Con sus pintorescos canales y su laberinto de calles en las que el tiempo parece haberse detenido hace siglos, Brujas emana un encanto irresistible que invita a visitarla una y otra vez. Esta capacidad de seducción de la ciudad flamenca –Patrimonio de la Humanidad desde el año 2000– permite entender por qué muchos nos sentimos atraídos de forma inevitable por sus bellos y misteriosos rincones. En cualquier caso, si alguien necesita excusas para descubrir o regresar a la localidad belga, Brujas está siempre en el punto de mira gracias a sus numerosas propuestas artísticas y culturales. El año pasado fue su innovadora Trienal, que reunió a un abultado grupo de artistas contemporáneos de todo el mundo, pero la ciudad siempre ofrece iniciativas interesantes, ya sea a través de espectáculos como el MAfestival –que cada año atrae a miles de apasionados por la música antigua– o gracias a las cuidadas exposiciones de museos como el Groeninge o el Sint-Janshospitaal (Hospital de San Juan).
Este último espacio es, precisamente, el protagonista de una de las muestras más singulares de este año, dedicada a la obra del artista flamenco Pieter Brueghel el Viejo y sus inquietantes pinturas de hechiceras. Hoy en día resulta imposible aludir a las temibles brujas sin evocar la imagen arquetípica de ancianas volando a lomos de escobas o preparando brebajes ponzoñosos alrededor de calderos humeantes. Sin embargo, pocos saben que esa imagen prototípica no existía en el imaginario colectivo hace 500 años, y que fue precisamente el pintor flamenco quien, por medio de sus lienzos y grabados, creó una iconografía que aún sigue vigente en nuestros días. Bajo el título de Las brujas de Brueghel (hasta el 26 de junio de 2016), la muestra realiza un apasionante recorrido a través del tiempo, analizando la creencia en hechiceras y nigromantes a partir de la Edad Media, su influencia en el arte y sus dramáticas consecuencias para cientos de miles de personas –en su mayoría mujeres– que murieron ejecutadas en la horca o entre las llamas de una hoguera.
UN NIDO DE HECHICERAS
Caprichos del azar y la lingüística, el nombre de la ciudad de Brujas coincide en castellano con el término más usado para referirse a las presuntas adoradoras del Diablo. En flamenco, sin embargo, Brugge tiene un significado más prosaico: alude a los numerosos puentes y embarcaderos que salpican la ciudad en todos sus rincones. Pero aunque el nombre de Brujas sólo nos haga pensar en hechiceras a los hispanoparlantes, lo cierto es que la encantadora ciudad flamenca puede recorrerse también siguiendo las huellas de las brujas, los fantasmas y los pactos con el Diablo.
La plaza Burg es sin duda una de las más hermosas de la ciudad, en gran medida gracias a su espectacular patrimonio, auténtico compendio de distintos estilos arquitectónicos. Aquí encontramos la diminuta pero espectacular iglesia de San Basilio (de estilo románico en su interior), el imponente edificio del Ayuntamiento (gótico), la Antigua Escribanía (renacentista), el Prebostazgo (barroco) y el Franconato de la ciudad (de estilo clasicista), entre otras joyas. Todo un recorrido por la Historia del Arte reunido en una misma plaza. Sin embargo, este espacio repleto de belleza fue también escenario de oscuros sucesos. Como plaza del concejo de la ciudad, era aquí donde se impartía justicia, lo que incluía ejecuciones públicas como las que sufrieron las mujeres acusadas de brujería. En junio de 1634, por ejemplo, fueron quemadas en la hoguera dos mujeres llamadas Maycken Karrebrouck y Mayken Luucx, y tres días más tarde la anciana Catheline Ide sufrió el mismo destino. Antes de ser devoradas por las llamas, las acusadas pasaban la noche atadas a unas argollas –para mayor escarnio público– que todavía son visibles en la fachada de la Antigua Escribanía, unidas a unos altorrelieves de aspecto demoniaco.
Sin abandonar las calles principales del casco antiguo, en el número 29 de Wollestraat encontramos otro de los enclaves siniestros de la localidad. Aquí se levanta el Foltermuseum (Museo de la Tortura) De Oude Steen, que como su nombre indica está dedicado a mostrar los diferentes artilugios que se usaban en siglos pasados para aplicar tormentos a los reos. Este tétrico espacio se ubica en un edificio que ocupó en el pasado una de las cárceles más antiguas de Europa, y sin duda sus celdas vieron pasar más de una bruja. Hoy cuenta con una estremecedora colección de objetos y figuras de cera que rememora los más aterradores sistemas de castigo e interrogatorio.
A sólo unos minutos a pie se encuentra la otra plaza principal de la ciudad, la del Markt o Plaza Mayor, dominada por la inmensa torre del Campanario, las singulares casas de los gremios y el llamativo edificio neogótico de la Corte Provincial. Este último espacio está hoy ocupado por el Historium (Markt 1), un curioso museo que nos permite descubrir cómo era la vida en Brujas durante la Edad Media, época en que comenzó la psicosis y la persecución a las hechiceras.
