Santanero salió con la mirada eléctrica, como si al pisar el ruedo hubiera cargado las reservas con 10.000 voltios de atavismo. Tuvo la primera arrancada que tienen los toros de mis pesadillas. Los cinco años y medio rumiados en el campo. A César Fernández se le paró en un capotazo, interrogándole. Santanero tenía esa manía: mantenía la mirada a los toreros. Montado, largo, las puntas negras remataban su actitud de carterista. Se relamía el bicho. Al capote de Román llegó frenado, metiendo y quitando marchas, como si quisiera girar una chicane. Derribó al picador, que se agarró bien en la revancha. En la lidia, esperaba al capote a la distancia justa. Bueno, a la que se le antojara. Que guardaba algo se le veía en el rabo: lo giraba para darse cuerda. Era complicado sujetarle los caprichos. Terminaron lidiándolo en el 1. El presidente fue peor que Gorbachov: la burocracia casi acaba con El Sirio. Arriesgó, y salió cogido por cumplir los caprichos de este tipo sin afición, que contaba las banderillas como si contara las balas.
Tenía violencia Santanero. Encrespadas sus intenciones. Llegó orientado a la muleta. Había pocos secretos para él en esto de los toreros. Aguantaba Román la incertidumbre del embroque, enfrentados en una batalla sicológica. Santanero se quitaba las banderillas como si peinara flequillo. Miraba de reojo la muleta. Roman lo tanteó, corriéndole la mano, firme, asentado. Un tío. No había dudas, al contrario, abrió un maletín de certezas. Calibró las distancias conforme avanzaba Santanero. El toro tenía emoción porque no iba metido. Qué iba a ir. Si perdía la muleta, salía aburrido, decepcionado por no encontrar algo que echarse a las puntas. Todo se hizo por la derecha, con muletazos sueltos encontraba Román los huecos en la trinchera.
Después, la muleta puesta alumbró una tanda dura y espinosa, celebrada como lo que fue: la victoria del hombre. Hubo oles redondos. Lo esperó en los frenazos, regurgitando el uy. Santanero fue haciéndose a la idea de que hoy moriría él. Al natural se rajó, evidenciando su fondo de alimaña viciada. La cara ya bajó una cuarta.
Guardaba un último golpe, sin embargo. Román se tiró detrás de la espada para conquistar la fiera, ponerle su nombre al morrillo, acabar la única conversación posible con algunos animales. Santanero guardaba la faca en el bolsillo. Un golpe abrió la pierna en canal cuando sintió el acero. Giraba Román sobre el pitón en un reloj infernal. A la noria mortífera le caían sus kilos abriéndole las carnes. Bocabajo, sin escapatoria. Fueron tres segundos espesos como tres décadas. Suspiraba la guadaña, hurgándole las constantes vitales. Quedó en el ruedo taponándose el boquete que se intuía. Cayó también el toro, ondeando la sangre del torero que empapaba su pitón blanco hasta la cepa, como una esponja astifina, convencido de haber empatado. El hombre siempre gana. Un nubarrón recorrió los tendidos mientras se llevaban a Román malherido, inconsciente, tocado por el beso de la muerte.
Curro Díaz se inventó al cuarto. El toro se lo pensaba, pero iba, soso, a media altura. Los pitones recorrían un arco más amplio, abierta la circunferencia. La media luna gigante. El ambiente tenía la gravedad de la sala de espera de un quirófano, que es en lo que se convirtieron los tendidos. Dejó la montera en la puerta de Padrós. Los oles fueron el cigarrillo del hospital. Se salió torero con el toro. Recuerdo la trincherilla, tan exuberante. Luego, toreó natural, alcanzando el derechazo vertical, relajado, con los hombros caídos, por donde tocó techo la faena. Qué pellizco. Para olvidarse de todo. Acabó una tanda con el pase de las flores, colgado de la torería. Lo mató por derecho.
No como Pepe Moral, aturdido como el resto, incapaz de echarse sobre el toro. No lo juzgo. El segundo, Camarito, era bajo, descolgado. A Moral le hizo tres regates aprovechando las rachas de viento. Del caballo salió encogido, aunque poniendo sobre la mesa el temple. Vicente Varela lo gastó en la lidia, la verdad. Pedía sutilidades. Había un dramatismo soterrado. Puso una autovía en los doblones Pepe Moral, en línea recta, quitándole lastre. Embistió con suavidad Camarito. Al final del muletazo le soltó un aviso al torero. Pero echaba el hocico por delante. Los matices los reunió en la mejor serie, quemando el yacimiento de fuerza que sostenía la calidad. Pepe Moral lo templó. Al natural no quedaba nada.
Curro Díaz toreó desde el principio al natural al sexto. Tenía pectorales el toro. Colocada muy bien la muleta, poniéndole ritmo al bicho átono. Los muletazos por debajo de la pala tenían entidad. Caminaba el malaje si lo llamaba con la derecha, despacio, sin pasar luego. Un regalo. Curro Díaz estuvo seguro, sorteando las embestidas sin descomponerse. Demasiado lujo para lo que tenía delante.
Ofensivo, con las puntas hacia delante, gris y negro, el primero no se sostuvo. Apareció un sobrero de Montalvo, que tenía enanismo, con los hombros y la cabeza desarrollados, un enano matón, y unas caderas estrechas, de falda de tubo. Bajo, la verdad. A los capotes volcó una vez la cara. Tuvo genio, soltando pitones, quizá por la falta de fuerzas que lo bloqueaba. Derrapaba en los embroques. Soltaba la cara al final. Cuando se asentó, Curro Díaz le puso bien la muleta. Tuvo paciencia para conseguir algún muletazo limpio. No como los primeros, dormido el matador, deseando matarlo. Templó algunas brusquedades. Lo acuchilló en los bajos.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Domingo, 9 de junio de 2019. Vigesimoséptima de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Baltasar Ibán, embistió con suavidad el flojo 2º, 3º violento y orientado, 4º soso, 5º sin entrega, 6º malaje y el 1º bis de Montealto con genio.
Curro Díaz, de azul pavo y oro. Metisaca en los bajos, espadazo algo caído (silencio). En el cuarto, espadazo tendido (oreja). En el sexto, espadazo (palmas).
Pepe Moral, de canela y oro. Pinchazo, pinchazo hondo. Un descabello (silencio). En el quinto, cuatro pinchazos y medio espadazo tendido (pitos).
Román, de atlántico y oro. Gran estocada en el único que pudo matar (oreja).
PARTE MÉDICO
Román: Herida por asta de toro en tercio medio de la cara interna del muslo derecho, con una trayectoria de 30 centímetos hacia fuera y hacia abajo que produce destrozos en el vasto interno, musculatura aductora, contusión con vaso espasmo de arteria femoral. Rodea fémur por su cara posterior, produciendo la contusión del nervio ciático, presentando orificio de salida por cara externa del tercio inferior del muslo. Es intervenido quirúrgicamente bajo anestesia general en la enfermería de la plaza de toros. Se traslada al hospital San Francisco de Así para valoración vascular. Pronóstico muy grave, que le impide continuar la lidia.