A orillas del Atlántico, anclada en sus siete colinas, se levanta Lisboa, ciudad a ratos nostálgica, a ratos moderna, con esa decadencia bohemia que la distingue de manera tan particular. Se refleja en las callejuelas que zigzaguean cuesta arriba, emparedadas entre los edificios desgastados con fachadas de azulejos. En las tabernas de barrio donde suena un fado a media tarde. En los miradores que invitan a reposar los ojos al final del día y en el tintineo de los tranvías que cruzan la capital. Pero Lisboa es también la ciudad ecléctica y efervescente donde la vanguardia va de la mano de la tradición. Sea en sus bares y restaurantes, en sus zonas más abandonadas reconvertidas en lugares de moda o en espacios modernos dedicados a propiciar un sin fin de experiencias.
Proponemos un recorrido por lo mejor de estos dos mundos, con 10 paradas indispensables y factible en tres días. Para ver, saborear y experimentar la esencia de la capital portuguesa.
Castillo de San Jorge
Situado en una de las siete colinas de Lisboa, no es especialmente bonito por dentro, pero merece la pena pagar la entrada sólo para disfrutar de las vistas. El Tajo, el puente 25 de abril (ese que es igual que el Golden Gate de San Francisco), vigilados por la imagen del Cristo Rei al otro lado del río, una copia del Cristo Redentor de Río de Janeiro, es una de las fotos obligadas de la capital, más aún si se visita al atardecer.
Para llegar al castillo, las calles empinadas nos llevan hasta la Catedral de Lisboa, de estilo románico, cuya construcción empezó a finales del siglo XII. Y un poco más arriba nos encontramos con uno de los rincones más especiales de la ciudad: el mirador de Santa Luzia. Entre columnas de mármol y los típicos azulejos portugueses, se abre una espectacular ventana sobre la ciudad, con las calles estrechas de Alfama al fondo y el Tajo enmarcando las vistas. El paseo es muy recomendable, pero si en algún momento faltan fuerzas para seguir a pie, uno se puede subir al tranvía 28, quizá el más carismático de los transportes públicos de Lisboa y disfrutar del viaje en sus banquetitas de madera.
Alfama
Es el barrio del Castillo y uno de los más tradicionales de Lisboa. En pleno corazón de la capital portuguesa, con sus callejuelas laberínticas, allí y en el barrio de Mouraría se respira la verdadera esencia de la ciudad.
Además de perderse por sus calles, paseando sin destino y disfrutando simplemente de uno de los barrios más auténticos, aquí se puede ver el Panteón Nacional con su enorme cúpula, que se impone entre las demás construcciones. Al lado del monumento, si es sábado, está la Feira da Ladra, un mercadillo callejero, al estilo del Rastro de Madrid. Desde muebles antiguos, cámaras analógicas con medio siglo, tocadiscos, vinilos, libros, ropa de segunda mano… todo lo 'vintage' y lo 'kitsch' está allí.
Bajando en dirección al río surge otro de los miradores más bonitos de la ciudad, el mirador de las Portas do Sol, parada obligada para otra instantánea de Lisboa. En junio, el barrio se anima con las fiestas de Santo Antonio, el patrono de la ciudad. Se celebra el día 13 pero las fiestas se alargan durante casi todo el mes. Las calles, decoradas con banderolas de colores, se llenan de música y de gente cantando y bailando. Cada terraza se convierte en una pista de baile y en un escenario para que distintos grupos de música toquen las canciones más populares y típicas de las fiestas. Por el barrio, decenas de puestos de comida callejera, donde las sardinas asadas son las protagonistas.
Mouraria
Junto con Alfama, es otro de los barrios más castizos, impregnado de historia y música. Mouraria, como el mismo nombre indica, tiene su origen en un barrio árabe. Cuando D. Afonso Henriques, el primer rey de Portugal, conquistó la capital a los musulmanes, les confinó a esta pequeña zona. A día de hoy sigue siendo uno de los barrios más multiculturales.