Si seguimos paseando en dirección norte por la calle Vlamingstraat y giramos a la derecha en Kortewinkel, no tardaremos en desembocar en el Spaanse Loskaai, el antiguo Muelle de los españoles. Allí, haciendo esquina junto a un canal con la Spaanjaardstraat (calle de los españoles) se levanta la llamada “Casa de Dios”, una vivienda que, según aseguran los brujenses, está encantada desde hace siglos. Aseguran los rumores que aquí vivía una joven monja que murió asesinada por el sacerdote que la pretendía, y desde entonces su alma en pena recorre sus muros sin descanso.
De vuelta a las cercanías de la plaza Burg, y tras atravesar la estrecha y singular calle del Asno Ciego (Blinde-Ezelstraat), llegamos al Rozenhoedkaai o Muelle del Rosario, uno de los lugares más admirados por los visitantes. En siglos pasados se encontraba aquí el puerto de la sal, uno de los productos más codiciados de la antigüedad. Una de las casas que dan al canal perteneció en su día a Joost de Damhouder, un abogado y humanista local que escribió un tratado sobre cuestiones criminales que incluía un apartado sobre hechicería, y que fue muy utilizado durante los juicios a las supuestas brujas, pues explicaba con detalle cómo obtener su confesión por medio de la tortura.
Si continuamos caminando junto al canal durante algunos minutos no tardaremos en llegar a la iglesia de Nuestra Señora y poco después al antiguo Hospital de San Juan (Sint-Janshospitaal), un recinto monástico que durante siglos atendió a numerosos viajeros y peregrinos que caían enfermos a su paso por la ciudad. Uno de sus más ilustres visitantes fue el pintor Hans Memling quien, en agradecimiento a los cuidados recibidos, regaló al hospital seis de sus lienzos. En la actualidad sus salas medievales albergan una valiosa colección de documentos históricos y obras de arte, así como exposiciones temporales como la que ahora aborda las pinturas de brujería realizadas por Brueghel el Viejo. Sin embargo, no es este el único nexo de unión entre el hospital y las hechiceras. Durante siglos, los “guardianes” del recinto monástico –un título otorgado por el Ayuntamiento a ciertos caballeros– participaban de forma activa en los juicios por brujería que se celebraban en la ciudad.
La última etapa de nuestra ruta tras las huellas de las hechiceras de la ciudad de Brujas lleva nuestros pasos hasta el barrio de Santa Ana, uno de los distritos más tranquilos de la localidad. Según la leyenda, las brujas solían reunirse bajo la iglesia de Jerusalén (en Baalstraat) para celebrar sus aquelarres en compañía del Diablo. Cierta noche, un jorobado noctámbulo que había bebido más de la cuenta se encontró con el conventículo de hechiceras y, tras bailar con ellas y acceder a besar el trasero del demonio, se vio libre de su chepa. El relato asegura que el hombre avisó a un amigo que también tenía joroba, pero éste se negó a besar al Diablo y, como castigo, fue obligado a cargar con las dos chepas, la suya y la de su colega. Hoy siguen en pie tres enclaves principales de la socarrona leyenda: la iglesia de Jerusalén (construida en el siglo XV a semejanza de la del Santo Sepulcro), el bar ‘In de Zwarte Kat’ (El Gato Negro), cuyo nombre recuerda la presencia de las brujas, y el Café Vlissinghe (Blekersstraat 2), la taberna más antigua de Brujas, fundada en 1515 y el lugar del que, según la leyenda, salió el jorobado con dos copas de más antes de encontrarse con las adoradoras del Maligno.
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar. Cinco aerolíneas vuelan a Bruselas desde varios aeropuertos españoles: Brussels Airlines, Clickair, Iberia, Ryanair y Vueling. Desde el aeropuerto hay conexión directa con Brujas (un tren cada hora). Si estamos en el centro de Bruselas, lo más cómodo es tomar un tren (hay dos cada hora) desde la estación de Brussel-Zuid.
Dónde dormir. El Grand Hotel Casselbergh se encuentra a un paso de la plaza Burg, y a sólo 10 del Markt, y puede presumir de contar con unas instalaciones dignas de reyes a un precio más que razonable. Algo más alejado del casco antiguo, aunque a sólo 5 minutos de la catedral, se encuentra el NH Brugge (Boeveriestraat 2), un establecimiento acogedor e ideal para quienes prefieran un entorno alejado del ajetreo del centro.
Dónde comer. El Bistro Bruut (Meestraat 9) se ha convertido en poco tiempo en un referente culinario de Brujas. Platos deliciosos y un ambiente relajado. El restaurante De Florentijnen (Academiestraat 1) se ubica en un antiguo edificio perteneciente a mercaderes italianos, aunque sus platos son un magnífico exponente de la cocina más moderna.
Para tomar una copa. La Groot Vlaenderen (Vlamingstraat 94) es una coctelería con aires de hotel de lujo, donde preparan unos cócteles perfectos en una atmósfera relajada y tranquila. Para degustar una cerveza local –por ejemplo una Brugse Zot–, lo mejor es acudir al Café Vlissinghe, la taberna más antigua de Brujas.
Más información: Turismo de Flandes y Exposición ‘Las brujas de Brueghel’.