Ginés Marín atracó más allá de la cal con una medía templadísima. Hubo una larga de frente, con el revés del capote. Cogieron velocidad las verónicas en el tendido. Él toreaba despacio. Hacía tiempo que no se veía en la feria a un torero ganarle terreno al toro bajando las manos, templando, construyendo un lance con estilo. Redujo la embestida. A Poeta se le derramaba la clase. El capote era una pecera, por ahí se deslizó el colorao y lo vimos desenvolviéndose en su hábitat por el zoom que ponía Ginés a sus condiciones: estaba hecho para eso. Qué buenas hechuras.
Empujó Poeta al caballo. Planeó sobre la lidia de Fini. Brindó al Rey Ginés Marín. En el inicio hubo derechazos del desprecio. Olvidándose del toro con la ayuda montada. Abierto por la trinchera, saltó el primer ole. La trincherilla, la cadencia del cambio de mano, parecía que arrancaba el triunfo. La faena, sin embargo, no provocó estampidas. Algo se quedaba atrás. La gente no se rompía, a pesar de que Poeta embestía pidiendo taxidermistas: la gloria está en que te disequen.
Ginés Marín se enroló en la embestida con un pie en tierra, o eso me pareció. Hubo muletazos buenos por la derecha, tan redondo Poeta, buscando más allá de los flecos. No cogió el transatlántico por la izquierda. Le faltó recorrido al toro, es verdad, pero creo que Ginés no apostó por las dos orejas. Se diluía la faena cuando el toro ofreció la última copa de temple. Un natural cogió la velocidad, tan lento, ese fue el mejor de la faena, con las luces ya encendidas. No hubo una tanda rotunda antes por esa mano. Se acabó la fiesta. Sorprendieron a Ginés en mitad de la pista con la más guapa. Por los doblones llegaba el rumor de la duda. ¿Se le había ido? Una buena estocada le puso la oreja en la mano. La ovación póstuma a Poeta se quedó corta.
Tenía Ginés la tarde para él cuando arrastraron al quinto. Salió un garcigrande sin cuello, que metió los riñones debajo del estribo. Era un toro chato, recortado, encogido. Por el rabo le brillaba una chispa encendiendo el motor. Salió galopando a la muleta de Ginés, convencido de agarrar el triunfo. Al natural las dos primeras series, como si quisiera espantar la pregunta posada en los voladizos de la plaza. Le rezaba a los tópicos de Las Ventas, colocado en los límites del tercio, en la distancia Chenel. Embestía el toro con transmisión. La muleta viajaba por bajo, trazando la embestida subterránea. Sacaba topos de la arena el toro.
A la cuarta tanda se amontonó el matador, tras un cambio de mano. Hubo un frenazo. Ya no le quedaba carbón al toro, o al menos estaba en la reserva, y la faena no remontó. Pinchó. La gente esperó al segundo intento con los pañuelos cargados. Fue buena la estocada. Disparaba al aire el público como si casaran al primogénito. El presidente pasó de la petición más larga de la historia. Las mulillas se espantaron dos veces, dándole prórrogas al pobre Ginés, que miraba al palco desesperado. Subió el portero al área: no hubo gol. Se quedó sin Puerta Grande con unos de los lotes de la feria.
Era muy feo el segundo, para qué darle más vueltas. La escalera de garcigrande guardaba estos bultos. El cuerpecillo desembocaba en una cara abierta, finas las esquinas, consumido por el ruedo gigantesco. Lo protestaron de salida. Las palmas de tango pararon rápido. Galopaba con nervio, variando el tranco, apoyando varias veces antes del embroque. Lorenzo se salió a la raya por doblones. Hubo dos muy buenos, avanzadilla del concepto clásico del joven. Un torero pulcro, quizá lineal. Un Juan Bautista criado en Alcurrucén. Empataban: si Lorenzo lo esperaba para armar el muletazo con la muleta adelantada, Tesonero le ganaba la vez al final. Justo en la serie que iba a romper la faena salió disparada la muleta. Al natural le volaron las muñecas a Lorenzo. Lo hacía muy bien el toro, volcando la cara. Exigía mando, cierta autoridad. Otro desarme decantó la balanza. Lo pinchó una vez y a la segunda cobró la pieza con diez minutos de retraso.
Derribó el quinto al caballo empujando con un pitón. El ojo de perdiz clavado en el infinito, como los periodistas a la rubia del palco 18, tan concentradas las ansias. Parecía que podría valer esa embestida sin celo, saliéndose del muletazo, volviendo casi por el compromiso del hierro. Lo sujetaba la genética. Nada, la verdad. Pinchó Álvaro Lorenzo el sexto y último toro de su feria.
Facilón, de Buenavista, remendaba la corrida de Garcigrande. Tenía accidentes blancos en el hocico y las cejas, por detrás de las orejas también, como un alféizar después de una nevada nocturna. Pasó pisando los pianos del vestido de Castella en las verónicas. Tuvo que rectificar el francés, que hizo un quite por chicuelinas ensuciado por la marejada de embestida. A Álvaro Lorenzo le pasó lo mismo. El toro estaba podrido. No tuvo opción Castella. Ni quiso tenerla en el siguiente, que era horroroso, la verdad. El primer Gremlin criado en una finca. Pensando en las conspiraciones, se tiró a los bajos.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Miércoles, 5 de junio de 2019. Vigésimo tercera de feria. Casi lleno. Toros de Garcigrande, 2º encastado, 5º sin celo, 6º con transmisión, muy bueno uno de Domingo Hernández (3º) y el podrido de Buenavista (1º)
Sebastián Castella, de tabaco y oro. Pinchazo sin soltar, pinchazo trasero sin soltar, pinchazo (silencio). En el cuarto, espadazo caído muy delantero (pitos).
Álvaro Lorenzo, de tabaco y oro. Pinchazo y buena estocada. Aviso (silencio). En el quinto, dos pinchazos y estocada (silencio).
Ginés Marín, de teja e hilo blanco. Buena estocada (oreja). En el sexto, pinchazo y buena estocada (vuelta al ruedo tras fuerte petición).