Dos años de la declaración del estado de alarma: así vivió Vigo el comienzo de la pandemia

Dos años de la declaración del estado de alarma: así vivió Vigo el comienzo de la pandemia

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Dos años de la declaración del estado de alarma: así vivió Vigo el comienzo de la pandemia

El 14 de marzo de 2020 comenzaba una larga travesía que traía un confinamiento domiciliario que se convirtió en el día a día durante más de dos meses

14 marzo, 2022 06:00

Hay fechas que se quedan grabadas en la memoria colectiva. El sábado 14 de marzo de 2020 es una de ellas: hace hoy dos años, el Gobierno decretaba el estado de alarma. A última hora de la tarde, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparecía para confirmar que, tras más de siete horas de reunión, el Consejo de Ministros aprobaba el Real Decreto que detenía el país durante, en principio, 15 días.

El coronavirus había pasado en pocas semanas de ser un virus de la lejana China a colarse en Europa y a centrar todas las conversaciones y preocupaciones. Para frenar su expansión, que dejaba aquel sábado los datos oficiales de 5.180 infectados y 132 muertos en España, la decisión era drástica: confinamiento domiciliario y cierre de todas las actividades, salvo las consideradas esenciales; los centros sanitarios, los supermercados y tiendas de alimentación, las farmacias, los quioscos y las gasolineras permanecerían abiertos.

En Vigo, como trasladan fuentes de Alcaldía a Treintayseis, días antes ya preveían que la amenaza del virus era real y tangible y habían tomado una primera decisión que, a la postre, sería norma los meses siguientes: la de cancelar un evento en un lugar cerrado, en este caso, la Gala del Deporte. Los actos y celebraciones caían de la agenda como fichas de un dominó que no pararía a lo largo de todo el año.

Para el gobierno local, lo más importante en ese momento fue "estar al lado de la gente" y dar orden a la Policía Local de que estuviese "atenta para que se cumpliesen las normas". La pandemia hacía acto de presencia real el sábado, y el lunes 16 de marzo, con el confinamiento efectivo en los domicilios, se tomaban las decisiones pertinentes en base a la información sanitaria con la que se contaba. Recuerdan, desde el Concello de Vigo, la desinfección masiva de las vías públicas, cuando el contacto con el virus era la mayor amenaza.

Además, se abrió la ventana de la política social, atendiendo a aquellos que no podían salir de casa para hacer acopio de alimentos, ni siquiera del día, acercándoles comida, igual que con aquellos que dependían del albergue municipal. En los colegios, la digitalización se hacía imprescindible, para lo que se recogieron y repartieron ordenadores para los alumnos que no podían hacerse con uno para seguir las clases online.

En el plano oficial, desde el Concello se pusieron a disposición de Xunta y Gobierno, se firmó un acuerdo conjunto de todos los grupos y el objetivo primordial fue el de mantener informados a los vigueses para prepararse para "una travesía que no sabíamos cuánto iba a durar".

Aquel 14 de marzo de 2020 sonó, por primera vez, el aplauso a los sanitarios desde las terrazas y ventanas que se convertían en el único contacto con el exterior. Un gesto emocionante que ponía el foco en aquellos que tuvieron que luchar en primera línea contra el coronavirus. Aquel día fue a las diez de la noche.

"Incertidumbre" en los hospitales

"Fue un día casi de película. Normalmente, el tráfico para llegar al hospital es terrible y recuerdo que ese día no encontré ni un solo coche ni vi a ninguna persona por la calle, parecía una película de ciencia ficción", recuerda Alberto, médico residente en un centro hospitalario de Vigo, el primer día de trabajo. Fue la explosión de casos en Italia la que hizo saltar las alarmas y la información que llegaba fue clave para la formación de los profesionales ante algo "totalmente desconocido".

Aquel primer día, en el hospital se respiraba "incertidumbre" y los casos iban llegando poco a poco. Una de las primeras reuniones a las que asistió el personal sanitario ya les anunció que se encontraban "ante una situación que podría llegar a ser muy grave y que no se había vivido anteriormente, al menos en nuestra historia reciente", explica a Treintayseis. "Salí de la reunión bastante inquieto y me dije ‘tienes que prepararte para lo que está por venir’, y así terminó siendo todo al final.

La forma de enfrentarse a las jornadas en los hospitales "cambiaba cada día": primero, no eran necesarios guantes ni mascarilla; posteriormente, los guantes eran imprescindibles y la mascarilla dependía del tipo de exposición al virus. Lo mismo ocurría con los EPIs, más restringidos e incluso reutilizados en parte, debido a la escasez de material. "Creo sinceramente que se hizo todo lo mejor que se pudo por parte de los profesionales que nos marcaban este tipo de directrices", concluye Alberto.

