Ya han pasado 25 años desde que César Rincón mató a Bastonito. Convertir en cadáver al toro de Baltasar Ibán forma parte de los mitos de la tauromaquia. La Ilíada de Sésar uno de los hechos fundacionales. El matador colombiano pasea por la calle Eduardo Dato con el recuerdo del toro haciéndole hilo en los tobillos. El fantasma de la fiera resopla todavía al hombre que se hizo matador en el ambiente desenfadado de nuestro país en los 80, triunfando en los 90, cuando a España ya no le salían hambrientos. Rincón apareció en el San Isidro de los Lozano quemando todos los claveles, rompiendo los escaparates de los empresarios y figuras: tuvo que abrir cuatro veces consecutivas la Puerta Grande de Madrid para convencerlos. Trata de disimular lo bien que duerme sobre la almohada del récord intacto. No le sale.
César Rincón se proyectaba sobre el toro, volcándole las frustraciones de los pobres. Mantiene quizá el brillo del resentimiento, como si todavía tuviera que demostrar que hizo cosas muy difíciles. La profesión ya no le examina, aunque él considere que sí. Su carrera fue una espiral de triunfos y cornadas, la mayoría de los dados lo devolvían a la casilla de salida. La biografía es un manual de autoayuda para adultos cuajados. No sé si en Malasaña lo soportarían. En el primer intento de asaltar Europa, murieron su madre y su hermana en el incendio de su casa en Colombia. Disfrutando de la inercia que alguna vez tienen las figuras, le diagnosticaron Hepatitis C. Tres años después de arrasar Madrid, aparece Bastonito. ¿Qué había que probar?
Cruzar la habitación de la fiera fue un hito. Forcejearon cayendo por el vacío de la estocada, aprisionado el pecho del torero, buscándole la yugular. Quería lanzarle el bocado al hombre capaz de acceder a la guarida. Cayó el toro y se levantó César Rincón, salpicado de sangre, intacto el cuerpo. La forma de acercarse al bicho caído, por fin, en la arena, define su forma de ser. Tranquilo, sin dramatismos, seguro de sí mismo, como si repitiera en una letanía de hambres y miedos la frase que define su vida: “Lo conseguí”.
Roca Rey, otro torero americano, ha venido a darle la vuelta al toreo en España, casi treinta años después de su irrupción. ¿Ha sentido peligrar su hito?
Todo lo contrario. Ojalá vinieran más con esas marcas. Es bueno para el toreo. No siento que me lo vayan a quitar. Lo bonito es que a uno le recuerden. La vida es bonita. Nací de una familia muy humilde. A parte de haber ganado dinero, lo más bonito que me ha podido pasar en la vida es que alguien me recuerde. Madrid me recuerda, el templo del toreo. Es algo espectacular para mí. Veo a Roca Rey y me encanta. Le admiro muchísimo. Son épocas diferentes. Él es un revulsivo no sólo para España sino para el mundo. ¡Nadie pensaría que iba a salir un torero de Perú! Es más fácil que salga un torero mexicano. Creo que hay un malfario más bien en México. No sale nadie a hombros en Madrid desde hace 40 años. Hay toreros extraordinarios, ojo. Sabemos que México es una fábrica de hacer toreros. Pero el toreo es tremendo y ha salido del Perú.
Roca Rey está sacando el toreo fuera del sector, hay expectación siempre que torea y arrastra a mucha gente. Pero no ha tenido la repercusión de su irrupción en Madrid en el 91, cuando abrió tres puertas grandes consecutivas en San Isidro.
Cuatro.
Bueno, luego cuatro con la de Otoño. Imagínese si lo hace Roca Rey.
