No sé por qué me preguntaba el otro día por cómo llamar a nuestra Constitución que, después de casi cincuenta años, ni siquiera tiene nombre, Y es que, a pesar de todo lo que se hizo esperar, no fuimos capaces de tratarle ni de lejos como a otra gran esperada, la de 1812, a la que enseguida se le bautizó con un nombre tan simpático como el de Pepa. Tan simpático que dio origen a una expresión bien conocida y festiva: ¡Viva la Pepa!

Y yo, que le doy muchas vueltas a las cosas, he decidido enmendar este agravio histórico con la pobre Constitución y ahora que viene su cumpleaños, regalarle un nombre. Así que, tomando como muestra a su antecesora Pepa, fui a buscar el santo del día, que resultó ser, entre otros, San Nicolás de Bari.

De modo que nuestra norma suprema puede pasar a llamarse Nicolasa. Podría ser también Bonifacia. Emiliana, Mayórica u Obicia, que también son onomásticas del día, pero casi que me quedo con Nicolasa, que incluso permite el diminutivo, Nico. Y así, con un nombre familiar, tal vez empezamos a tratar mejor a nuestra Constitución, porque a la pobre la tenemos demasiado baqueteada. Y ya empieza a estar mayor para tanto trote.

La cuestión es que llega el momento de celebrar el día de nuestra norma suprema, y la pobre parece que para algunas cosas está en horas bajas. Y lo está para cosas tan importantes como el derecho a la igualdad, que cada día vemos como los intolerantes campan por sus fueros. O para algo tan fácil de comprender y tan difícil de realizar como el derecho a acceder a una vivienda digna, que no anda el tema de tener techo como para echar cohetes.

Y es que la Constitución es muy sufrida. Tanto, que se ha estado permitiendo en los últimos años que haya quien la usa como excusa para defender sus propios intereses disfrazándolos de propios de nuestra norma suprema y apropiándose, además, de su nombre.

Se autoproclamaban partidos “constitucionalistas” aquellos que se consideraban adalides de la unidad indivisible de la nación española, como si fuera el único precepto de la Constitución.

Incluso aunque estuvieran totalmente en contra de algunos de sus preceptos, Y, de paso, se apropiaban también de la bandera, que en este país siempre hemos sido mucho de “conmigo o contra mí”. Y se olvidan de dos cosas, al menos: la primera, que la Constitución tiene muchos más artículos, y la segunda, que no les pertenece en exclusiva.

Nuestra Nicolasita celebra su cumpleaños un año más sin que le hagan uno de los regalos que más necesitaría: una buena capa de chapa y pintura que demostrara que ella misma es coherente con lo que pregona.

O, dicho de otro modo, que, si la forma política del Estado español, es la monarquía parlamentaria, que por lo menos a la hora de la sucesión sean iguales los hombres y las mujeres conforme pregona su artículo 14, y no se siga por más tiempo diciendo que será preferido el varón sobre las mujeres a la hora de acceder al trono.

A Dios rogando y con el mazo dando, como dice el refranero. Y que nadie se rasgue las vestiduras alegando quela reforma de la Constitución es muy difícil, porque cuando se quiere se puede. Y si no, veamos como fuimos capaces -por fin- de desterrar de su texto toda alusión al término “disminuídos” para referirse a las personas con discapacidad. Y es que querer es poder.

En definitiva, por este 6 de diciembre podemos aprovechar para dar nombre a la Constitución, pero, mucho más importante, para dar cumplimiento a todos sus preceptos. Aunque, bien pensado, eso debería hacerse todos los días del año y no solo la fecha señalada en el calendario. Pero todo es empezar. ¿O no?