El verano ya llegó

El verano ya llegó

La tribuna

El verano ya llegó

La presidenta de la Asociación Festivais de Galicia y responsable de la promotora Sweet Nocturna se muestra optimista ante el futuro más inmediato de los grandes encuentros de música en directo, algo que la pandemia truncó durante dos años y que muchos echaban de menos

25 junio, 2022 10:33

¿Y la fiesta comenzó? Pues parece que sí… Destapados por fin de las mascarillas han empezado los reencuentros, los abrazos, los sudores compartidos, los saltos coreografiados en masa y las voces berreando juntas forzando las cuerdas vocales hasta el éxtasis místico.

Nuestro reencuentro con la "añorada normalidad" fue en abril. Teníamos a ‘Eagles of death metal’ en la Sala Capitol de Santiago; sold out y primer concierto sin mascarillas, sin distancia y sin límite de aforo… solo puro y duro rocknroll.

Ya antes de empezar llegaron los primeros reencuentros: "joder, hace mil años que no te veía", "aquí estamos de nuevo", "qué ganas y qué raro todo, ¿eh?". Después ya vinieron las risas y los nervios previos a que se apaguen las luces. Toda la sala con su vaso alzado en la mano y pitando para que empezara ya. Había ansia por soltarlo todo y así pasó. Más de 90 minutos frenéticos de electricidad que hicieron que nadie borrara su sonrisa de la cara mientras le caía por encima toda la cerveza del vecino de al lado. Amistades rápidas e intensas que terminan en abrazos y a gritos… Fue intenso, emocionante y divertido, como tenía que ser.

Sin embargo, para mí lo sorprendente vino al final. Estoy acostumbrada a que cuando acaba un concierto la gente tenga prisa por salir, la procesión empieza en cuanto se encienden las luces y poco a poco la gente se gira hacia la puerta con paso más o menos apurado según te machaquen tus ganas de fumar.

Pero esta vez no pasó. El concierto se acabó, las luces se encendieron y todo el público se quedó quieto, como en shock. Todos seguían mirando al escenario, nadie se movía de su posición, como con miedo a romper el trance que se había creado entre ellos. Al pasar los minutos, empezaron a hablar los unos con los otros y a recordar los momentos del concierto, pero seguían sin moverse; no había música de fondo ni nada que invitara a quedarse, pero no había manera de que la gente abandonara la sala. Después de media hora no nos quedó más remedio que romper la magia para que los técnicos pudieran hacer su trabajo.

Para mí lo único que está claro es que nos echábamos de menos. La unión, el desahogo que produce la experiencia colectiva que es un buen concierto es algo único y sanador. Este trance es ahora en esta postpandemia lo que necesitamos como Lexatin en vena. Dos años es mucho tiempo, pero tenemos un gran verano por delante para vivirlo juntos de nuevo.

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