Para mí sería hermoso que un torero de esa dimensión pudiera decir ‘he igualado a César Rincón’. Eso ya sería noticia. Estoy tranquilo, tengo mucho más de lo que soñé un día. A mí Madrid me ha exigido siempre mucho. No me podía relajar. La única que vez que sentí el cariño de la plaza fue en 2005, cuando toreaba la corrida de Alcurrucén. La última Puerta Grande. Roca Rey rompió los carteles como los rompí yo entonces. Las ferias estaban como ahora, muy hechas, había un bloque de matadores.
¿Es verdad que Luis Álvarez le convenció para sustituir a Fernando Lozano en el baño de la habitación del hotel?
Fernando Lozano era el que estaba cogido. Había un hueco al siguiente día con la corrida de Murteira Grave. Fue muy bonito porque, mira, me convertí el día 21 de mayo en el primer colombiano que salió a hombros en Madrid. La prensa de Colombia estaba impresionante, todos metidos en la habitación. El cuarto del Foxá no era la suite del Wellington. Era una vainita chiquita. Estaba rodeado de amigos, haciendo declaraciones a todos los medios... En esas viene Luis y me dice que tiene que necesita hablar conmigo una cosa importante. No podía decirle a la gente que se fuera. ‘Métase aquí en el baño’. Una cosa rara, ¿no? Se sienta en el inodoro y yo en la bañera. ‘A ver cuente’, le digo. ‘Necesito que pongas atención porque es delicado’. Estaba eufórico con toda esa vaina. ‘Me han ofrecido que torees mañana en Madrid’. Digo ‘guau, cómo’. Y empieza a darme razones para torear.
Claro, torear con Espartaco, y con otro torero experto en ese tipo de toros fuertes, esos encastes, como era Ruiz Miguel, era muy bueno. Entrar en el cartel de una figura máxima era una oportunidad. Y aunque la corrida era de Murteira, los Lozano, empresarios, apoderaban a Fernando Lozano, por lo que no iba a ser una mala corrida. Había garantías. Torear al día siguiente suponía el riesgo de poder devolver lo hecho. Cuando salimos del baño dije ‘venga, que mañana toreo, todo el mundo fuera’. Algunos se quedaron alucinados. ¿Pero qué necesidad? Luis Álvarez me contó que ya tenía firmadas 30 tardes con Manolo Chopera. Al menos si no pasaba nada, tenía ese colchoncito. Fue todo muy rápido.
Lo mejor es que había unos amigos colombianos que vinieron a verme a Madrid. Estaban celebrando la Puerta Grande sin enterarse de que había cogido la sustitución, y que toreaba al día siguiente. No fueron a verme a Las Ventas porque seguían por ahí celebrando el triunfo. Y cuando vieron en los periódicos que volví a salir a hombros se quedaron... ‘Pero esto cómo puede ser’, decían.
Supongo que la primera Puerta Grande ilusiona, ¿pero qué sintió con las que vinieron después de forma consecutiva?
Increíble. Cortarle las dos orejas otra vez a ese toro fue para mí tremendo. Luego, en la Beneficencia también, increíble. Para triunfar necesitas ser regular y sobre todo en Madrid, que exige a los toreros. Cada tarde es empezar de cero. Mira el chaval que toreó ayer [por el miércoles], Álvaro Lorenzo. Parece que nadie se acordaba de que cortó tres orejas en Madrid, pues salió a hombros y eso quedó difuminado, no le ha servido tanto. En Madrid hay que triunfar siempre. O Ginés Marín, que estuvo sensacional en la confirmación, luego pasó por un tiempo más gris, y otra vez se ha puesto las pilas. Se supone que esas puertas grandes deben valer pero hay que ser regular, triunfar y triunfar siempre.
Su nombre ha quedado ligado al de 'Bastonito' para siempre.
