Thomas Dufau, equilibrista sobre el precipicio de La Quinta
Primera de abono.- El francés no se hace con el geniudo segundo de una corrida que no lo puso fácil y por la que la gente tomó partido.
14 mayo, 2019 22:17El primer encuentro entre Dufau y Coronel fue sobre la raya. No estaban en el Toni 2. La portagayola tuvo el suspense del noir. Qué hacía un hombre en esa esquina, frente a toriles, sin desplegar el capote. El toro galopó, reproduciendo la acción a cámara lenta. Desde la meseta pudimos verle al tipo postrado la expresión resignada. La montera calada hasta el fondo de la víctima, como un adelanto de lo que iba a pasar, señalado. “Murió sin que se le vieran las cejas, jefe”. Carvalho apagó el pitillo: el francés lanzó la larga asomado a la soga. No hubo crimen de milagro. Las puntas pasaron rozándole las orejas.
El toro tenía varios defectos. Entre ellos, prefería no sentirse podido. El jaleo de capotes, también el puyazo trasero, le molestaron. Se hacía el flojo, desganado, e interpretaron en el 7 una posible minusvalía. A los 10 minutos estaban gritándole a Dufau que se le iba. Cuánto echaba de menos esta plaza. Se entendieron bien, a su modo, el matador y el buey de Palma del Río. Quizá hacía falta más mando, pero así se venía arriba el toro, que soltaba la cara. Hubo tres tandas en el filo. Inmutable Dufau, los pitonazos encendían las taleguillas. Ligar era complicado. Engañó al geniecito con naturales a pies juntos. Y la intensidad se trasladó a los tendidos, ultras ya de Coronel. “Se va sin torear”, le gritaron después de tanto esfuerzo. Quizá inconsciente.
El último no tenía cuello. A mí me recordaba a un galápago asustado. Metido dentro del morrillo. El caparazón enorme del cuerpo ciclado de los toros viejos pasados de kilos. Hasta 637. Le colgaba la carne debajo de la cara pequeñita, como si estuviera suspendido, disecado en la pared de la finca, y no se intuyera qué había detrás. Fue el más soso. La corrida tuvo peligro, difícil de estar delante, y este acudía con la nobleza apagada. Lo intentó Dufau con la tarde ya empaquetada.
Javier Cortés tiene buen estilo. No sorprendió el buen trazo al natural en esta plaza, es su sexta tarde en Madrid en un año natural: el público lo quiere como al conserje. Al alto segundo, salpicado, calcetero, la cola volaba dejando una estela como si se difuminara el bicho, lo entendió bien al natural. La elasticidad marcó la faena. Cortés quiere torear bien. En esa intención siempre falta algo. Sin apretarle, volaron dos naturales de un trazo muy bueno, acompañados de tandas cada vez más cerradas sobre los enormes pechos del santacoloma. A la armadura le llegaban los vuelos. Sutilidades para arrancarle muletazos al monstruo. Le aguantó el paso lento, tirándole toques como migas sobre un estanque. Quiso torear codilleando, a pies juntos, pero cortó la función.
Hubo coloquio entre el 7, el presidente y Cortés mientras esperábamos a que el toro fuese de largo al caballo. El único que no quería era el toro, claro, que escarbaba como si trabajara para ACS. La gente se impacientaba: fue directo al picador de la querencia. Los populismos que sujetan Las Ventas no los entienden ni los grises. Hasta Michavila se levantó para despedir al picador que cogió muy bien el segundo puyazo. El tentadero improvisado acabó con un tercer encuentro al relance. Tragó mucha embestida Javier Cortés. La tanda con la derecha arrancó oles. Los toques con la izquierda eran perfectos: convencían al toro. Secos, para esperarlo; iba el toro racheando femorales. Dormido y sin humillar, ya ves. Dos venenos, el del bicho y la demagogia, hipotecaron la faena. Los que le indicaron dónde debía colocar al toro antes, le pedían ahora que torease. En fin. Se le fue la mano tan baja que pinchó una banderilla. La ovación al toro fue pavorosa.
No rompió San Isidro en condiciones. El primer toro del mes se dio la vuelta, buscando en los chiqueros el acontecimiento mundial que nos prometieron en aquella oferta cargada de billetes. Le dijeron al oído que saliera, que San Isidro, tres años después, era precisamente esto. Malastardes tenía un inicio extraordinario y el final diluido. Rubén Pinar le mostró el ritmo templándolo al principio. Buen cambio de mano, arropándole las inconsistencias al toro, apoyado siempre en las manos. Rubén, echado sobre su oficio para tratar de romperlo. No había molde que estirar. Murió el toro desnucado, colocada la espada en el morrillo como Excálibur.
El cuarto llegaba casi rendido al segundo muletazo. La faena hizo pie sobre la mano derecha. Salía un poco distraído, lo que aprovechó Pinar para ligarle dos o tres puñados de muletazos con ánimo de transcendencia. Caminó sobre el umbral. Al natural hubo pasajes buenos. Fácil, toreando a pies juntos con la derecha. La faena no terminó de cuajar. Se dejaba el toro. Se dejaba Rubén.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 14 de mayo de 2019. Feria de San Isidro. 1ª de abono. Menos de tres cuartos de entrada. Toros de La Quinta, 1º sin fondo, 2º de buen pitón izquierdo, no humilló el 3º, se dejó el 4º, 5º sin humillar, 6º dormido.
Rubén Pinar, de canela y oro. Pinchazo arriba y estocada delantera y caída (silencio). En el cuarto, metisaca y espadazo arriba (palmas).
Javier Cortés, de azul pavo y oro. Espadazo tendido (ovación desde el tercio). En el quinto, estocada al aire, media estocada y un descabello. Aviso (silencio).
Thomas Dufau, de azul noche y oro. Pinchazo suelto y tendido, pinchazo delantero y estocada. Aviso (silencio). Espadazo trasteo, algo caído y que escupía (silencio).