El torismo lo pone El Pilar: sobrevive Garrido; corneado Caballero
Octava de feria.- La ganadería salmantina lidió una corrida difícil para los toreros, que solventaron la papeleta como pudieron. Oficio del extremeño, buena imagen del madrileño, que resultó herido grave.
21 mayo, 2019 22:23Hubo un escándalo como los de antes. Flotaba la indignación por la segunda oreja de Perera, concedida por el mismo presidente de esta tarde, que ya había tenido más cagadas otros años: un historial como la luna de un coche aparcado una semana debajo de un palomar. ¡La vuelta al ruedo de Asturdero! En la plaza hubo otra entrada muy triste para ser San Isidro. Al final van a tener razón con el cambio de concepto en la feria. El crimen perfecto. Venden como revolucionarios, "la oportunidad", carteles mal rematados que no interesan ni al aficionado. Unos cuantos vendieron hoy sus entradas. ¿A quién? A los familiares, supongo. La combinación ornitorrinco: tres toreros perdidos, llegados desde distintos puntos a Madrid 2019, como una reválida para salvar la caída. El Pilar fue un escollo. Puso el torismo primero, con una corrida durísima en la que sobrevivió Garrido agarrado a la tabla del oficio.
Voló el extremeño cuando llevaba al segundo al caballo. Zarandeado, el toro lo movió como una máquina tragaperras que se hubiera tragado el dinero. Se lo pensaba siempre: embestía por oleadas, lo que cantó en el caballo. Garrido se asomó a la batalla con unos doblones. Cambiando los terrenos para conseguir una zona libre de viento. Mascaba el tabaco de los asesinos Medicillo. Miraba el toro, orientado, pendiente del torero. Los toques fuertes eran imprescindibles. En este tipo de toros, Garrido se crece, tan firme. Llegaron dos o tres series sobre el alambre. Al precipicio de Medicillo nunca le dudó, tragándole las incertidumbres. Un parón lo resolvió con un desprecio. A la gente llegaba lo evidente: ninguno de los puñetazos al hígado que marcaba Medicillo en los embroques. Al natural tenía más fijeza en la muleta pero humillaba menos. El cambio de una mano a otra le vino bien, suavizada la chispa peligrosa. Un trincherazo anunció el concepto por donde le gustaría caminar al torero. Sin embargo, su virtud principal es la capacidad. Desplegó el oficio hasta que los hartó. Sonó un aviso al coger la espada. Aunque pinchó, le ganó a Medicillo el enganchón.
Saludó Chacón por un gran par. Antes, Garrido, había abierto dos verónicas cantadas. Antes de la guerra, me refiero, porque no tuvo respiro con el castaño que se quedaba debajo. Agradeció las líneas rectas después de lamer los tobillos. La elasticidad del cuello encontraba hombre con facilidad. Tiene oficio Garrido: solventó otra ráfaga con un derechazo rodilla en tierra. No se le podía consentir ni medio milímetro al toro, enganchado al palillo. Todas las intenciones iban por ahí, como si quiera susurrarle las amenazas al oído a Garrido. No echó un paso atrás al torero, que todavía quiso torear en redondo, sonando las alarmas. Luego, había que pasar por medio de las facas. Pinchó tres veces.
El tercero parecía tener un lomo de pladur. Le resbaló cualquier aparato afilado que se posó en él. La puya tintineaba sin encontrar la carne. El toro se tiraba al caballo como si acabara de descubrir la especie. Tampoco se sujetaban las banderillas, dejando el rastro del fallo de los subalternos. Un campo de minas de banderas de España. Toreó bien a la verónica a pies juntos Gonzalo Caballero, saliéndose a los medios con ese aire de Madrid, echándole la olita del capote. El toro se movía. Los estatuarios fueron tremendos, el primero sin montar la espada, corrido el toro. No sé. Toreando en redondo, Gonzalo Caballero dio la mejor tanda que le he visto en esta plaza, aprovechando el galopín suelto, componiendo con gusto. Los pases de pecho fueron todos buenos, uno hasta la hombrera contraria, una aproximación al empaque.