¿Qué bonito, no? Lo importante es que la gente lo recuerde. Formamos un tándem para la historia. Rincón y Bastonito, Bastonito y Rincón. Con los toros hay que tener suerte también. Y hay que estar preparado. Si te viene un toro extraordinario y no lo estás, es duro. Mira, he compartido muchos carteles con El Cid, que tenía una suerte tremenda en los sorteos. Todos los buenos le tocaban a él. No había manera, ni cambiando el orden al coger las bolas, ni nada. Un día, en un festival, matábamos una corrida de El Torreón. Estaba anunciado El Cid. Fuimos al sorteo. A él le tocó uno precioso, a mí el más feo. Se me acerca y me dice, ‘¿te importa cambiármelo?’. Hicimos el cambio. El bonito fue un hijueputa. Y el otro buenísimo.
¿Le cansa hablar de la faena?
No, para nada. Además la he visto muchas veces en el vídeo.
A la gente le costó entrar.
Sí, se escuchaban pitos. Había mucho jaleo con el toro ese, la gente estaba enfadada. Además, el toro se durmió en el peto durante mucho tiempo. No quería darle mucho porque pensabas que a lo mejor no respondía luego en la muleta. Ahí dormidito sin empujar. Entonces estaba más pendiente de que me sirviera luego. Y cuando cogí la muleta y le di el primero [hace el gesto con la mano derecha] me vino por aquí [señala al pecho] y digo ¡si es un león!
¿Estaban de parte del toro?
Se pusieron de parte del toro. Es de esos toros con los que había que estar bien, muy concentrado. Con un oído escuchaba los pitos mientras que el resto de los sentidos estaban muy puestos en el toro, en sus reacciones. Creía que le había ganado la partida y otra vez había que empezar de nuevo. Ya lo tengo, me decía, y nada. Se revolvía si no tenía su espacio. Es que el toro te quería comer. Me lo avisaba constantemente.
La primera voltereta llega por querer ligar un pase de pecho. Lo hizo y le echó mano.
Fue cuando la gente se dio cuenta del esfuerzo que estaba haciendo. Fíjate, esa faena se recuerda más que las puertas grandes.
El Viti dice que el toro tiene que mirar al torero.
Claro. El toro tiene que mirar al torero. Lo que pasa es que ahora la técnica es depuradísima. Se ha conseguido también una embestida más fija en la muleta. El toro ha cambiado mucho. Se puede ver en las películas, que los comportamientos son diferentes. A veces los toros hacían cosas raras, había que estar muy atento a sus respuestas porque eran cambiantes. El toro tiene que mirar al torero, claro. Además, es precioso cuando lo llamas y hace así, mete la cara en la muleta después de haber estado pendiente de ti.
Hay dos momentos clave que cambian su vida. Murieron su madre y su hermana y también falleció El Yiyo. ¿Cómo le afectó?
Llegar a España fue impresionante. Venía de una familia muy humilde. Andaba por las calles haciendo de reciclador. Pasaba a ver a las figuras del toreo, Paquirri, por ejemplo. Me impresionaban los hoteles donde se vestían, los carros que conducían. Limpiaba los capotes a cambio de una entrada y sabía que donde quería estar era ahí. Vine a España y fue un cambio radical. Jamás monté en un avión antes. Vivíamos en una casita muy pequeña, en la que compartía cama con mi hermano y mis hermanas compartían otra. El baño estaba debajo de una escalera, imagínese, era todo muy chiquito. Las muertes de mi madre y mi hermana las arrastraré siempre. Quería ser figura del toreo para comprarle a mi madre una casa y eso, desgraciadamente, nunca lo pude cumplir.
¿Fueron muy amigos El Yiyo y usted?
Sí, porque cuando vino a Colombia andábamos de tentaderos. Luego, en España yo me juntaba con él, íbamos de un lado para otro. Su muerte supuso que me quedara solo en España. Claro, Tomás Redondo tenía todo el derecho del mundo a hacer lo que hizo, no a suicidarse, pero sí a no seguir en el mundo del toro. Se le había muerto Yiyo, claro. Era comprensible. Entonces yo me tuve que volver para Colombia sin nada después de la confirmación. Allí empecé de nuevo, me ayudó un torero que estaba funcionado mucho, con ambiente en Colombia. Gitanillo de América se llamaba. Toreé sólo un festival en Mijas. Me di cuenta de que era una ruina. No iba a ningún sitio. Entonces cambié y empecé a torear por Colombia, a ganar algo de plata. Sabes que para empezar a torear en España hay que endeudarse. Fue un momento muy complicado porque los acreedores estaban ya tocando a la puerta. Por suerte, pude volver a España y fue cuando empezó todo. Pagué mis deudas y toda esa vaina.
