En Hermanus hacen sonar una alarma cada vez que merodea una ballena bajo sus acantilados, y no por temor a estas moles de tranquilamente cincuenta toneladas en canal, sino para ponerle más fácil los avistamientos a los que se acercan a verlas hasta este pueblito a un par de horas de Ciudad del Cabo.
De junio a diciembre, cientos de ballenas francas australes se concentran por su bahía para buscar novio o parir a sus crías. Hay barcos que salen a su encuentro por la Reserva Marina que baña sus costas, pero lo cierto es que a menudo se arriman tanto a tierra firme que esta antaño villa pesquera presume de ser el mejor lugar del planeta en el que admirar a estas viajeras de los océanos sin necesidad de poner un pie en el agua. Basta apostarse sobre las rocas o en los miradores de los senderos a sus orillas para pasmarse con sus coletazos y zambullidas antes de que vuelvan a desaparecer bajo las olas.
Sus movimientos lentos y su incapacidad para bucear durante mucho tiempo las convirtieron en presa fácil para los harponeros hasta el punto que su nombre en inglés, “righ whales”, indicaba que eran las ballenas “adecuadas”. Para cazar, se entiende. Hoy aquí están protegidas y su población en todo el mundo, que descendió hasta quedar apenas unos 3.000 ejemplares, parece que se está recuperando lentamente, aunque es difícil precisar cuánto.
Durante las excursiones en barco no se permite aproximarse a más de cincuenta metros de ellas. Sin embargo la naturaleza curiosa de estas emocionantes criaturas hace que acaben acercándose por iniciativa propia hasta el borde mismo de las embarcaciones, y algo parecido se diría que ocurre en Hermanus. Sobre sus roquedos al ras del agua o desde los miradores de sus acantilados, habrá que tomarse un tiempo para acostumbrar el ojo y localizar entre la negrura del mar los lomos, rugosos y oscuros, de estas reinas de los mares. Aunque no tocará esperar mucho. El violento chorro en forma de V que levantan cada vez que salen a la superficie a respirar da una pista infalible para localizarlas. Pero más espectacular aún será verlas lanzar su corpachón sobre los aires en unos saltos de acróbata que algunos explican como una técnica de cortejo. Otros, más prosaicos, aventuran que quizá sólo pretendan desprenderse de los parásitos que se les quedan adheridos a la piel, mientras que muchos, a saber con qué rigor científico, apuestan que lo hacen ni más ni menos que para lucirse ante un público al que saben entregado.
Todo en Hermanus se consagra en temporada a sus vecinas más ilustres, con incluso un festival a finales de septiembre que aliña los mejores avistamientos con conciertos, pruebas deportivas y encuentros gastronómicos de mucho nivel. Porque aunque a Suráfrica la mayoría acude a hacer safaris por parques como el Kruger en busca de los míticos “big five” -el elefante, el búfalo, el león, el rinoceronte y el leopardo-, sólo a tiro de piedra de la Península del Cabo podrán admirarse colonias de focas en Duiker Island o de pingüinos en Boulders Beach, salir al encuentro del gran tiburón blanco desde Gansbaai y, claro, al de las ballenas que, un año más, están a punto de emprender el regreso hacia la bahía de Walker.
Guía práctica
Cómo llegar
Iberia (www.iberia.es) vuelve a partir del próximo 1 de agosto a operar vuelos directos entre Madrid y Johannesburgo (desde 680 €), con conexión a Ciudad del Cabo a partir de 833 € ida y vuelta.
Dónde dormir
Sólo once suites y una villa, a cual más deliciosas, en Birkenhead House, una mansión de gusto exquisito en lo alto de un acantilado desde el que avistar en soledad a las ballenas que se arriman lo indecible a las costas de Hermanus. Más asequible, el también hotel boutique Misty Waves.
Más información
Turismo de Suráfrica y Turismo de Hermanus.