El histórico pazo a un paso de Pontevedra que guarda el sabor de los buenos vinos gallegos
- El proyecto bodeguero de Marqués de Vizhoja encontró su hogar en este emblemático palacete a mediados del siglo XX, gracias al impulso de uno de los fundadores del Consejo Regulador de la Denominación de Orixe Rías Baixas
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En el corazón de la provincia de Pontevedra, entre ondulantes colinas y amplios campos de viñedo, se alzan majestuosas las siluetas de un sinnúmero de pazos y casas solariegas donde el tiempo parece haberse detenido. Sus muros de piedra, desgastados antes sus siglos de historia, son un testimonio silencioso de las glorias pasadas y los secretos mejor guardados de la Galicia más noble y señorial.
Lo que otrora fueron bastiones defensivos se convirtió con el paso del tiempo en símbolos de refinada elegancia y distinción. Estas residencias señoriales cambiaron su propósito, pero no su esencia. Lo mismo sucede hoy en día, pues muchos de estos históricos palacetes acogen en el presente bodegas donde el vino se mezcla con los ecos del pasado; otros se han reinventado como escenarios de celebraciones que parecen sacadas de las páginas de un cuento, e incluso, unos pocos, han renacido como centros culturales que mantienen vivo su legado.
Recorrer estos monumentos de piedra es descubrir una parte de la historia de Galicia que todavía sigue latiendo con fuerza. Un ejemplo vivo es el del Pazo Torre de la Moreira, donde las Bodegas Marqués de Vizhoja han convertido este enclave histórico en un templo del buen vino y la tradición. Aquí, cada piedra y cada copa cuentan una historia que conecta el ayer con el ahora, invitando al visitante a soñar con lo que un día fue y lo que aún puede ser. Como aseguran sus actuales propietarios: "Te acompañamos en los buenos momentos desde 1968".
Breve historia del pazo y la bodega
El emblemático Pazo Torre La Moreira, una joya arquitectónica del siglo XVIII, hunde sus raíces en la historia más señorial de Galicia. Situado estratégicamente en las entrañas de la localidad de Arbo, a medio camino entre la frontera de Galicia y Portugal, este majestuoso palacete domina todo el valle del Miño con unas vistas impresionantes de la cara sur de la provincia. Su arquitectura, de carácter señorial y con un aire militar, conserva dos imponentes plantas construidas en sillería y cachotería pintada, adornadas con ventanales rectangulares enmarcados en la propia piedra, reflejo de su elegancia y robustez.
Desde el año 1968, este histórico enclave alberga el proyecto bodeguero del Marqués de Vizhoja, un legado nacido del sueño de Mariano Peláez, cuya labor continúa hoy en día gracias a sus hijos, Javier y Jorge Peláez. Fundador del Consejo Regulador de la Denominación de Orixe Rías Baixas y ferviente defensor de la recuperación de las uvas autóctonas, Peláez transformó el pazo pontevedrés en un lugar donde la tradición vitivinícola y la innovación se encuentran, perpetuando un vínculo casi inherente entre el pasado y el presente de Galicia.
Cuando Marinao Peláez puso en marcha este proyecto bodeguero en las Rías Baixas, el albariño aún era un desconocido en el mercado. Todo cambiaría a partir de 1976, cuando adquirió la Finca La Moreira, un enclave único donde el clima, la orografía y su cercanía al Miño convergen para crear unas condiciones perfectas para el cultivo de la uva. Visionario y adelantado a su tiempo, Peláez fue también un pioner en popularizar el concepto del maridaje. Desde los inicios de labodega, vinculó sus vinos blancos con los sabores del mar, incluyendo el icónico rodaballo como símbolo en las botellas de Marqués de Vizhoja. Curiosamente, este distintivo empezó como una etiqueta de papel colgada, pero con el tiempo evolucionó hasta integrarse directamente en su diseño.
Los vinos de Marqués de Vizhoja
En Bodegas Marqués de Vizhoja la tradición se combina con la innovación para elbaorar vinos únicos de Galicia. El proceso comienza con la vendimia, a principios del mes de septiembre, cuando las uvas alcanzan su punto óptimo de maduración. Tras recogerlas, se realiza el despalillado para separar las uvas del raspón, seguido de un suave enfíamiento hasta alcanzar los ocho grados mediante un serpentín. A partir de aquí, el proceso se divide en dos: la mitad macera para extraer todo su potencial, mientras que la otra parte va directamente a una prensa neumática.
El mosto clarificado entra luego en la fase de fermentación, reposando en cubas de acero inoxiable. ¿La clave innovadora? El uso de proteínas de guisante para clarificar esta mezcla con pureza y respeto al medio. Pero el vino no está listo todavía. Tras la fermentación, se afina y estabiliza cuidadosamente antes de ser embotellado. Y aunque para entonces las botellas ya contienen este oro líquido, necesitan reposar al menos dos semanas para que el vino recupere todas su propiedades. Solo entonces, cada botella estará lista para viajar y compartir su historia de pasión por la tierra.