El otro día hice un pequeño experimento en redes sociales. Planteé una encuesta acerca de qué temas habían sido objeto de atención en la prensa durante la última semana.
Las opciones que daba eran varias: la Eurocopa de fútbol, la mujer del presidente del gobierno, la violencia de género y los sanfermines. Podía haber añadido más temas, como las elecciones en Francia y Reino Unido, o la supuesta incapacidad del presidente de Estados Unidos de hilar un discurso en condiciones.
La respuesta fue exactamente la que me esperaba, tanto en el primer puesto como en el último. Y estoy segura de que sería lo mismo, aunque añadiéramos diez variantes más. La prioridad absoluta era el fútbol, sin dudarlo. La última opción, la violencia de género, sin dudarlo también. Y eso que nos encontrábamos ante el peor escenario posible. Pero ni así.
Hace dos fines de semana vivíamos veinticuatro horas de auténtico espanto en lo que a violencia machista se refiere. Nada menos que cuatro mujeres y dos menores eran asesinados a manos de hombres que fueron la pareja o expareja de esas mujeres.
A este torrente de sangre y dolor venían a unirse dos víctimas mortales más, en este pasado fin de semana. En definitiva, ocho vidas truncadas de raíz en apenas unos días, unidas a todo el dolor causado a sus seres queridos. Como dice una buena amiga, tendría que pararse el mundo. Pero el mundo no se para.
Para que se pare el mundo, aunque sea por un rato, se necesitan unos señores -sí, señores, las señoras no tienen el mismo poder, aunque vayamos ganando terreno- en calzones, una pelota y dos porterías. Y mucho movimiento a su alrededor. Y lo digo por experiencia.
El partido entre España y Alemania me pilló conduciendo en la carretera, y, pese a tratarse de una vía generalmente colapsada en estos tiempos estivales, estaba sola. Ni un solo vehículo llegué a cruzarme en mucho rato. Eso es verdadera influencia y lo demás son cuentos.
Y si...
Siempre que pasa algo así -por desgracia, no es la primera vez ni creo que sea la última- me planteo lo mismo. Me pregunto qué ocurriría si en lugar de mujeres y sus hijos, las personas asesinadas tuvieran en común otra cosa.
Esto es, ¿qué ocurriría si en unos pocos días hubieran sido asesinados ocho futbolistas, u ocho políticos, por poner ejemplos de los dos temas más votados en mi encuesta? Seguro que sí se habría parado el mundo. Seguro que los titulares de prensa nacionales e internacionales no hablarían de otra cosa y que las redes sociales se llenarían de mensajes de apoyo a las víctimas.
No tengo ninguna duda, incluso, de que los más altos dignatarios de países del mundo entero mostrarían su consternación, incluso dejando de lado por un instante sus diferencias. Y hasta se promovería la promulgación de alguna ley exprés y un presupuesto extraordinario para evitar que volviera a suceder algo así.
Por otro lado, tampoco se le ocurriría a nadie negar los crímenes, ni decir que se exagera y mucho menos afirmar que el problema estriba en quienes interponen supuestas denuncias falsas y no en quienes mueren asesinados.
Sin embargo, así seguimos. Resignándonos a que esta tragedia siga, como si no tuviera remedio, y mirando hacia otro lado cada vez que la sangre de las víctimas salpica el sofá de nuestra zona de confort. Y dando un paso atrás tras otro, hasta el punto de que los políticos ni siquiera son capaces de aparcar sus discrepancias por un solo día para llorar a las víctimas bajo una misma pancarta.
Quizás la única manera de llamar la atención sea llevar las cosas al terreno que interesa, el de juego. Por eso, la próxima vez que gritemos “gol” pensemos en todas esas mujeres que ya nunca podrán hacerlo. Y, cuando celebremos la victoria, pensemos en esas familias que quedaron para siempre sin nada que celebrar. Igual así somos capaces de prender las conciencias.