Loli Cendón Tomé está a punto de cumplir 87 años y sigue tan jovial y positiva como si tuviese veinte. Inquieta y sociable, ha dedicado toda su vida a hacer felices a los demás a través de la música.
Durante 33 años, que ella redondea a 35, ejerció como maestra de primaria en el Sagrado Corazón de Pontevedra, donde fue feliz durante toda su vida laboral. Cuando se jubiló comenzó a viajar: "mi plan era no estar quieta nunca".
A día de hoy, se cita con varias amigas en la pontevedresa Plaza de Barcelos "para moverse, a esta edad no se puede pedir bailar mucho". Desde que se jubiló, Loli ha redescubierto el baile como una herramienta con la que socializar, disfrutar de su tiempo libre y alegrar a sus allegados.
"Madre, padre y maestra"
Así se define Loli, pues sacó adelante a sus cuatro hijas ella sola mientras trabajaba en uno de los colegios más conocidos de Pontevedra. "Me casé muy joven, con un señor doce años mayor que yo. En aquel momento me pareció fantástico, un chico mayor y rico, ¡un lujo!"
Ocho años duró aquel matrimonio, entre la hija de un republicano y un militante del Frente de Juventudes. "Mi marido nunca quiso que trabajase, pero llegábamos con dificultad a fin de mes porque teníamos cuatro hijas". Loli calcetaba y bordaba a escondidas para sacar un dinero para sus gastos porque "no quería depender de él para todo".
Así pasaron algunos años, "hasta que no pude más y pedí la separación". Mientras su madre insistía en que aguantara, ella se fue a Santiago y pidió al obispo que le concediese la separación, que consiguió sin problemas. "A partir de ese momento fui la mujer independiente que quería ser".
Orgullosa de ser feminista, socialista y profundamente católica, cuenta que fue la Iglesia la que la ayudó a salir de aquel matrimonio. "Jamás podré agradecer tanto a nadie como a la Iglesia, que me concedió la separación y la libertad, que me dio trabajo y que educó a mis hijas sin cobrarme siquiera un céntimo".
Sus hijas, las cuatro, estudiaron con las calasancias en Pontevedra, y ella trabajó toda su vida para los misioneros del Sagrado Corazón. Impartía clases a los niños de segundo de primaria, seis y siete años, "y también los preparaba para las funciones de fin de curso: el baile siempre ha estado conmigo".
Una vida de música
"Lo que me haya pasado o dejado de pasar no es lo importante, lo que importa es que ahora soy feliz y hago felices a los demás". Desde su salón, Loli habla de lo que más le gusta de su vida: bailar. "Mi sueño siempre fue tocar el piano", pero como nunca lo estudió se dedica a interpretar la música con su cuerpo.
"Fíjate si me gustaba el baile que con 17 años me apunté a la Sección Femenina, porque me enseñaban a bailar. Cuando se enteró mi padre, que era republicano, me obligó a borrarme y no pude aprender hasta muy mayor", cuenta entre risas. No conocer las coreografías, sin embargo, nunca le impidió moverse con cualquier acorde.
Después de jubilarse, en un viaje a Benidorm, descubrió la animación para la tercera edad y se enamoró. "Yo quería hacer eso, nada de coreografías: vamos a movernos y a sentir la música, a pasarlo bien". Con esa idea recorrió con varias amigas algunos cafés de Pontevedra, pero en ninguno les dejaban reunirse para bailar.
"Hasta que llegamos a la caja de ahorros (ahora Abanca) y nos dejaron utilizar sus instalaciones, que hoy es el teatro de Afundación en Pontevedra". Hace ya diecinueve años de esto y Loli ha ido sumando adeptas a su peculiar grupo de "expresión corporal".
Pandemia sí, aburrimiento no
La pandemia nos ha frenado a todos un poco, claro está, algo más a estas mujeres. "Llegué a tener a 130 alumnas, en grupos de 40. Cuando llegó el virus nos cerraron y no nos han dejado volver porque no es seguro". Por eso Loli buscó, llamó y convocó y ha creado un pequeño grupo de baile que se reúne a diario en la Plaza de Barcelos.
Al aire libre, con mascarillas y distancia, "y ahora vacunadas", con las mismas ganas que en febrero del año pasado. Con la excusa de seguir moviéndose cada mañana Loli se enfunda en sus mejores galas, siempre de colores vivos, se cuelga al hombro su altavoz e invita a bailar a sus alumnas a ritmos de bachata, salsa, rumba y lo que suene desde el móvil de "la profe".
"Cuando nos cansamos nos vamos a tomar un café y una tapa y nos vamos comidas para casa: nos movemos y reponemos, pero todo lo hacemos juntas". Desde los sesenta hasta los noventa años tienen sus "bailarinas", algunas que se mueven más y otras "que vienen para que les dé el aire, para estar al sol y para reírse un rato".
"Para mí lo importante es ver a la gente contenta a mi alrededor, necesito ver caras alegres y eso es lo que me hace feliz", dice Loli. Su positividad, su alegría y sus ganas de transmitirlo se materializan en el mejor piropo que le han dicho nunca: "de mayor quiero ser como usted".