Uno de los problemas más graves, asegura, fue la relación con los pacientes aislados y sus familiares, a los que se informaba telefónicamente, "un trato muy impersonal" y que provocaba que "si un día te retrasabas media hora ya te habían llamado varias veces o te respondían el teléfono llorando pensando que había pasado algo malo", lamenta Alberto. Las consultas, también a distancia, provocó "cierta desconfianza, ya que algunos se sentían como abandonados". Aprendiendo del error, los protocolos fueron mejorando.

El desabastecimiento de papel higiénico

Las dudas y el desconocimiento eran norma aquellos primeros días. Las mascarillas todavía no eran un producto de consumo masivo y las primeras informaciones ponían el foco en la importancia del gel hidroalchólico. Las farmacias se convirtieron en puntos de referencia para adquirir la que fue primera arma para combatir el coronavirus. En las boticas, se hacía acopio de los productos de higiene personal e íntimo y medicamentos ante la incertidumbre.

Pero si hay una imagen que ha quedado para la historia fue la de las estanterías vacías de los supermercados, y un producto era especialmente reclamado: el papel higiénico. Algo que comenzó a ocurrir los días previos al anuncio del confinamiento, como cuenta a Trentayseis María Martínez, que trabaja como reponedora en un Carrefour desde hace 14 años.

"Los días previos a que se declarara el estado de alarma fueron súper impactantes", recuerda. "Nunca había visto semejante cosa: llegar a las seis de la mañana a la zona del papel higiénico y del papel de cocina y verlo totalmente vacía". María lo recuerda como "una psicosis, una auténtica locura", con situaciones "surrealistas" como gente haciéndose un selfie después de conseguir un paquete de rollos de papel.

Aquel sábado 14 de marzo, asegura, jamás lo olvidará. El supermercado abrió sus puertas y "la gente entrando corriendo con los carros de la compra, iban como locos a por papel higiénico". En 15 minutos, se había agotado y al sacar los palés, prácticamente se lo quitaban de las manos.

El protocolo para los trabajadores todavía no estaba definido, y comenzaron trabajando con mascarilla y doble guante. En casa, sí que se marcaron sus propios pasos; ella y su marido, que trabaja en una estación de servicio, dejaban los uniformes en unas cajas y los desinfectaban todos los días, se duchaban y se daba gel hidroalcohólico en las manos.

Los trabajadores del sector alimentario fueron otros de los que estuvieron desde el primer día enfrentándose al virus cara a cara. María recuerda que "sí que había quien nos daba las gracias por seguir adelante, había bastante reconocimiento a nuestro trabajo", pero echa de menos que aquel aplauso de las ocho a los sanitarios, "que tenían mucho valor", no fuese dirigido también a aquellos que se levantaban "a las cinco de la mañana" para trabajar y "estar al pie del cañón". "También nos merecíamos ese aplauso colectivo por parte de la sociedad".

Calles vacías, aplausos y nuevas formas de ocio

El sábado 14 de marzo cambió nuestra forma de vivir y nuestro vocabulario. Palabras como Covid, gel hidroalcohólico, test de antígenos, confinamiento o mascarilla se introdujeron de golpe en nuestro vocabulario como parte del día a día.

Lo que en principio eran 15 días, se alargó hasta casi tres meses y una sucesión de fases en las que se iban aligerando las restricciones, se marcaban horarios de salida por edades y la distancia se convirtió en compañera de viaje. Las videollamadas aparecieron como solución para poder tomar unas cervezas con los amigos, mantener una reunión de trabajo o poder ver a los familiares, aunque solo estuviesen a pocas calles de distancia.

Unas calles que se vaciaron y que fueron ocupadas por el Ejército, dejando otra de las imágenes impactantes de esos primeros días de estado de alarma. Se generaron nuevas costumbres, como el aplauso que todavía retumba en la memoria y la fiesta posterior, que dejó conciertos improvisados y artistas como Tony Lomba dando conciertos desde su casa para los vecinos; creció el consumo de televisión y muchos se aventuraron a cocinar, a hacer pan y ejercicio en el interior de sus casas. La soledad también fue pandemia, igual que el miedo y la incertidumbre; pero también lo fue la solidaridad, la empatía y aquella idea de que saldríamos mejores.

Buscando la ansiada "nueva normalidad"

Dos años después, los efectos de la pandemia todavía colean en los datos de contagiados y fallecidos y en los protocolos de aislamiento en los hospitales. Otros, menos visibles, rondan en las estadísticas, como el aumento de casos de depresión y ansiedad y de asistencia psicológica. También en los centros escolares, con los más pequeños como víctimas de un tiempo extraño que les ha tocado vivir.

Los brotes verdes también florecen, con la ansiada "nueva normalidad", un término todavía sin definir, recuperando espacios en la ciudad, reactivando la economía y tratando de compensar a los sectores más dañados. Se ha recorrido un camino largo y sinuoso, como cantaban los Beatles, al que, parece, le queda poco para llegar a su final.