El lonagate enrareció los ánimos. Por los pasillos de Las Ventas fluctuaba la empresa dando explicaciones urgentes, justificaciones a vuela pluma para ahuyentar fantasmas. Me vi como Clarito en el Congreso de Lerroux, escuchando a unos y a otros, recogiendo rumores, apuntando frugalmente declaraciones de puerta a puerta. El cartel interesante —los intangibles— tampoco ayudó a levantar los ánimos y cuando se hacía el paseíllo, chispeando, la plaza olía a antidepresivos y pis.
La corrida de Torrehandilla hundió un poco más la feria como se hunde Doñana. En este mayo tan enero, las tardes se hacen insufribles viendo toros sin alma. Los seis oficiales tenían ese aire fordiano de toros en serie —abiertos de pitones, fuertes—, paridos de moldes y alimentados por goteo. El lado oscuro del toreo. Del andamio al cortijo hubo un camino demasiado corto.
Todos embistieron tirando gañafones, muertos en vida, impotentes. Tiroteando al tramo final de muleta. El quinto no, se dejó. David Galván tiene el ambiente da gusto verlo. Es un matador con cualidades ojeado por profesionales al que le hace falta un triunfo gordo para salir del circuito de las sobremesas. El colorao resultó muy basto. Inflado desde el morrillo. Galván pisó el acelerador para echarse la tarde a la espalda con la larga cambiada, dos verónicas, un manojo de chicuelinas. Pantalán intentó quitarse la puya de encima. Abejarucos en el lomo.
Galván tuvo la virtud de administrar las alturas a un toro con la fuerza en el límite. Se lo reprocharon. No sé. Vi a un torero capaz de cambiar de marcha la muñeca, tirar del toro con empaque. Muy buen trazo. Los derechazos tuvieron prestancia, una altura superior. Estética con algo de poso; fueron sólo dos tandas. Mejor todo eso que la pedresina. Pasárselo por detrás otra vez después espantó al toro, que lo quería suave. Al natural esa fórmula ya no resultó. Acortó la distancia con Pantalán tambaleante y protestas. Ni las bernadinas. Los esfuerzos hay que mendigarlos ahora. Tropezaron dos veces antes de que Galván lo matara por derecho.
El segundo era feote, armado, una piedra esculpida. Lo intentó el gaditano pero la fuga era incontenible.
Álvaro Lorenzo tardó en salir a saludar. Las tres orejas sobre la mesa del despacho de Toledo y en las palmas del afición. Un bonito gesto. Quizá no se lo creía. El tercer toro fue muy alto. Despegado del suelo y largo. Acudió con alegría al caballo. Lo mismo que en la muleta, con una buena arrancada extinguida como una cerilla. Lorenzo le cogió a veces la velocidad, regateando ese gañafón indolente. Hubo muchos intentos, frágiles para decir algo más. Sonó un aviso mientras lo cuadraba. El filo se fue a los bajos con descaro. El toro, rodao. El matador ya estaba lavándose las manos cuando estiró la pata. Ea, ahí se queda. Poca cosa.
El sexto tenía camuflaje: el jabonero desaparecía por la arena, no solo físicamente, también de espíritu: no estaba. Al toro le pesaba la vida al salir del caballo —un domingo por la tarde— impotente, disolviéndose como un azucarillo. Apenas podía pisar. Se quedó así inerte. Dos curas se desgañitaban en el 7 pidiendo la devolución, agitados, tan hombres y con tanta vida que descubrir. El presidente tuitero lo devolvió con dos pares de banderillas cuando Novelista surfeó por las rayas al perder las manos. Un resbalón no confirma nada. Aquí es la ley.
Las hechuras de Forajido contrastaban con lo fuerte que venían los titulares. En Space Jam pasaba. Un toro normal con un perfil pobre. Este año pasará a la historia como el de los sobreros agradables. La gente la tomó con la empresa, les gritaba taurinos, que es lo peor que se le puede decir a nadie. Se movía más el toro fino que el resto. Un viaje interior, eso sí. Al natural se puso rápidamente Álvaro Lorenzo y por ahí fue casi toda la faena repleta de buenas intenciones. Con eso no come nadie. Le faltaba chispa a una embestida con estilo. Nada, no avanzó más la faena.
Daniel Luque entendió al primero, fuerte y ofensivo, que se defendió. Alargó la faena porque estaba cómodo en la media distancia. Dio sitio al toro, apretó luego. Se defendía. Sacaba genio si se le obligaba y a Luque no le tocó nunca la muleta. Hubo un silencio tremendo —sólo se escuchaba a la cuadrilla— en parte del trasteo. Entró la gente por fases, cuando se calentó el matador, y al final, la tanda por la derecha, tuvo sus oles. Igual que un cambio de mano templado. Las luquecinas se quedaron en tierra. Al toro le costaba un mundo humillar.
En los palcos vip la gente estaba como los romanos del Beni: vengan frutas. Las conversaciones entre canapés hacían eco en los pupitres y la matraca era de ida y vuelta porque en el 7 protestaban el rabo corto del cuarto toro. Es insoportable la murga de las dos españas. En el ruedo, los puyazos sangraban muy traseros. El toro tenía unos pechos, con la fijeza se le marcaban, abierto de manos: no se tenía en pie. Luque lo vio derrumbarse infartado. Ver a un toro así es infecto.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 29 de mayo de 2018. Vigésima segunda de feria. Menos de media entrada (1417. Toros de Torrehandilla, 1º no se entregó, 2º soso, 3º soltó la cara, no duró el 5º, de Torreherberos, 4º soso, y uno de Virgen María, 6º bis sin chispa.
Daniel Luque, de habano y oro. Pinchazo hondo. Un descabello. Aviso (saludos). En el cuarto, pinchazo y espadazo agarrado y algo caído (silencio).
David Galván, de frambuesa y oro. Buena estocada (ovación). En el quinto, espadazo arriba algo trasero (palmas).
Álvaro Lorenzo, de carmelita y oro. Bajonazo (silencio). En el sexto, pinchazo bajo y estocada entera (silencio).