A los moralistas de la Ley Seca el tiro les salió por la culata. En los trece años que duró la Prohibición se multiplicaron los speakeasies, bares clandestinos de nuevo en pleno revival en la ciudad de los rascacielos. Algunos siguen abiertos desde entonces. Otros son de nuevo cuño, pero dan tanto el pego que uno podría imaginarse al mismísimo Al Capone tomándose un Templeton Rye en la barra.
“Lo lícito no me es grato; lo prohibido excita mi deseo”. Es probable que en el Nueva York de los años veinte no se leyera mucho a Ovidio, pero, tras la promulgación de la Ley Seca, se ve que más de uno se apuntó a su máxima: sólo en la Gran Manzana había más de 10.000 bares secretos cuando Roosevelt, en 1933, volvió a legalizar el bebercio.
El remedio había resultado peor que la enfermedad. Para sorpresa de puritanos y activistas como Carrie Nation, famosa por destrozar botellas con un hacha en una mano y la Biblia en la otra, durante la Prohibición no solo se multiplicaron los garitos ilegales, sino que las mafias que traficaban con el alcohol se hicieron dueñas y señoras de la ciudad. Habla bajo es lo que antes de la Ley Seca significaba speak easy. Tras ella y hasta la fecha, por speakeasy se entiende un bar clandestino.
Speakeasies con solera
La mayoría de los del Nueva York de aquellos años eran auténticos tugurios que, en cuanto la cosa volvió a ser legal, desaparecieron tan rápido como habían surgido. Aguantaron el tipo sin embargo algunos, aunque hoy convertidos en establecimientos de lo más respetable. Es el caso de Landmark Tavern, una preciosa taberna irlandesa junto a los muelles del río Hudson cuyo tercer piso escondió un speakeasy, o el hoy restaurante Frankie & Johnnie’s de la calle 46. Ya no hará falta decir “frankie” y aguardar con los dedos cruzados a oír tras la mirilla responder “johnnie” y que se abra la puerta, aunque a cambio podrá meterse entre pecho y espalda uno de los mejores steaks de Manhattan rodeado de fotos de las estrellas de Broadway que lo frecuentan.
En el siempre trasgresor Village resistió también Julius´ (www.juliusbarny.com), un hervidero de músicos y escritores durante la Prohibición que en los 50 se convirtió en uno de los primeros bares gay del barrio, así como The Back Room, al que se accede por la misma puerta secreta que franqueaban Bugsy Siegel y Lucky Luciano para celebrar en él sus “reuniones de trabajo”. En honor a la tradición, por eso de disimular, las copas todavía se sirven en tazas de té. Y, si la visa se atreve, nada como reservar en el mítico Club 21 de la calle 52, donde millonarios de la banca o el hampa se codeaban con glorias del cine y el jazz. Tras la cena, quizá en la mesa favorita de Frank Sinatra o George Clooney, habrá que camelarse al maître para bajar a la bodega del sótano que jamás, en sus mil y una redadas, localizó la policía. Tras su puerta camuflada de dos toneladas se escondían las mejores botellas que surtían contrabandistas como el Capitán McCoy, famoso por proporcionar solo material de primera como el whisky Cutty Sark, del que dicen las malas lenguas empezara a fabricarse en Escocia para calmar la sed de la Ley Seca.
Clandestinidad al alza
Casi un siglo después de la Prohibición, la ciudad de los rascacielos vuelve a rendirse ante speakeasies de nueva hornada. A menudo sin cartel, entradas disimuladas y contraseña para colarse. PDT o Please don’t tell –‘por favor no lo cuentes’–, fue uno de los primeros del East Village. Si en su zona a la vista sirven unos perritos de escándalo, quienes consigan franquear el falso fondo de su cabina de teléfonos vintage penetrarán en otro local que recrea el ambiente de las películas de gángsters.
Muy al estilo de Bathtub Gin, presidido por una bañera como homenaje a aquellos a quienes no quedó otra que fabricar ginebra en el baño de casa, o Blind Barber (www.blindbarber.com/visit/nyc), un desconcertante cruce entre speakeasy y barbería hipster en la que, además de tomar una copa, afeitarse a la vieja usanza. O The Raven, Apothéke y tantos más como Death & Co, a rebosar de gente guapa dando cuenta de cócteles a menudo inventados en aquellos años. ¡Y es que solo mezclándolo se disimulaba el sabor a matarratas de aquel alcoholazo de quinta!
Guía práctica
Cómo llegar
Vuelos directos de Madrid o Barcelona, por incluso menos de 500 € en algunas fechas, con Iberia, Air Europa, United Airlines o, entre otras, Delta. Obligatorio estar en posesión de la autorización ESTA para entrar a Estados Unidos. Si se prefiere un viaje organizado, Nautalia ofrece los vuelos y cuatro noches en un tres estrellas a partir de 693 €, mientras que Catai propone ocho días de circuito por Nueva York, Philadelphia, Washington y cataratas de Niágara desde 1.480 €.
Cómo moverse
La tarjeta MetroCard, válida para metros y autobuses, supondrá un buen ahorro si se piensa usar el transporte público. También el City Pass puede ser interesante ya que incluye las principales atracciones de la ciudad a precio reducido y, esencial, sin colas.
Mejor época
La primavera y el otoño son las más agradables, ya que en verano habrá que contar con un calor asfixiante y, en invierno, fríos heladores.
Más información
Turismo de Nueva York, con información, parcialmente en castellano, sobre sus barrios imprescindibles, lugares a visitar, agenda de eventos e incluso un motor de búsqueda de hoteles y restaurantes por zonas, precios o especialidades.