En 1990 sufrió en Palmira la primera cornada. Perdió mucha sangre. Incluso se plantearon amputarle la pierna.
Fue el 2 de noviembre de 1990. El toro me partió la arteria femoral y la safena. El toro era un beserro [recrea los pitones con los dedos]. No le di importancia y a punto estuvo de matarme. Tirándome a matar me cogió. El chorro de sangre era... Perdí mucha sangre. La enfermería de Palmira no tenía nada. Así que me trasladaron en ambulancia al hospital. Los médicos me llevaban en la camilla y era tal la urgencia y las condiciones tan malas que al entrar por una puertita pequeña no cabíamos. Salí disparado porque los médicos entraron a prisa y se quedaron atascados. Me recogieron del suelo otra vez sangrando como estaba. Lo único que recuerdo después fue tener puesta la mascarilla. Intenté mover los dedos y ya no podía. Escuchaba una voz “se nos va, se nos va”. Luego, los médicos me contaron todo lo que hicieron. Hubo que ponerme mucha sangre. Había que pedir sangre de mi tipo con urgencia y así lo hicieron.
Fue difícil que aceptaran en el toro las exigencias de un colombiano
Se especuló sobre si fue ahí cuando se contagió de hepatitis. Sufrió mucho con la enfermedad.
El tratamiento fue horroroso, como una quimioterapia.
A pesar de lo que los médicos le recomendaron retirarse, siguió toreando.
Claro, no podía dejar escapar todo lo que había conseguido. Tenía que hacer unos esfuerzos tremendos para mantenerme. Yo hacía los esfuerzos y otros toreros se llevaban la platica [ríe].
¿Quiénes?
Pues Ponce, Espartaco, Joselito... Veía que cada vez estaba más débil, me costaba mucho, y fui al médico a hacerme unas pruebas. Al ver que tenía Hepatitis C pues decidí no decírselo a nadie. Las cosas no iban bien porque cada vez que me vestía de torero era un esfuerzo tremendo. Don Pablo Lozano me dijo en un momento determinado que no debía seguir toreando. Entonces le conté lo de mi enfermedad. No lo sabía nadie. Me lo callé porque tenía que seguir. Pero fue muy difícil.
La verdad es que los toros no le han dado tregua. Su trayectoria está plagada de golpes, volteretas, cornadas. Casi con la misma intensidad que el triunfo.
Algunas carreras son de rosas y otras de espinas. La mía fue de espinas muy bonitas. Ponce me llamaba el pupas.
En 2001 no se planteaba torear de nuevo. Pero en 2007 se despide de Sevilla triunfando. Y con otro volteretón.
Sí. Cuando me dieron los resultados, y los valores de la transaminasa estaban bien, se lo conté a Felipe Lafita. Me dijo que había que celebrarlo toreando una becerra en El Torreón. Me temblaban las manos, era lo único que quería hacer. Los Lozano me dijeron que estaba loco por querer reaparecer, pero me apetecía. Entonces empezamos a torear festivales y esa vaina, a empezar de nuevo porque no podía llegar así a las plazas. Tuve que hacerme otra vez torero.
La voltereta de Sevilla demuestra que se expone más cuando se queda colocado el torero para ligar.
