Hay un dicho que proclama que no hay mejor manera de conocer un destino que paseando sin rumbo entre sus callejuelas. En ese sentido, la ciudad del Lérez cuenta con uno de los centros históricos mejor conservados de toda Galicia, declarado Conjunto Histórico-Artístico ya en el año 1951. Pontevedra combina cultura, patrimonio, historia, ocio y comodidad en un ambiente de lo más acogedor y hospitalario para sus visitantes.
Además, su casco antiguo se encuentra peatonalizado casi al completo, por lo que recorrer sus calles y plazas (¡e incluso bares de tapas!) se ha convertido en uno de los mejores planes en la capital de provincia. Eso sí, no todo salta a la vista en la Boa Vila, pues uno de los elementos más curiosos de la ciudad se esconde en la fachada de la emblemática Basílica de Santa María a Maior: hablamos de la escultura de San Xerome, o San Jerónimo, el anacrónico santo con gafas de Pontevedra.
Una fachada repleta de simbolismo
La Basílica de Santa María en Pontevedra, declarada Bien de Interés Cultural en 1931, es uno de los mejores ejemplos existentes del gótico en Galicia, con claras influencias del estilo manuelino portugués e incluso el plateresco. Además, el templo fue uno de los símbolos de poder más característicos del gremio de mareantes a lo largo de la Edad Media. En su conjunto destaca la fachada principal, orientada al oeste, y que presente una amplia escalinata para el acceso a su interior. Su estructura en forma de retablo, con tres cuerpos abundantemente decorados, es obra del maestro Cornielis de Holanda y Juan Noble, y datada en el año 1541.
La puerta situada en el cuerpo central de la basílica presenta un arco de medio punto enmarcado por las esculturas de San Pedro y San Pablo. En el resto de la fachada se van dibujando diferentes motivos tradicionales y religiosos, tales como conchas de vieiras, santos, personajes bíblicos o históricos, entre otros. Además del original santo con gafas, entre las figuras que decoran el exterior del templo destacan los bustos de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, ubicados a ambos lados del rosetón, responsable de la iluminación del espacio interior. Por encima de todos ellos destacan el Calvario y la crestería, típica del ya mencionado estilo manuelino portugués.
Una figura adelantada a su tiempo
San Jerónimo nació en Estridón (Dalmacia), aproximadamente, sobre el año 340 y su muerte está fechada en Belén en el 420. El erudito dedicó toda su vida al estudio de las Sagradas Escrituras, así como a la traducción de la Biblia por encargo del papa Dámaso I. De hecho, es por ello que cada 30 de septiembre se celebra en su honor el Día Internacional de Traducción. Además, también está considerado como uno de los cuatros grandes padres latinos de la Iglesia junto a Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Ambrosio de Milán.
En la fachada de la Basílica de Santa María, el santo aparece representado sentado sobre una cátedra y sosteniendo un libro, con un capelo cardenalicio y un manso león a sus pies. Sobre la repisa también aparece una calavera con un crucificado sobre ella y otra serie de motivos tradicionales. En cuanto al animal esculpido junto a San Jerónimo, existe la teoría de que fue añadido por error al atribuirle un relato que en realidad se le había acontecido a San Gerásimo, de nombre bastante similar. Según decía la leyenda, el hombre se encontraba meditando a orillas del río Jordán, un león moribundo se le acercó y este logró salvarlo de morir. El animal, agradecido, nunca más quiso separarse del santo.
Pero sin lugar a dudas, lo que más llama la atención de la estatua son las gafas que lleva puestas San Jerónimo, esculpidas, probablemente, con el objetivo de reforzar su faceta de intelectual y estudioso. De hecho, la Basílica de Santa María no es el único lugar donde el santo aparece con sus lentes; sino que podemos verlos en varias diferentes pinturas, como es el caso de un lienzo de Botticelli en la Iglesia de Ognisanti, en Florencia. Sin embargo, lo cierto es que el detalle está considerado un anacronismo, pues este formato de lentes no sería inventado hasta siglos después de su muerte. Cabe destacar que no sé sabe a ciencia cierta quién fue el inventor de las lentes, aunque por lo general se sitúa alrededor del siglo XIII y se le atribuye a figuras como la de Roger Bacon, un monje franciscano; Alessando Spina, otro monje de Pisa, o Salvino degli Armati, un físico de Florencia.