Hace unas semanas, se hizo viral el vídeo de Irina, una mujer que, entre los escombros de su casa, en la ciudad ucraniana de Bila Tserkva, destrozada por los bombardeos, se sentaba al piano para interpretar una última canción antes de huir de la guerra que está asolando Ucrania.

A miles de kilómetros, en Vigo, 13 chicas ucranianas llevan un par de semanas en la ciudad, a donde han llegado gracias a la música. El Conservatorio Superior de Música ha logrado alojarlas en casas de familias viguesas para que aquí puedan seguir su carrera musical gracias a una beca; no son refugiadas, al menos de hecho, pero han llegado escapadas del horror. La misma pasión, pero en diferente escenario.

Una de ellas es Marta, de 21 años. Vivía en Járkov con su madre y sus abuelos y estudiaba la carrera de Música en el conservatorio de la ciudad. Hoy, reside en Vigo, en una casa donde acaban de conseguir un piano para que pueda seguir practicando. Mientras lo afinan, y lo ponen a punto para las manos de la pianista, la mujer que la ha acogido (a la que llamaremos María, porque prefiere no revelar su nombre), atiende a Treintayseis.

"Desde el Conservatorio estaban buscando familias para traer a estudiantes ucranianos a través de becas para que pudiesen seguir su carrera", explica, y ella se ofreció. Por casualidad, Marta acabó en su casa. "Fue un flechazo entre las dos", reconoce.

España y la casualidad

Marta toca el piano desde los seis años y completó los 9 de formación básica en el conservatorio en Ucrania, cuatro de college y dos de carrera. Salvo una vez de pequeña, que viajó a Rusia, a poco más de media hora de su ciudad, nunca había salido de Ucrania, pero siempre se sintió atraída por España. Una noche, comenzó a componer una canción que le recordase a nuestro país; se le hizo tarde, eran las dos de la mañana y a las ocho tenía que estar en el conservatorio. La dejó a medio componer y se acostó. A las tres horas, un estruendo la despertó.

"Ella pensaba que era un edificio que se había caído", explica María. Las bombas en Járkov ese 24 de febrero destrozaron el conservatorio. Mientras sus expectativas de seguir su formación se perdían entre los escombros y el estruendo de unas bombas que despertaban a la población a las 2, a las 5 y a las 7 de la mañana, como un macabro reloj que marcaba las horas, una esperanza asomaba la cabeza: la de salir de Ucrania en dirección a España.

Primero, fue reticente a irse sin su madre y dejar atrás a sus abuelos, pero terminó aceptando. A los 10 días, el domingo 6 de marzo, comenzaba una aventura. La de correr por las calles de su ciudad en zig zag para evitar las bombas para coger un tren; la de subirse a otro con destino desconocido; la de terminar en Varsovia, donde pasó un par de días acogida por una familia para, después, recorrer Europa: Alemania, Francia y Barcelona, desde donde cogió un tren directo a Vigo. 10 días después, el miércoles 16 de marzo, llegaba a esta ciudad.

La música y el piano se volvían a convertir en su refugio personal y María trató de darle forma y cariño a través de una propuesta que se lanzó a través de whatsapp. "Me he propuesto conseguir 1.000 suscriptores a su canal de YouTube antes de que acabe el mes", decía el mensaje. "Me gustaría, por una parte, hacerle disfrutar de cosas agradables para que, por momentos, pueda distraerse del horror que ha vivido y ha dejado todavía allí", explicaba en el texto, "y, por otra, que la ayudemos a dar a conocer su arte, que es tocar el piano como los ángeles".

De los 9 suscriptores que tenía a su llegada, en el momento de escribir este artículo, su canal alcanza los 1150. Entre las piezas subidas, hay dos que ha grabado ya en Vigo, en el Conservatorio, de las que una tiene un significado especial. El vídeo más reciente, una pieza compuesta por Boris Lyatoshynsky, que tiene la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. "El otro día nos mandó el vídeo y nos dijo que ahora entendía al compositor", dice María, que elogia el sentimiento con el que interpreta las piezas, su esfuerzo, trabajo y dedicación.

Todo el día dedicado al piano

Llegó con una pequeña mochila en la que, sobre todo, había partituras. Ahora, después de dos semanas en Vigo, asiste a las clases del Conservatorio para continuar su carrera de Música, al igual que sus 12 compatriotas. "Ya empiezan a hablar algo de español y, sobre todo, a entenderlo", cuenta María. "Se levanta tempranísimo para ir a las clases y se pasa todo el día allí, si puede ensayar más tiempo, lo hace. Se queda a comer en el Conservatorio y no se va hasta que cierra", asegura cuando se le pregunta por el día a día de Marta en Vigo.

"Dice que necesita tocar todo el día, no solo por el tiempo que ha perdido, también porque con el piano se evade y, además, dice que tocándolo siente que ayuda a su país". Para Marta, las más de 10 horas que le dedica a su pasión no es un sacrificio; sí lo es, en cambio, el no poder tocar el piano.

Ya la ven más relajada, más tranquila, pero sin perder de vista lo que sigue ocurriendo en su país, al igual que el resto de ucranianas que, a través de las melodías, encuentran la esperanza de volver a vivir sus vidas con normalidad. Para ellas, y para todos, siempre quedará la música y la esperanza de que puedan volver pronto a sus hogares.