Caballero mantuvo la intensidad con el toro apagándose. Al natural, de uno en uno, se lo pasó cerca. Quizá no se abría. Aguantó ahí el matador. Chillaron mucho en un muletazo que se quedó a la mitad, como si todos sus partidarios estuvieran repartidos entre las primeras filas de sombra y el callejón. Puede ser. Hasta se tiró de los pelos Kiko Matamoros. Tenía medio muletazo. Las bernadinas fueron un cinturón bomba activado por el viento. Se fue detrás de la espada Gonzalo Caballero, frenado por el armazón de pitones que le puso el toro en el pecho. El pinchazo lo dejó en el fango: se le hundió en el muslo la punta levantándolo varios metros. Quedó varado en el suelo, palpándose la herida. Entró a la enfermería y toda la farándula echaba fuego en los mensajes. Muniain hablaba por teléfono con quien sea cuando Juan del Álamo se topó con la batería asesina de Jacobero.
Juan del Álamo mantuvo la tarde colgando del entusiasmo. Hay algo alegre en todas las carencias del matador. Del Álamo funciona si los toros no se paran. Entrar en esa rueda es su salvación. Le pasó con el primero, un poco acelerado. Metía la cara, viajaba con la rapidez del muletazo. El conjunto gaseoso entusiasmó al público. Al pitón izquierdo había que ir con armadura. Soltaba la cara Dulcero. El muelle encontró un rayo de pierna. La voltereta fue tremenda. Se levantó desmadejado, dándole una dimensión trágica: el poso que faltaba. Hizo un esfuerzo, la gente le tomó cariño, tan pobre y tan manchado de sangre, y casi corta una oreja después de lanzarse al abismo. Tragó muerte Dulcero, amortiguado por la casta.
Entendió bien las alturas del cuarto. Tapiándole las intenciones de huida. Giraban los dos sin mayores exigencias, en una composición festiva. Fue más complicado al natural, pensativa la bicha. Resbaló Juan del Álamo y paró la maquinaria de la felicidad. El toro dirigía miradas, ya sobre las manos. Lo cazó el matador, tanteado el mentón. La espada voló demasiado tendida.
Juan del Álamo se las vio con el pavo que cerraba la dura corrida, reservado para Gonzalo Caballero. Qué tío, tan alto, castaño, para que se le vieran bien los zancos. Mantenía las proporciones un toro olímpico. El monstruo de la pantalla final. Metió en el capote a toda esa carne lanzada. Se movía con temple. Al quite respondió Garrido con verónicas, la segunda muy buena. No hubo limpieza en el inicio de faena, ni después, pensativos los dos. El toro no fue lo que parecía. Del Álamo quería ducharse.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Martes, 21 de mayo de 2019. Media entrada. Octava de feria. Toros de El Pilar, 1º encastado, orientado el 2º, se dejó el 3º, 4º rajadito, 5º no pasaba, 6º se paró.
Juan del Álamo, de canela y oro. Espadazo algo caído (vuelta al ruedo). En el tercero, media estocada. En el cuarto, espadazo tendido. Dos descabellos (silencio). En el sexto, bajonazo (silencio).
José Garrido, de azul noche y oro. Pinchazo arriba y espadazo algo tendido. Aviso (silencio). En el quinto, tres pinchazos y espadazo contrario. Aviso (silencio).
Gonzalo Caballero, de grana y oro. Pinchazo arriba en el único que pudo torear.
PARTE MÉDICO
Gonzalo Caballero: Herida por asta de toro en cara externa tercio medio del muslo izquierdo, con una trayectoria ascendente de 25 centímetros que produce destrozos en músculo tensor de la fascia lata, vasto externo e isquiotibiales y alcanza cara posterior del fémur contusionando el nervio ciático, alcanzando isquión. Es intervenido quirúrgicamente bajo anestesia general en la enfermeria de la plaza y trasladado al Hospital la Fraternidad. Pronóstico: grave que le impide continuar la lidia.