Galicia es conocida por su enorme riqueza natural, gastronómica y también patrimonial. En este último caso, los monasterios conforman uno de los tesoros arquitectónicos más importantes de la región, repartidos a lo largo y ancho de las cuatro provincias en enclaves privilegiados rodeados de naturaleza, paz y armonía. Estos antiguos cenobios empezaron a surgir y proliferar en el territorio gallego allá por el siglo VI, ubicados todos ellos en lugares ideales para el retiro espiritual donde pequeñas comunidades religiosas dedicaban su tiempo a la vida ermitaña. A día de hoy son muchos los monasterios que todavía conservan gran parte de su esencia y estructuras intactas, mientras otros tantos han tenido que conformarse con sobrevivir al encanto de las ruinas o al haber experimentado una particular metamorfosis en su existencia para acoger otro tipo de proyectos que van más allá de la religión ―como en el caso del Monasterio de San Clodio o el Parador de Santo Estevo, ambos rehabilitados y convertidos en hoteles.  

Al norte de la provincia de Pontevedra, enmarcado entre sistemas montañosos, valles verdes y tres importantes cursos fluviales ―el Ulla, Deza y Arnego― se encuentra el histórico municipio de Vila de Cruces. De hecho, entre los límites de esta localidad gallega destaca el caso de la iglesia parroquial de San Salvador de Camanzo, un antiguo templo monacal que hunde sus raíces en el primer cuarto del siglo X. Lo cierto es que las huellas del primitivo monasterio todavía resultan visibles en algunos puntos de la estructura, entre ellos en la parte norte de la iglesia donde la entrada a la sala capitular (hoy día utilizada como almacén) conserva un curioso ejemplo de claustro románico. Un elemento que lo hace especialmente particular y que además lo convierte en una verdadera joya patrimonial de Galicia, ya que en el territorio resulta mucho más habitual encontrar cenobios con claustros renacentistas, neoclásicos e incluso góticos. 

De templo monacal a iglesia parroquial

Arcos románicos del antiguo monasterio. Foto: Wikipedia

En pleno valle de Vila de Cruces, ubicado en la actual parroquia de Camanzo, el antiguo monasterio de San Salvador de Camanzo se presenta al visitante como un auténtico tesoro del arte románico convertido en templo parroquial. La realidad es que la mayoría de los elementos conservados del conjunto monástico pertenecen a la segunda mitad del siglo XII, pues hay que tener en cuenta que la estructura sufrió importantes alteraciones en las primeras décadas del siglo XVI. Pese a todo, hasta nuestros días han llegado interesantes restos del monasterio primegenio como las tres arcadas románicas que dan paso a la sala capitular, el único vestigio del antiguo claustro románico. Además, en el trazado de los ábsides también se pueden apreciar ciertos detalles de origen prerrománico. 

El cenobio en cuestión fue fundado por los Condes de Deza, Gonzalo Betótiz y Doña Teresa (también fundadores de San Lorenzo de Carboeiro), en la primera mitad del siglo X, alrededor del año 1166. Hay que señalar que la iglesia actual se construyó aprovechando el esplendor del monasterio sobre un edificio anterior de origen prerrománico y dedicado a San Martiño, actual patrón de Camanzo. Sobre la historia de este antiguo templo cabe destacar también que hay constancia escrita e histórica de la existencia del monasterio ya en el año 1115, época en la cual la reina Doña Urraca (1109-1125) puso la propiedad bajo la jurisdicción de la archidiócesis de Santiago de Compostela durante toda la Edad Media. No sería hasta 1516 cuando el cenobio pasaría a formar parte del Monasterio de San Paio de Antealtares, ubicado también en los límites de la actual capital gallega. 

Por otro lado, también desde sus orígenes este espacio para el retiro espiritual en Vila de Cruces se mantuvo adscrito a la regla benedictina, acogiendo en un primer momento a una comunidad masculina de monjes benitos. Más tarde, alrededor del siglo XV, el conjunto monástico congregó a un colectivo de monjas de la misma orden tras la reforma de los monasterios gallegos, las cuales habitaron el lugar hasta la exclaustración de las mismas para poder convertir el templo en una iglesia parroquial. 

Un recorrido por la iglesia actual 

Interior de la iglesia y portada que comunicaba las dependencia monacales. Foto: Wikipedia

Como avanzamos unas líneas más arriba, la parte de este antiguo monasterio benedictino que mejor se conserva es la referente a la iglesia, que a día de hoy sigue funcionando como templo parroquial y celebrando todo tipo de liturgias. Sobre su estructura podemos destacar que la iglesia de San Salvador de Camanzo es de planta basilical y consta de tres naves en su interior, siendo el módulo central el más elevado y ancho de los tres. Los tres espacios se encuentran separados por varios arcos apuntados, en cuya cabecera también se pueden observar tres ábsides semicirculares. Destaca el caso del ábside central y sus frescos románicos, los cuales se encontraban hasta hace poco ocultos bajo el retablo barroco de piedra que hoy por hoy se presenta adosado al muro norte y que data del siglo XVI. En el interior del templo, uno de los elementos más emblemáticos lo conforma la obra dedicada al Salvador, datada en el siglo XII.

Extramuros, el patio exterior alberga los restos del ya citado claustro románico con sus tres llamativos arcos previos a la sala capitular anexa a la iglesia. En la fachada oeste, al lado del evangelio se alza la figura de una torre exenta que fue añadida en época moderna y por encima del portalón adintelado, en cuyo tímpano aparece representado un Cristo bendiciendo, se dibujan dos grandes óculos que permiten el paso de la luz hacia el interior de la iglesia. Además, tanto el muro septentrional como la fachada meridional sufrieron reformas posteriores. En este último caso, la portada se encuentra escalonada debido a que tan sólo han llegado hasta nuestros días los dos primeros tramos de la nave del evangelio. Es precisamente en este punto donde se encontraba también el antiguo claustro que conectaba con las dependencias monacales y del que nada se ha conservado, a excepción, eso sí, de la portada adintelada que permitía comunicar el cenobio con el templo.