No pensaba que ese toro me fuese a coger, la verdad. Estaba en una posición en la que era imposible escaparse, con la muleta delante. A mí me encantaba llevar los toros desde delante hasta atrás. Ahí le das la posibilidad al toro de mirarte. Lo hizo y se vino a por mí. Si toreas de uno en uno estás más tapado, no expones tanto. Por ejemplo, a mí hay una cosa que no me gusta nada que es la rueda. En la rueda te quedas siempre en la pala del pitón. En la oreja. Le tapas al toro la cara. No te va a coger nunca pero el muletazo debe ser soltar y enganchar. Al toro lo maté recibiendo, que me gustaba mucho porque le tenía cogido el aire. Para mí estatura era fenomenal, muchas veces no veía donde poner la espada. Manzanares se reía cuando tuvimos que matar en Francia una corrida de Atanasio altísima. Le eché la muleta y sólo acerté a clavarle al toro la espada en la testuz.
En Sevilla le costó entrar.
Sí. Me fastidia no haber toreado la corrida de la Expo del 92, que se suspendió. Toreaba con Curro Romero y Espartaco. Luis Álvarez decidió que no toreábamos, por una decisión que había tomado el apoderado de Espartaco, que era el que tenía fuerza. A Curro Romero le daba igual. ¿Qué iba a decir Curro Romero? A Espartaco a lo mejor no le interesaba torear, pero yo quería. Lo que pasa es que cuando pones tu carrera en manos de alguien pues hay que aceptar lo que viene. Si Luis Álvarez tomó esa decisión vale, pero yo quería torear. Un día fui a Vic Fezensac con una pedazo de corrida de Rocío de la Cámara. Esas cosas no las hacen ahora los toreros. Ahora lo veo, cómo los llevan de bien algunos apoderados. El torero tiene que tener sus prioridades.
¿Le queda clavada la espina de la Expo?
Claro. Si es que yo quería torear la corrida. Pero bueno. Lo peor fue lo que vino después, la multa que tuve que pagar por no torear. Es que es tremendo. Lo decide el apoderado y la multa la pago yo [ríe]. Pasa igual que cuando dicen ‘hemos cortado las orejas’ o ‘ha estado mal’. Oiga, el que las corta las orejas soy yo y el que está mal también soy yo. En el triunfo todo el mundo quiere estar contigo.
¿Fue difícil que lo aceptaran en determinados ambientes?
Sí, ahora las cosas han cambiado, tenemos la conciencia clara de que hablamos el mismo idioma, el idioma del toreo. Pero en aquella época que un colombiano viniera a exigir era difícil aceptarlo.
Cuando triunfa, se encuentra a Ortega Cano en plenitud, Espartaco al final de su trayectoria y a Enrique Ponce arrancando, con el que compartió después muchas tardes. ¿Tenía más raza que ellos?
Sí. Ellos tenían otro estilo. Lo bueno es que todos los estilos y los conceptos tenían cabida.
¿Habría entrado en el bombo que propuso Simón Casas?
No. Los músicos tienen todo preparado para que los conciertos salgan bien, por ejemplo. Hay que darle al público lo que le pide a cada torero y eso no se puede sortear. Añade más suerte de la que ya hay. Esto no es como el fútbol. No queremos que a Morante le toque en el bombo la corrida de Miura, por ejemplo. Nos decepcionaría muchísimo el resultado.
Pero Simón Casas tenía razón, San Isidro es la feria del cambio. ¿Hacía falta?
¿Sabes qué pasa? Están embistiendo muchos toros esta feria. Madrid es una plaza de oportunidades. A los toreros nuevos le está viniendo bien ser el centro de atención. De ahí salen toreros. Una feria muy interesante. Tremendamente interesante. Con muchas cosas buenas. La nota triste es la poca sensibilidad del público en momentos puntuales. Deben dar un poquito más de importancia a que los toreros se juegan la vida. Hay casos concretos como el de Escribano o Juan Leal o el chaval de Valencia, Román, que me pareció que estuvo hecho un león. Esas cosas hay que valorarlas.
¿Considera que las figuras se han cerrado demasiado con algunas ganaderías?
