Como de otro planeta: Inteligencia vegetal y música para plantas
La biotecnóloga e investigadora predoctoral del CSIC reflexiona sobre las cualidades sensoriales de las plantas recopilando algunos experimentos que analizan la relación que existe entre el desarrollo vegetal y la exposición a distintas frecuencias, cantos y melodías
En su libro La cuestión del alma, Gustav Theodor Fechner aseguraba que las plantas se benefician de la compañía, la conversación y la interacción. El médico y filósofo alemán creía firmemente que las plantas tienen ‘alma’, y que no solo disfrutan del sonido de la música, sino que crecen mejor cuando se les habla o se les canta. Aunque la teoría popular acerca del beneficio que reciben las plantas gracias al dióxido de carbono emitido al hablar pierde fuelle si pensamos que para influir de alguna forma en sus procesos metabólicos deberíamos darles varias horas al día de charla, lo cierto es que Fechner no fue el primero ni el único en atribuir a las plantas una serie de cualidades sensoriales habitualmente asociadas al reino animal. En El poder del movimiento en las plantas, uno de sus últimos libros en coautoría con su hijo Francis, Darwin sugería un vínculo entre el crecimiento de las plantas y la vibración, es decir, entre su desarrollo y el sonido.
Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal, suele decir que las plantas son más inteligentes que muchos animales, incluidos los humanos. Como animales, empleamos el movimiento como nuestra principal respuesta al entorno: desde buscar comida a escapar de un depredador. Nuestra estrategia ante un problema pasa más bien por la evasiva; pero en el caso de las plantas, en que huir no es una opción, resolver el problema se convierte en la única alternativa. Para ello, han desarrollado una sensibilidad excepcional capaz de detectar fenómenos del todo imperceptibles a nuestros sentidos (como los gradientes químicos o los campos electromagnéticos) y otros que tal vez nunca creímos poder compartir, como el sonido.
En 2014, un grupo de investigadores de la Universidad de Missouri publicó un estudio en el que exponían plantas de Arabidopsis al sonido de masticación que producía una especie de insecto herbívoro (Pieris rapae). Lo que vieron fue que estas plantasrespondían a los sonidos produciendo sustancias defensivas en todo un acto de prevención elegantemente orquestado frente al presunto ataque inminente. También vieron que las plantas eran capaces de discriminar entre las vibraciones provocadas por la masticación y las debidas al viento o al canto de los insectos; por lo que respondían a los distintos sonidos de forma selectiva y ecológicamente significativa.
Dos investigadores del CRAG (Centro de Investigación en Genómica Agrícola, por sus siglas en inglés) publicaron en 2017 un estudio en el que analizaban el posible efecto del sonido en la resistencia de las plantas de Arabidopsis a sequía. Para ello trataron un grupo de plantas con ruido blanco durante una semana y mantuvieron otro grupo de plantas, las control, en silencio. Tras dos semanas de sequía, las plantas se volvieron a regar y las tasas de supervivencia mostraron que las plantas tratadas con sonido toleraban mejor la sequía en comparación con las plantas no tratadas. Esta diferencia sugería que el ruido blanco favorece la tolerancia a la sequía en Arabidopsis.
Otro estudio de 2019 por investigadores de la Facultad de Ciencias Vegetales y Seguridad Alimentaria de Tel-Aviv con la llamada onagra o hierba de asno (Oenothera drummondii) mostró que las flores de esta planta producían un néctar más dulce (y, por tanto, más atrayente) en cuestión de 3 minutos cuando eran expuestas al sonido del aleteo de las abejas o a señales acústicas de frecuencias similares.
Fuera del ámbito científico, las habilidades sensoriales de las plantas también han despertado fascinación. Cleve Backster, un agente de la CIA especialista en interrogatorios, fue conocido en los 60 por llevar a cabo una serie de experimentos conectando un polígrafo a una de las plantas de la oficina. Su hipótesis señalaba que cuando regaba la planta o manifestaba de algún modo su afecto, la planta producía señales muy similares a las que muestran las personas ante sensaciones de bienestar o satisfacción; mientras que si se mostraba amenazante con una tijera en la mano o con fuego, la planta emitía señales parecidas a las del temor en humanos. La polémica que despertó Backster llevó a la comunidad científica a intentar, sin éxito, replicar sus experimentos, que quedaron refutados y su autoridad como investigador, desacreditada (y con razón).
En el programa MythBusters de Discovery Channel también quisieron probar. Colocaron maceteros con porotos en 5 invernaderos con tratamientos diferentes: uno en silencio, otro con un discurso positivo, uno negativo, el repertorio de Mozart y el último, con unos temas de heavy metal. Al pesar las plantas vieron que las crecidas en silencio fueron las más livianas y de peor aspecto, las insultadas crecieron igual que las tratadas amorosamente y las más grandes fueron las del metal.
Los estudios acerca del comportamiento de las plantas frente a innumerables estímulos sonoros siguen desgranando una inteligencia sobrecogedora. Hasta el compositor canadiense Mort Garson lanzó en 1976 un álbum de música electrónica especialmente ideado para plantas: Mother Earth’s Plantasia, una oda al mundo vegetal que con el tiempo se ha convertido en objeto de culto. Decía Mancuso que “Si a la tierra llegara una nave alienígena, su tripulación seguramente se dirigiría a las plantas, vería en ellas a sus interlocutores naturales, pues constituyen el 87 % de la vida en nuestro planeta”. El error es pensarlas “como animales minusválidos, a quienes les falta algo, movimiento, cerebro, mirada”. Y sentencia: “hay que acercarse a ellas al revés, sin el prejuicio animal: son una forma increíble de inteligencia, como de otro planeta”.