¿Os acordáis de los trabajos grupales en el colegio? Esos en los que nos repartíamos a sorteo los apartados del tema y luego juntábamos todo. Aquello solía ser un desastre porque cada uno escribía de una forma, las ideas eran inconexas, algún que otro listillo se escaqueaba y no hacía su parte. Pues eso ocurría porque solo nos hablaban de grupo, mas no de equipo.
El trabajo en equipo podría definirse como aquel trabajo que realiza un grupo de personas que trabajan por una meta común. Desde el siglo pasado, se ha impulsado cada vez más el trabajo en equipo y en nuestra sociedad actual, trabajar cooperativamente es una herramienta importante y casi un requisito imprescindible en cualquier tipo de sector. Una visión interdisciplinar y compartida ayuda a encontrar mejores soluciones ante los problemas y promueve la creatividad y la efectividad. Este "modelo" de actuación se puede aplicar tanto en el plano laboral como el personal o social.
Hasta aquí toda teoría suena muy bonita. Pero, ¿qué pasa cuando se tiene que llevar a la práctica?, ¿qué pasa cuando se necesita formar un equipo que implica la colaboración de diferentes personas y profesionales de distintos ámbitos? Pongo un ejemplo extraído de mi experiencia como logopeda en el ámbito privado: en la terapia a un paciente se hace imprescindible el trabajo en equipo, en el que tanto familia como centro escolar se impliquen para aunar objetivos; de lo contrario, los esfuerzos que pueda poner cada persona implicada en el proceso de aprendizaje del niño, carecen de sentido. Sería como intentar cruzar un río en una barca sin remos.
Las familias de nuestros pacientes, en su mayoría niños con trastornos en el neurodesarrollo, así como los docentes de sus centros educativos, nos demandan ayuda para que sus hijos/alumnos evolucionen lo mejor posible y, por supuesto, lo hacemos porque es nuestro trabajo; pero también nos frustramos cuando nuestras pautas "caen en saco roto". En su mayoría, los objetivos de trabajo que planeamos para la intervención van enfocados a que se apliquen en el hogar y en el aula, dado que la capacidad de estos niños para el aprendizaje está mermada y, por tanto, generalizar algo que aprenden en terapia y aplicarlo en otros contextos sin el apoyo de los padres o los maestros es muy difícil. Habitualmente percibimos una escasa colaboración por parte del entorno del paciente, que en ocasiones se debe a una falta de conocimiento o a un desbordamiento de la situación personal de los intervinientes. Los terapeutas estamos para acompañar durante todo el proceso de intervención tanto al propio paciente como a su familia, al mismo tiempo que intentamos coordinar el trabajo con el centro escolar para formar ese equipo que tanta falta se necesita. Ese acompañamiento significa escuchar las necesidades de los demás y buscar herramientas de manera conjunta para mejorar la situación que lleva a las familias a ese desbordamiento.
Es muy satisfactorio para los terapeutas cuando nos topamos con un profe con mucha empatía y ganas de ayudar, o con unos padres con ganas de aprender. La terapia, tanto logopédica como de cualquier otra especialidad, solo funciona si hay una red de apoyos que fomente las pautas dadas a aplicar fuera de las sesiones a nuestros pacientes. Por lo tanto, se necesita trabajo en equipo, escucharnos entre todos, hacer propuestas y aplicar las técnicas que se aconsejan para ayudar mejor a nuestros niños. Esto significa más dedicación, por ende más trabajo, pero su consecuencia será inevitablemente un resultado más efectivo a largo plazo.
Puede haber terapeutas con experiencia y formación volcados en el paciente, pero se necesita una estructura familiar sólida con padres implicados y un centro escolar con capacidad de inclusión y empatía; de lo contrario, los avances serán más lentos.
Aprovecho esta ventana para hacer una invitación tanto a familias como a maestros de niños con dificultades en neurodesarrollo, a reflexionar sobre si procuramos una red de apoyo con una meta conjunta, si nos implicamos lo suficiente, si les brindamos las adaptaciones que necesitan, si les dedicamos tiempo de ocio de calidad, si hemos aprendido a colaborar desde la proactividad, si hemos tomado conciencia cada uno de la importancia de nuestro papel en la evolución favorable del paciente; y a mis compañeros de profesión, si estamos acompañando realmente a las familias. Se trata de asumir un rol activo para hacer equipo de verdad, entendiendo las interdependencias de cada uno, pero teniendo siempre a la persona (paciente/alumno/hijo) como foco principal.