado bajo el estribo. Al toro le goteaba la sangre. El reprís de los capotes lo sacó oliéndole la espalda a Curro Javier. Imparable, detrás del hombre vendido en una carrera suicida. Se agarró al burladero como se agarraba Tom Cruise a las cornisas y el victoriano pasó lamiéndole las tibias.
Ese punto emocionante lo administró Perera, el hombre solitario. Lo encerró con la ligazón. Perera no estruja porque su muletazo empuja para adelante, aunque el toro le tocó la muleta unas cuantas veces. Se quedó encima para el de pecho. Demasiado para Quitaluna, que ya pedía mulillas. La última parte de la faena fue una línea torcida leída en diagonal.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Miércoles, 23 de mayo de 2018. Décimosexta de feria. No hay billetes. Toros de Victoriano del Río, 1º con clase y sin fuerza, blando el 2º, 3º complicado, se rajó el encastado 4º, impotente el 5º, 6º bueno sin fuerza.
Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro. Pinchazo sin soltar, pinchazo suelto, pinchazo arriba. Un descabello (pitos). En el cuarto, estocada casi entera. Dos descabellos (silencio).
Alejandro Talavante, de azul cian y oro. Estocada arriba. Un descabello (silencio). En el quinto, medio espadazo algo caído. Un descabello (silencio).
Roca Rey, de verde botella y oro. Pinchazo, media estocada (silencio). En el sexto, gran estocada (oreja).