Siempre se ha dicho que la música cura, que puede ser catártica para quien la escucha y se deje llevar por ella. Sin embargo, algo ha cambiado en cómo la estamos consumiendo desde hace algunos años.
Desde que aparecieron las RRSS nuestra visión se ha reducido a una pantalla. Los colores, las personas y el entorno ya no se mueve en el plano tridimensional, se traslada a uno virtual que obligatoriamente impone sus límites.
La imagen del público en festivales y conciertos viendo toda la actuación a través de un móvil o sin parar de hacerse selfies de "aquí estoy, sufriendo" se reproduce cada vez con más asiduidad y no para de crecer.
Muchos festivales se han llenado de "puntos selfie", instagramers, desfiles de tendencias…mucho ruido y poca música.
Los artistas se lamentan de que se les ha colado un invitado que produce interferencias en el diálogo con sus fans. También, algunos de nosotros y nosotras vemos con incredulidad cómo una parte muy importante de los asistentes a conciertos prefieren antes amarrarse con fuerza a su móvil que al hombro del de al lado para desgañitarse haciendo un dueto del temazo que suene en ese momento.
Creo q esto es una señal de algo más preocupante que no queremos ver. La experiencia del directo, del contacto, de una perspectiva a lo ancho y alto de nuestro campo visual es algo que nos cambia, nos hace presentes, nos sensibiliza. Por mi parte, esperaba que el confinamiento nos hiciera añorar esas vivencias, pero parece que por el contrario nos han enganchado más al sustitutivo.
Levantar la vista, girar la cabeza 180º y conectar con el artista que está en el escenario es algo emocionalmente muy valioso. Ver y escuchar esa misma canción a través de una pantalla hace que todo coja un filtro hermético del que ya no podremos salir. Las pocas veces que volvamos a reproducir ese concierto enseñándoselo a nuestros amigos o subiéndolo a RRSS no dejarán más que un "me gusta" autómata.
En la tecnológica época que nos ha tocado vivir; con IA, apps para todo lo inimaginable, tutoriales, reels, stories, Spotify, threats, etc. puede que una de nuestras pocas elecciones sea que la música nos haga vibrar, saltar, gritar y puede que soltar una lagrimilla al modo analógico.