Muy creciditos ellos, los nabateos, la tribu beduina que se volvió inmensamente rica con los impuestos que les cobraban a las caravanas que cruzaban su territorio, se atrevieron a desafiar a la propia Roma. Por más que lo intentaron, al final hasta su capital, Petra, quedó anexionada al Imperio en el siglo I a.C. Bajo su dominio, sin embargo, su bonanza siguió en aumento gracias a su ubicación en la confluencia de siete de las vías comerciales que trasegaban inciensos, sedas y mercaderías preciosas rumbo a Alejandría, Jerusalén o Damasco. Los terremotos que derribaron parte de su monumentalidad anunciaron un declive al que terminó de dar la puntilla el cambio de las rutas caravaneras, con lo que esta ciudad del desierto perdió su valor estratégico y acabó olvidada del mundo.
Así se la encontró en 1812 Johann Ludwig Burckhardt, un personaje que dejaría en mantillas al mismísimo Indiana Jones. Conocedor del árabe y el islam amén de, según las malas lenguas, espía, el explorador suizo había oído hablar de este santuario prohibido en sus viajes por Oriente Medio. Haciéndose pasar por musulmán, se las ingenió para engañar a quienes podían conducirle hasta él, convirtiéndose en el primer infiel en adentrarse por aquella Petra deshabitada de la que, hasta entonces, no se sabía a ciencia cierta si de verdad existía o si era solo una leyenda.
En sus días de gloria, hace la friolera de dos mil años, la capital nabatea fue tallada en la roca aprovechando las laderas de arenisca rosada que la protegían como la mejor de las murallas. Frontones, templos y pórticos de líneas grecorromanas, altares ceremoniales y relieves labrados como si en vez de piedra fueran de cera, un teatro con aforo para 5.000 espectadores o vías flanqueadas de columnas que antaño cobijaban tiendas y mercados engalanan este descomunal yacimiento arqueológico que aparece cual espejismo tras caminarse el kilómetro largo del Siq, el cañón encajonado entre paredes altísimas que conduce al recinto. El edificio del Tesoro, su estampa más icónica, es solo el comienzo de un recorrido que culmina del otro extremo con la extenuante ascensión hasta El Monasterio y al que, el viajero con sensibilidad, hará bien en consagrarle al menos un par de días para paladearlo sin prisas –¡y sin morir en el intento!– bajo las luces oblicuas de primera hora y el atardecer.
Por más imágenes que se hayan visto de Petra, no hay forma de creérsela hasta que se la tiene delante. Sobre todo de noche. Tres veces por semana, una vez cerradas las ruinas para el público del día, el desfiladero y el Tesoro se iluminan con caminos de velas que acentúan más si cabe su mística. Nada pues aquí de la fanfarria de decibelios y chorros de luz de esos espectáculos horteras que se ceban por el mundo con tantos de sus grandes monumentos. En silencio absoluto se transita por el Siq, y solo los sutiles acordes de una música beduina aliñan la narración de su historia. Los visitantes, con el corazón en un puño, la escuchan sentados sobre las esteras dispuestas frente al Tesoro, bajo la luz de las velas, las estrellas y, con suerte, de una buena luna mora.
Guía práctica
Cómo llegar
Vuelos directos de Madrid y Barcelona a Amman, con Royal Jordanian a partir de unos 500 € en julio. El touroperador especializado en Jordania Dushara Tours propone circuitos por el país desde 1.227 €, vuelos, alojamientos y visitas incluidos. Más aventureras, las expediciones con trekking de Tuareg, a partir de unos 700 €, vuelo aparte.
Dónde dormir
Muchos alojamientos de todas las categorías abren en el pueblo –anodino aunque en un entorno de lo más escénico– a las puertas del recinto arqueológico. De los mejores de la zona, el Marriott, el Nabatean Castle, el Panorama o el hotel-boutique Petra Moon.
Dónde comer
Dentro del recinto de las ruinas hay un restaurante sin grandes pretensiones, y también podría organizarse un picnic buscándose una sombra entre sus roquedos. El camino es largo, dado que siempre habrá que atravesar el desfiladero del Siq, por lo que rara vez merece la pena regresar al pueblo a comer. Para compensarse con una buena cena están los restaurantes de los mejores hoteles o el Al Qantarah, con cocina tradicional exquisita, así como Petra Kitchen, con cursos donde a preparar los platos que luego se disfrutarán en la mesa.
Más información
Turismo de Jordania y Turismo de Petra. En el Centro de Visitantes e incluso en la recepción de los hoteles se puede reservar la entrada “Petra by Night”, que ilumina el recinto de velas cada noche del lunes, miércoles y jueves y cuesta 16 dinares (21 €) por adulto; menores de 10 años gratis.