El otro día, en la Cabalgata de Reyes, vi bailar a mi hija como parte del cuerpo de baile que acompañaba al rey Melchor. Y allí plantada, entre el frío, el dolor de pies del plantón y los empujones, me vinieron a la cabeza muchos recuerdos.

Ahora mi hija ya es una adulta y hacía muchas cabalgatas que no íbamos a ver a los Reyes Magos, pero cuando era pequeña, no faltábamos ni una. Imagino que como todos los padres y madres. Pero en el caos de mi hija con una diferencia.

Ella, más allá de buscar a los Reyes con la mirada, se quedaba extasiada viendo a quienes bailaban en la cabalgata, exactamente igual de extasiada que se quedaba mirando a cualquiera que bailara en algún sitio que le llamara la atención. Y no sé si sería lo que le pedía a los Reyes, pero siempre decía en voz bien alta que lo que más desearía sería formar parte del cuerpo de baile.

Ya sé que habrá quien piense que todas las niñas alguna vez han querido ser bailarinas, como muchos niños -y hoy, por suerte, también niñas- soñaban con ser futbolistas, pero lo de mi hija era mucho más que eso.

Lo de ella era verdadera vocación, y así lo demostró desde bien pequeñita. Ella quería hacer de su pasión, la danza, su profesión, y no paró hasta conseguirlo, a base de mucha preparación, de mucho sacrificio, de esfuerzo y de una tenacidad a prueba de bomba que mucha gente veía como simple cabezonería.

Es cierto que hoy es mucho menos complicado que antaño el dedicarse a actividades artísticas, y no está tan mal visto como lo estuvo en otra época. Pero eso no quiere decir que esté normalizado como una profesión tan digna como la que más. De hecho, cualquier profesional de la danza ha sufrido en sus carnes la dichosa pregunta de si tienen un plan B o, lo que es peor, si además de bailar no tienen una profesión seria. Como si no fuese una cosa seria dedicarse en cuerpo y alma a una actividad, sacrificar tiempo, fiestas y muchas otras cosas para prepararse.

Cuando tropiezo con personas que hacen estas preguntas, yo siempre planteo lo mismo. ¿Alguien le pregunta a un médico si tiene un plan B)? ¿Alguien insta a una abogada a que estudie arquitectura por si lo del Derecho no se le da bien? ¿Alguien se atrevería a decirle a un ingeniero que su profesión no es seria? ¿Verdad que no? Pues eso.

Pocas personas pueden imaginar la cantidad de años que lleva sacarse el título en un conservatorio, y la cantidad de horas que hay que seguir dedicando al cultivo del cuerpo para no perder la forma y la preparación. Y tampoco imaginan la cantidad de puertas a las que hay que llamar y la cantidad de noes que hay que tragar hasta lograr el anhelado sí. Tal vez si lo supieran lo pensarían dos veces antes de hacer las dichosas preguntitas, que se han llevado más de una vocación por delante.

Todas estas cosas fueron las que me pasaron por la mente cuando veía a mi hija bailar en la Cabalgata, al igual que me vienen cada vez que la veo actuar en cualquier sitio, o que disfruto como alumna o como espectadora de sus clases. Y ahora sé que los Reyes le trajeron hace mucho su mejor regalo, que no ha sido tanto bailar en uno u otro sitio, sino tener el coraje y la fuerza de voluntad para conseguirlo. Y ese regalo dura y perdura por siempre.

Por su parte, a mí también me trajeron su regalo los Reyes hace tiempo: poder compartir su afición y disfrutar de su profesión. Y, por supuesto, hacerlo sacando pecho. Y para eso no hay plan B. Ni falta que me hace.