“Embarcación fina, de bordas poco elevadas, con dos palos, y a veces tres, y un cangrejo en cada uno”. La Real Academia de la Lengua desconcierta lo suyo con eso del “cangrejo”, por no hablar –¡es lo que tienen los diccionarios!– de que no da pista alguna del hedonismo de instalarse en estos veleros para surcar una de las costas más vírgenes que le quedan al Mediterráneo. Los turcos se han servido de siempre de las goletas para comerciar por ella. Ahora, desde que arranca el buen tiempo, también las eligen para el verano grupos se amigos e incluso familias con niños pequeños ya que, a diferencia de otro tipo de yates, tienen unas barandillas lo suficientemente altas como para evitar disgustos: difícil caerse al agua salvo que uno se tire. Además son bastante más espaciosas que la mayoría de los barcos que un simple mortal podría permitirse sin empeñar el diente de oro. Si te apetecen unas vacaciones en el mar pero nada podría producirte más urticaria que un crucero al uso, quizá estés a punto de encontrar las tuyas.
Las que se alquilan por semanas en la riviera turca pueden albergar de cuatro a una veintena de pasajeros, con posibilidad de reservarla en exclusiva o compartirla con perfectos desconocidos. En función de ello el itinerario será más o menos inamovible o del todo a la medida, teniendo en cuenta eso sí los vientos y el estado del mar, pero también lo que le pida el cuerpo a sus ocupantes. Más lujosas o espartanas, según lo que se esté dispuesto a pagar, lo que todas suelen incluir es una pequeña tripulación con incluso cocinero para los pormenores de la intendencia.
Sobremesa de dos horas en el desayuno
Cada mañana, tras levar ancla, el arranque del motor al salir del puerto hace las veces de despertador para los poco dados a madrugar. En cubierta estará esperando un opíparo desayuno a la turca servido por el par de camareros-marineros que tanto valen para echarle un cable con las maniobras al capitán como para atender a los huéspedes: fuentes de pepino, tomate pelado y aceitunas henchidas de sabor; mermeladas caseras, quesos y miel comprados a algún campesino de la zona, el pan aún caliente horneado en la aldea más próxima, y esa delicia que es el yogur turco que, rebajado con agua y una pizca de sal, se convertirá en ayrán, un bebedizo infalible para los calores al que hacerse adicto durante la travesía.
Que la primera comida del día pueda conllevar su buen par de horas de sobremesa da ya una idea del ritmo de la semana a bordo: ni más ni menos que navegar con las velas desplegadas, sin prisas y entre amigos, con todo el día por delante para tomar el sol en cubierta, recalar por pueblitos que son la viva imagen de como era el Mediterráneo mucho tiempo atrás, bucear en un buen libro a la sombra de los toldos o hacer lo propio en las transparentes aguas turquesa de una cala accesible sólo para los afortunados que se le arriman desde el mar.
Ésta podrá quedar a mano de Antalya, en la costa mediterránea, o, entre otras bases principales, cerca de los puertos de Kusadasi, Göcek, Marmaris, Fethiye o Bodrum, si se opta por el Egeo. Unas cuatro horas diarias de navegación vienen a dar con la ecuación perfecta para alternar el dolce far niente con las excursiones a tierra y las zambullidas, el snorkel o las expediciones en los kayak que acarrean muchas goletas. Las distancias a recorrer son reducidas. Las rutas, sin embargo, numerosísimas, y tan diversas que no estará de más informar con antelación a la agencia con la que se haga la reserva sobre los gustos de la mayoría del pasaje para dar con el itinerario perfecto.
Yacimientos arqueológicos de la talla de Troya, Pérgamo, Éfeso o Mileto, esparcidos junto a estas orillas del Asia Menor que antes que turca fue griega y romana; escenarios tan poco trillados como el golfo de Gökova, puertos de marcha cuasi ibicenca... Tapizadas de pinos, olivares e higueras, estas costas con las que no se ha cebado el ladrillo no son ningunas desconocidas para alemanes y nórdicos. Para los españoles, todavía, son sólo un secreto a voces entre connaiseurs y amantes del mar en su estado más noble.
Guía práctica
Cómo llegar
Vuelos directos a Estambul desde Madrid, Barcelona, Bilbao o Málaga con Turkish Airlines o Pegasus a partir de unos 150 € ida y vuelta en junio. Consultar la conexión a aeropuertos como Bodrum, Dalaman o Antalya en función de la zona por la que se vaya a navegar.
Alquiler de la goleta
Pueden reservarse directamente con empresas turcas como SJ Travel & Yachting o desde España a través de la agencia especializada en alquiler de yates Aproache. Los precios varían bastante en función de la temporada, la capacidad del barco y sus servicios, así como del número de tripulantes para manejar la embarcación y atender a los huéspedes, ocupándose de hacer la comida, la limpieza o acompañar a tierra a los visitantes si lo desean. Una goleta estándar para seis pasajeros, a través de Aproache, cuesta desde 4.200 € a la semana en mayo y octubre hasta 6.300 € en agosto. Una de lujo para 16 personas oscila, siempre por semana y para el total del pasaje, con tripulación, tasas y amarres incluidos, entre unos 9.000 y 13.800 €. En temporada alta también organizan flotillas (http://www.aproache.com/alquiler-de-barcos/planes/01311-planes-flotilla-en-goleta-grecia-y-turquia.html), como la programada desde Bodrum entre el 20 y el 27 de agosto, por 1.335 € por persona en pensión completa, vuelo aparte.
Mejor época
De mayo a octubre, con temperaturas lógicamente más altas pero también más ambiente en julio y agosto, aunque una vez navegando hay muy poca masificación.