Ferrera se empeñó en compartir la ovación con Perera y López Simón. Fue un poco incómoda la insistencia de Ferrera. La gente ovacionaba la genialidad de la semana pasada, como si a los sucesos tan buenos no se les dejara de aplaudir nunca, y el torero miraba al callejón, haciendo gestos. Sus compañeros hicieron lo posible por no pisar la arena. Ferrera los arrancó de las tablas y saludaron los tres cuando ya la gente bajaba las manos.
Un murmullo de asombro recorrió los tendidos. López Simón cambió de vía al toro. Los raíles colocados por detrás, alumbrado un pase por la espalda sin apenas espacio. "Ooooh”, dijo Las Ventas, como inaugurando una nueva era en los públicos. El quite de antes había sido bueno, respondiendo a la tauromaquia vieja de Ferrera. Tafalleras new age frente a las salidas del peto toreadas. El toro mantenía unas líneas finas, afiladas las aristas, con la mazorca sobresaliendo como dos manguitos. Embestía muy despacio, sin excelencias. El temple bueno. López Simón avanzó por la faena sin meterse en jaleos. Pisaba terreno conocido: el muletazo muy normal, la ligazón, tandas cortas, los pases de pecho volanderos. Toreó así por las dos manos un buen rato. Paró los relojes pero al revés: no pasaba el tiempo. El toro apuró su velocidad, él también. Hubo comunión sin arrebato, una comunión lacia, no palpitaba nada debajo del montón de los muletazos.
Jalearon las tandas, como si la gente viese a Belmonte, no sé. Nunca pasó de ese nivel tan medio. No le hacía falta: iba a triunfar por agotamiento. A las bernadinas la faena llegó tocando el listón de la oreja, la orejita, vaya. Una espectacular voltereta parecía haberlo desarmado. Cayó fatal. Quedó en el suelo traspuesto. Las asistencias creyeron encontrarse a un hombre herido, hecho un ovillo López Simón. Lo levantaron recreando alguna escena del Greco, esas greñas, tan blanco el matador.
El golpe lo había dejado seco o eso creíamos. El Lanjaron del mozo de espadas fue maná reconstituyente. Un chupito de Jager a las seis. Ya estaba de pie el héroe de los oficinistas. Puesto otra vez a las bernadinas, que salieron limpias, con las dos orejas palpándose en el ambiente. Entonces se tiró a matar sonado, intentando hacerlo sin muleta, pero la soltaba debajo del hocico, un instante antes de llegar con la espada, valiente pero no mucho. Chocó contra los pitones, hecho un pelele. El toro no daba crédito. Casi se muere antes de vergüenza ajena. La tortura del ridículo. Lamentablemente, tuvo que esperar al descabello. Creo que será la peor vez que esta plaza haya visto ejecutar la suerte suprema. A esas alturas la ovación fue hasta exagerada.
Es verdad que con el sexto no tuvo opciones. Las formas de López Simón son preocupantes. Es el Benjamin Button del toreo: cuantos más años cumple, más rejuvenece técnicamente. ¿Qué pasará cuando celebre una década como matador? Será el primer sin caballos que abra la Puerta Grande en San Isidro.
Zabala me chivó que los dos lances de Ferrera al cuarto fueron tijerrillas. Luego, del caballo lo sacó con una tafallera y otra gaonera, afaroladas. El segundo puyazo escupió al toro hasta su capote. Se lo quitó de encima, rebotando la bala perdida del toro en las tablas después de pasar entre los toreros que guardaban la suerte. Ferrera hizo un gesto en plan ahí lo lleváis. Bastante raro. Tuvo su momento Fernando Sánchez. Cambió los terrenos radicalmente, llevándose al toro al 5, cruzando el Mississippi de Las Ventas Ferrera. Bajaron al 2, frente a chiqueros, envueltos en la desgana del toro. Molestaba el aire. Hubo quizá un natural relajado. Nada más.
Caraseria tenía la cara a tres pisos del suelo. Los zancos colocados debajo del bidón negro. Además, no tenía papada. Parecía la calavera de la muerte persiguiendo los trastos, con las puntas cortándole briznas al aire. Tenía una seriedad prehistórica. El trapío de roca. Al lado de Ferrera se hacía gigante. Un poco más. Rebotaba sobre la muleta. La presencia del viento contaminaba los intentos de Ferrera, que buscó la distancia media, trasteó entre rayas, más cerrado. Fue imposible. No quería embestir.
El segundo estaba bien hecho. Por dentro, ruinoso. Un cartel enorme le colgaba del cuello. Peligro de derrumbe. A la desolación le colocaron una bata de cola: la banderilla clavada en la rodilla. Una excusa más para no embestir. Era muy difícil coordinarse con cinco patas. Perera no pudo armar nada. Sí consiguió cerrarle los huecos al quinto, cortando su huida. Se quejaba si le obligaban a embestir. Perera halló un puñado de muletazos, aguantándole la embestida rebrincada. La espada cayó perfectamente perpendicular.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Jueves, 6 de junio de 2019. Vigésimocuarta de feria. Casi lleno. Toros de Puerto de San Lorenzo, 1º no se empleó, 2º vacío, bueno el 3º, 4º sin entrega, 5º rajado como el 6º que se paró.
Antonio Ferrera, de azul marino y oro. Pinchazo, espadazo (silencio). En el cuarto, espadazo bajo (silencio).
Miguel Ángel Perera, de blanco y plata. Pinchazo y estocada (silencio). En el quinto, espadazo algo delantero. Cuatro descabellos (silencio).
López Simón, de gris y oro. Cuatro pinchazos. Un descabello. Aviso (ovación). En el sexto, pinchazo, sartenazo y espadazo atravesado. Cinco descabellos. Aviso (silencio).