Ya estamos en septiembre… Empieza un nuevo curso y dentro de los periodos que utilizamos como medida de los avances, los propósitos, consecución de objetivos, obligaciones económicas, y ese sinfín de variables que empleamos tanto en lo personal como en lo profesional, un curso es una medida que hace tiempo que algunos empleamos para muchas de nuestras actividades. El periodo que discurre entre el final de unas vacaciones -o el mes de septiembre- y el comienzo de las siguientes -o el mes de agosto-. Mis cursos son un poco largos, pero supongo que así es la vida.
El comienzo del curso tiene cierto encanto post reset, y resulta muy útil para encarar de forma efectiva y con motivación otro periodo tan esencial y en el que cada año parece que nos lo jugamos todo, y a veces es así: El último trimestre.
Es en este momento cuando echamos la vista atrás y buscamos los datos de lo que ha ocurrido en el primer semestre, y buscamos proyectar qué es lo que podemos esperar de acuerdo a lo acontecido en nuestros mercados y sectores en lo que va de año.
En los últimos años nos enfrentamos a variables económicas descontroladas, bancos centrales obligados a trabajar en la lucha contra la inflación, gurús económicos desatados e ideas especulativas sobre el qué pasará de todos los colores.
La única realidad constatable es que resulta muy difícil predecir, y que si queremos poder planificar y llevar a cabo nuestros proyectos, debemos trabajar sobre la base de la seguridad y el sentido común, sin dejarnos llevar por el derrotismo de los titulares más sensacionalistas.
En el sector inmobiliario vivimos constantemente asediados por los titulares más dispares y contradictorios. Desde antes de la pandemia ha sido recurrente encontrar noticias previendo el desplome inminente del sector o del precio de la vivienda, a la vez que íbamos conociendo los incrementos de precio, la estabilidad del número de operaciones o la subida incesante de los precios del alquiler.
No me cansaré de decir que el inmobiliario es un sector complejo, en el que la vivienda como elemento de primera necesidad de cualquier persona tiene un peso social muy relevante. En cualquier caso, no debemos olvidar que el sector no es solo vivienda y que los activos terciarios (oficinas, locales, centros comerciales, hoteles, naves logísticas, centros de datos…) tienen un peso específico muy alto y han sido capaces de generar volúmenes de inversión muy elevados desde el año 2013.
Por tanto, podríamos analizar lo sucedido en el sector desde distintos ángulos, teniendo en cuenta que lo que más interesa a todo el mundo es saber qué pasará con las viviendas.
Y es que si hablamos de residencial (vivienda) tenemos que tener en cuenta varios factores que están consiguiendo que el viento de proa no acabe de frenar un ciclo alcista que sorprende por su duración.
La escasez de oferta podría ser el primer factor a tener en cuenta, y es que los datos de demanda confirman que seguimos contando con compradores dispuestos a hacerse con una vivienda en propiedad pese a las subidas de precio, las subidas de tipos y el encarecimiento de la vida en general, mientras la oferta de obra nueva no es suficiente para satisfacerla.
No debemos extrañarnos, ya que la opción a comprar es alquilar y aquí sí que nos enfrentamos a una oferta realmente mermada (ojo al aumento de viviendas turísticas) y a unos precios que en cualquier ciudad de tamaño medio llegan a ser astronómicos. Por tanto, la compra pasa a ser la opción más ventajosa para las familias con la capacidad de hacerlo, y muy interesante para los pequeños inversores que compran para alquilar.
Por lo tanto, ya tenemos una radiografía en cuanto a la evolución del mercado de vivienda. Merece una mención especial una nueva tendencia que crece y parece que se consolida, el llamado flex living o alquiler de corta y media estancia, basado en edificios diseñados para usuarios que no necesitan un alquiler superior a un año y que encuentran en estos edificios lugares ideados para la convivencia, con unos servicios más parecidos a los de un hotel que a los de un edificio de viviendas y que ofrecen flexibilidad acorde con las fórmulas de trabajo y estilo de vida más propias de esta época.
Respecto al terciario y al volumen de inversión de todo el sector, después de un 2022 de récord, con aproximadamente 16.000 millones de volumen de inversión, nos encontramos con que en el primer semestre de 2023 se registró un volumen algo superior a los 5.000 millones de euros, un 47% menos que en el mismo semestre de 2022.
A pesar de ese frenazo de un año respecto a otro debemos ser fríos con el dato, ya que es muy probable que cerremos el año por encima de los 10.000 millones de inversión, una cifra que no resulta en absoluto negativa. A pesar de ello, probablemente nuestros queridos y apasionantes titulares puedan llegar a decir cosas como que se derrumba la inversión, o que simplemente se quedan con la diferencia porcentual frente a un 2022 postpandemia absolutamente anómalo, debido a la enorme cantidad de liquidez embalsada desde el fin de la pandemia y los confinamientos.
Hay que estar atentos a los datos económicos y esperar una contención de la inflación, sin obviar que las subidas de tipos irán dejando ver su efecto y tendrán un impacto negativo. Que se perciba una moderación en los costes de construcción debería facilitar el comienzo de proyectos en espera hasta ahora y seguir aumentando poco a poco la oferta.
Pero si algo está claro es que es un momento en el que el sentido común es el activo más valioso. No recomiendo a nadie que empiece el curso a lo loco en el entorno actual, se le puede atragantar el turrón cuando se pare a hacer una revisión de lo acontecido en enero.