Caspa
Hace un par de semanas tuve el orgullo de asistir a una charla de la CEAR donde personas refugiadas contaron en primera persona sus experiencias y los motivos por los que tuvieron que huir de sus países. Entre ellas, había una pareja gay de nacionalidad rusa cuya historia me llamó especialmente la atención. Ambos se vieron obligados a escapar de su país porque su amor allí se considera una enfermedad. Una pesadilla que, por desgracia, revivieron el otro día en València con unas declaraciones cuanto menos muy desafortunadas de la señora Catalá.
El gobierno ruso ha eliminado todas las entidades que defendían los derechos LGTBI. Ya no queda nadie para defender la diversidad y las personas homosexuales no tienen más remedio que esconderse o huir. Y aquella pareja, en su búsqueda de un lugar donde poder manifestar su amor sin tapujos, lejos de la opresión de un gobierno homófobo, se decantaron por València: "Vinimos porque aquí podíamos ser libres".
Esa era la ciudad que habíamos construido, el legado que habíamos dejado. Una ciudad libre, inclusiva, segura, diversa. Una ciudad sin censura que, gracias a las políticas de nuestro gobierno progresista, había conseguido ser un referente, no solo en nuestro país, sino también en Europa y en todo mundo. Una ciudad que atendía al colectivo, que trabajaba de la mano de las entidades, porque siempre entendimos que el camino para hacer una ciudad mejor era escucharlas, y hacer de toda la ciudad las reivindicaciones de la sociedad civil.
Por desgracia, desde el pasado mayo de 2023 la ciudad ha sufrido un vuelco con respecto a todas esas políticas en favor de la diversidad de la mano del gobierno ultra que lidera Catalá. Y no es una denuncia de la oposición sino la sensación en primera persona que transmite el colectivo LGTBI. Porque, ¿saben lo que nos pedía el chico ruso? Que teníamos que unirnos y trabajar por no perder los avances conseguidos por culpa de un gobierno de derechas que quiere cercenar la diversidad porque la considera una amenaza. Esa es la realidad: la pareja gay que huyó de su país a València porque aquí podían ser libres, ahora tiene miedo.
Y sí, seguro que estarán leyéndome y pensando que soy una exagerada. ¿Cómo puedo comparar València con el gobierno ruso? Claro, aquí solo empezamos a intuir sus intenciones. Pero todo movimiento reaccionario empieza por algo pequeño. Primero llegó la retirada de la bandera arcoíris de ayuntamientos e instituciones, luego vino la eliminación de servicios que trataban la diversidad familiar y luego, la censura.
A este gobierno no le viene bien que haya libros infantiles con contenido LGTBI o películas y obras de teatro y, por eso, las quitan, no vaya a ser que se contagien. Porque para los niños y niñas es mucho mejor un encierro taurino infantil, ¿verdad? Que los niños y niñas aprendan de las verdaderas tradiciones…
En eso se han convertido las "fiestas y tradiciones" de nuestra ciudad, en un retroceso de 50 años. Esta semana se inauguraba en plena plaza del Ayuntamiento nuestra tradicional Fira de Juliol, ahora convertida en Feria de Julio porque tampoco les viene bien nuestra lengua. ¿Saben cuál creyó este gobierno que era la mejor manera de hacerlo? Con una interpretación de cornetas y tambores de El novio de la muerte, el himno oficioso de la Legión.
Años atrás la inauguración se hacía con tabal y dolçaina y bailes regionales. La intervención del primer Franquismo sobre la fiesta popular que recoge Enrique A. Antuna Gacedo en su tesis La Fiesta como fenómeno sociocutural ya lo deja bien claro: "El producto resultante tendrá marcado componente militarista (…) en definición no solo del fenómeno festivo (…) se inició la escenificación del modelo de sociedad a implantar". Pero en eso nos están convirtiendo, en caspa.
Es la proyección de la gente que gobierna esta ciudad. Y si no me creen, véanse la última intervención del teniente de alcalde, el señor Badenas, en el pasado pleno del 28 de junio donde, además de insistir en que la oposición quitáramos la bandera arcoíris de nuestros asientos (ya que era el día del Orgullo, pregúntense por qué lo hicieron coincidir), defendió "Las unidades de convivencia naturales". Lo dicho. Nos quieren convertir en algo casposo.
¿Creen ustedes que la alcaldesa de València, la señora Català, fue capaz de decir algo al respecto de la nefasta intervención de su socio de gobierno? Pues no. Pero cómo va a decir algo una persona que también tiene tanto que callar. Ya ha pasado una semana de sus declaraciones donde comparó la bandera LGTBI con otras como las del cáncer, ELA o el Alzheimer y aún no ha pedido perdón a las personas a las que ofendió con sus palabras. En vez de eso, prefiere pedirnos a la oposición, con la cabeza bien alta, que le pidamos disculpas por tildar sus declaraciones de homófobas. Y eso, mientras consentía que su compañero de negocios hablara sin pudor y abiertamente de unidades de convivencia naturales en representación del gobierno. Porque en eso nos están convirtiendo, en caspa.
Como decía anteriormente, hemos pasado de un gobierno que tendía la mano a las entidades LGTBI para hacer de sus reivindicaciones, las reivindicaciones de toda la ciudad, a un gobierno que les gira la cara para no mirarles a los ojos, como hizo su concejala de igualdad, Rocío Gil, en el pasado pleno. Una persona que ha batido un récord insólito: ponerse en contra a todas las entidades en menos de un año. Y a pesar de todo, la señora Catalá le da dos palmaditas en la espalda y le premia con la dirección del comité organizador del evento más importante para esta ciudad en materia LGTBI como son los Gay Games. En eso nos están convirtiendo, en caspa.
Me encantaría poder decirle a esa pareja gay a la que escuché en esa charla de la CEAR que València sigue siendo su ciudad, esa en la creyeron como mejor destino para ser felices. Pero si este gobierno ya ha tomado todas estas medidas que les cuento en estas líneas solo enseñando la patita, desconfío de los próximos tres años que nos esperan. Porque hoy es caspa, pero mañana nos puede dar miedo.
Nuria Llopis es concejala del PSOE en el Ayuntamiento de Valencia.