La triste verdad de Paco Ureña
Décimoctava de abono.- El matador murciano corta una oreja después de una faena en la que no hubo orden, con varios destellos que entusiasmaron al público. Serio Lorenzo.
31 mayo, 2019 23:09Cuántas veces habrían soñado los matadores con llenar así Las Ventas, levantando a pulso la taquilla. Hicieron el paseíllo deslumbrados por el brillo de los tendidos poblados. Un fajito de billetes esperaba en cada localidad a la empresa. Apuntalado el discurso de Simón Casas, se miraban los tres buscando al culpable del éxito, a la figura camuflada en el paseíllo. No había ninguna: los viernes sociales de Plaza 1 funcionan solos. David Mora, Paco Ureña y Álvaro Lorenzo nadaron los últimos metros acompañados por la masa nerviosa. Un murmullo extendido como una hiedra.
Alcurrucén puso en Madrid una corrida con mucho toro medio que sirvió. Las posibilidades estuvieron repartidas, pero el pelotón cayó sobre Ureña, bendecido con el viento de la suerte que ha abandonado a David Mora. Desde el percance, Ureña se ha convertido en un torero más serio. Tengo la sensación de que la desgracia ha borrado el dramatismo. Le colgaba al murciano siempre la intensidad, la foto en blanco y negro, esa literatura dickensiana de toreros fabriles, surgidos del desierto, con la torería rodea de espinas. Cactus del escalafón. El hastag rimbombante, la emoción siempre a flor de piel. Un romanticismo cansado. Ahora, depurado, Ureña pone encima de la mesa su triste verdad: ¿cuenta la compasión?
El quinto fue un toro protestado. Le caían las hechuras como la piel estirada de los ex gordos. Muchos flecos, alto, y, pensaba que era imposible escribirlo, con demasiado cuello. Un cuello como una tabla de planchar, rectas las líneas por las que seguían los pitones marcando la línea perfecta paralela a las tablas. Ureña se abrió por estatuarios. La trincherilla marcó lo que sería la faena: una descarga de muñecazos aprovechando la huida estilosa del toro.
Rajadillo, Gaitero lideró la expedición por el ruedo como uno de esos guías turísticos que sujetan un paraguas entre la muchedumbre. Lo seguía Ureña sin complicarle la vida. Hubo cinco o seis destellos en una faena sin rumbo, dejándose llevar por la corriente. La plaza rugió con un natural larguísimo. Los pases de pecho desplegados, a toda vela. Miradas al tendido. No se decidía entre estirarse o torear vertical, buscándose el matador las formas.
Había golpes de inspiración como goles de rebote. Cerró la faena por doblones, que se convirtieron en muletazos rodilla en tierra. Se le sumaron otros de pie, buenos, con cierta calidad. Ureña toreaba sobre el reflejo de lo que busca. El final fue un coctail de Grefusa. Madrid se derretía. Lo más directo que hubo fue la estocada. A recibir, pinchó. Luego, cayó baja. Daba igual, la oreja se pidió con intensidad. No le exigen lo mismo, flotaba la compasión. ¿Eso es bueno? El trofeo ayudará al murciano a encontrar el nuevo camino.
El segundo me gustó, quizá un poco encogido, con las hechuras redondas. Ya dibujó Ureña el desorden. El toro pedía mando para el fondo que le borboteaba, afianzado conforme avanzaba la faena. Menguaba Ureña a su vez. Hablaban idiomas diferentes.
Cuando se echó el capote a la espalda Álvaro Lorenzo, era el tercer quite por gaoneras de la tarde. En dos toros. Pues no sé. Le salió limpio, como a David Mora, quizá el mejor momento de su tarde. Lorenzo confió mucho en el sexto, el toro más cuajado. Esa fue la clave: esperarlo desde que no quería oler los capotes. Una voltereta sorprendió a un banderillero, que rodó limpiamente en el columpio frío del pitón.
Se descomponía el alcurrucén cada vez que entraba en la jurisdicción del torero, avanzando a golpes, soltando la cara. Álvaro Lorenzo logró que no le tocara la muleta ni una vez. Muy serio el matador, corrigiendo por las dos manos. Menos agradecido el Alcurrucén, que se apagó, cuando ya no quedaban bocanadas de pitonazos que lanzarle al matador como frisbies en la oscuridad. Los recogió todos Álvaro Lorenzo.
Qué fino fue Cumbrero, berrendo, calcetero, marcado el hierro Alcurrucén en los genes. El toro no se había empleado nunca, muy vivo en todas sus reacciones. Guardando. Iba a su aire, con las reservas intactas. A solas con Lorenzo, acudía ansioso al encuentro. En realidad, fue un espejismo de embroques. De primeros encuentros. Quizá frenado. Creo que aburrido. Lorenzo aprovechó para hacer una cata de profundidad de la paciencia de Cumbrero y la nuestra.
El cambio de ciclo también le ha llegado a David Mora, como una marejadilla fría que le ha mojado hoy los pies. Brindó a su inseparable Otero. Con Manchego hubo una relación fugaz, eran la pareja más feliz del parque. Agarrados en la noria de derechazos como los novios de provincia, prometían. Manchego tenía viveza sin humillación. Mora ese trazo deshilachado sin poder. Ambos se tapaban los defectos. Hasta que quiso el toro, buscando la obligación perdida. Algunos no sabemos vivir sin el látigo. Suelto, empezaron a rezumarle los defectos. No era Malagueño. No habrá más malagueños. Mora se encontró con las maletas en la calle. Quiso despedirse bien, tirandose a la piscina de sangre del morrillo. Cómo lo levantó el toro hecho un ovillo de carne desde el vientre. Estirado el bicho con un hombre prendido de las puntas. Ahí la humanidad es tan pequeña. Salvó la vida Mora, que volvió al lugar de los hechos. Lo cazó, después de que lo agarrara de nuevo por la chaquetilla.
Después, no pudo hacer nada con el peor toro de la tarde. Sin raza, nada, arruinada su suerte. Estaba rodeado de escombros, como si toreara en Alepo. Los dos silencios sonaron a la resignación de su impotencia. Quizá esta sea su última actuación en Madrid.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Viernes, 31 de mayo de 2019. Decimoctava de feria. Lleno. Toros de Alcurrucén, 1º no humilló, con fondo el 2º, sin entrega y reservón el 3º, 4º no sirvió, se dejó el 5º rajado, embestía a oleadas el 6º.
David Mora, de grana y oro. Pinchazo y espadazo tendido. Cinco descabellos (silencio). En el cuarto, pinchazo y espadazo arriba (silencio).
Paco Ureña, de rosa y oro. Pinchazo, espadazo delantero y caído, espadazo perpendicular bajo. En el quinto, pinchazo en la suerte de recibir y espadazo caído (oreja).
Álvaro Lorenzo, de azul cyan y oro. Estocada muy trasera (silencio). En el sexto, estocada desprendida (silencio).