Eso ha pasado y no debería. Entiendo que los toreros estén mejor con determinados toros, que sacan lo mejor de sí mismos. Tu siempre quieres bailar con la que funcionas mejor. Está claro que a la gente hay que darle lo que piden de cada torero, lo que hemos hablado antes. Pero deberían hacer algún gesto porque eso engrandece las carreras. Como Castela este año en Sevilla con Miura. Está fenomenal que lo haga, pero eligiéndolo él. Las figuras deben abrir más el abanico. Y los nuevos también. Así no tendríamos que llegar a la necesidad de hacer un bombo.
¿Criar toros es una ruina?
Mucho más que una ruina. Pero no hay sensación comparable a la de ver embestir un toro tuyo. Ahí no te preocupas por la plata, no hay nada más. Felipe Lafita estaba muy solo cuando le compré la ganadería. La vendió porque no tenía a nadiem un hijo con afición, o algo, que se quisiera hacer cargo. Pero venderla fue sólo trasladarla de manos y de dinero [ríe] porque yo lo hacía participe de todo, me acompañaba a los tentaderos, estaba conmigo. Muchas veces los ganaderos venden y se olvidan. Él se quedó conmigo, venía todos sitios y yo le contaba todo lo que pasaba.
En algunas ciudades, la población de mascotas supera a los niños.
Me parece terrible la sociedad que se está creando. Han equiparado las necesidades de los animales con las del hombre. La gente de la ciudad no sabe que la verdad está en el campo. Ahora llevan algunos a las mascotas en el andador para los niños. A los animales hay que respetarlos pero no somos iguales, por favor. Están confundiéndose algunas cosas.
En un momento determinado, sonó su nombre para ser patrono de la Fundación Toro de Lidia. ¿En qué quedó eso?
Estamos en ello. Quedaron en hablarme del tema. Ayer [el miércoles] me llamaron Luisma [Lozano] y Victorino, precisamente. Es importante colaborar para cualquier cosa que tenga como objetivo la promoción y defensa de nuestro patrimonio. Estamos en trámite de convertirme en patrono de la Fundación, sí.
Fue recibido como un héroe en Colombia, cuando volvió tras las puertas grandes, como si fuese un Jefe de Estado. Se paralizó el país. ¿Pasaría lo mismo ahora?
Qué va. Fíjate que cuando llegué mi foto aparecía en los periódicos, en todas las portadas. Cesar Rincón un héroe, abre la Puerta Grande de la primera plaza del mundo, decían. Era increíble. Cuando me retiré un periódico tituló “se retira el mayor criminal de Colombia”. Y a las Farc, que han matado y han hecho de todo, los tratan como si fueran unos benditos.
Llegar a Colombia después de todo lo que pasó era para decir ‘lo he conseguido’.
Exacto. Esa es la frase. ‘Lo conseguí’. Por suerte, el toro me lo ha dado todo. Sin el toro yo estaría quién sabe donde en Colombia. Mi familia tiene nacionalidad española, aquí tengo mi vida, es extraordinario la posibilidad de mejorar que me ha dado el toro. Sí, me queda el recuerdo de mi madre, pero el resto todo ha sido positivo.
¿Cuándo volvió a Colombia se le acercaron narcotraficantes? Alguno era muy aficionado.
Imagínate en aquella época. Estaban en todo su esplendor. Una vez en Portugal nos hicieron desnudarnos a mí y a toda la cuadrilla cuando vieron nuestros documentos. ¿Colombianos? Narcotraficantes. Hicieron mucho dinero. Importaron mucha sangre brava a Colombia, tenían sus ganaderías, fincas muy grandes. No sé si trajeron las vacas de forma legal o no, pero lo cierto es que hicieron que el toreo creciera en nuestro país. Yo me aproveché de aquello, porque iba a tentar a sus casas, toreaba en las corridas que organizaban. Era mi único trato con el narco en Colombia. Nada de lo otro, eh.