Mouraria es una zona imprescindible en la historia lisboeta porque es también la cuna del fado. Allí nació y murió Severa, una prostituta de una increíble belleza, de la que se dice que fue la primera fadista portuguesa. Su voz se hizo escuchar en las calles, fiestas y tabernas de Mouraría, cantando esos versos melancólicos que han sido el germen del fado. A día de hoy, en muchas tabernas de la zona, se sigue escuchando el fado vadío (el más callejero e improvisado) y no es difícil oír la tradicional canción portuguesa mientras se callejea por el barrio, viniendo desde una radio, alguna ventana abierta o de una guitarra en alguna plazuela.
El fado está presente en cada rincón: en el particular paseo de la fama de los fadistas más importantes, en Rua do Capelão; en un colorido graffiti en las Escaleras de São Cristovão y en la misma casa de Severa, señalada con una placa y transformada en un acogedor restaurante. Aquí no hay vistosos monumentos, pero adentrarse en Mouraria es encontrarse con la Lisboa más genuina, entre callejuelas estrechas con edificios vestidos con azulejos, balcones con florecillas y siempre, siempre, el fado.
Martim Moniz
Principio o final de la Mouraria (según se empiece la ruta), Martim Moniz fue un día un barrio de mala fama que se ha reconvertido en zona de moda. Su plaza, antes desaconsejada a los turistas, es ahora un espacio multicultural con un mercado de diez puestos de comida internacional. Del sushi a los batidos naturales, pasando por la gastronomía china, brasileña, angoleña y, claro, la portuguesa. Alrededor de la plaza hay múltiples asientos donde pararse a disfrutar de la comida y de las variadas opciones de ocio que se programan asiduamente: conciertos en vivo, exposiciones o cine al aire libre.
Elevador de Santa Justa
Subir los 45 metros de altura del ascensor de Santa Justa es otra de las experiencias obligadas para cualquier turista. De estilo neogótico y construido en hierro, el ascensor une la Baixa lisboeta con el barrio de Chiado y su mirador ofrece una panorámica increíble sobre la ciudad. Al final de su pasarela encontramos el Convento do Carmo, uno de los edificios más peculiares de la ciudad. El terremoto que sufrió Lisboa en 1755 y el incendio subsecuente destruyó gran parte del convento que, pese a varios intentos, nunca ha sido reconstruido del todo. Permanecen las bóvedas, las paredes y las columnas, pero a cielo abierto una vez que el techo se derruyó por completo.
Justo al lado del convento está el Largo do Carmo, una plaza chiquitita, sin apenas interés aparente pero que guarda uno de los episodios más importantes de la Historia portuguesa. Fue allí donde, el 25 de abril de 1974, los militares obligaron a Marcelo Caetano, el último caudillo de la dictadura, a rendirse ante los cientos de personas que habían salido a la calle para apoyar el levantamiento militar, consumando la Revolución de los Claveles y poniendo punto y final a los casi 50 años de dictadura. Todos los años, cada 25 de abril, los lisboetas salen a la calle y se reúnen en esa plaza para recordar la Revolución.
Barrio Alto
El barrio bohemio por excelencia, que se transfigura con el pasar de las horas. Durante el día es un barrio residencial, tranquilo, con varios restaurantes y tiendas modernas de ropa, música y decoración. Por la noche se transforma en el epicentro de la vida nocturna lisboeta. Allí van los más jóvenes a tomarse la primera caña o la típica 'ginginha' (licor de guinda) servida en vaso de chocolate. Hay un bar en cada portal, casi todos chiquititos, con música en vivo y con mucha gente charlando, bailando y bebiendo en la calle.
Bajando la colina, llegamos a la Rua da Bica, una calle estrecha con bares a ambos lados y un pintoresco funicular que recorre sus 200 metros. Cruzando la plaza Luis de Camões, que está justo al lado, está A Brasileira, la cafetería donde poetas, escritores y artistas de inicios del siglo XX se reunían en amenas tertulias y daban forma a sus obras. La estatua de Fernando Pessoa, justo en la puerta, hace imposible pasar de largo.
Marquês de Pombal, Rossio, Terreiro do Paço
Es el recorrido indispensable en el centro de la capital. Empezamos en el Marquês de Pombal, la plaza que homenajea al responsable de la reconstrucción de Lisboa tras el terremoto de 1755. A sus espaldas, la enorme ladera del Parque Eduardo VII y delante, la Avenida da Liberdade. Bajando toda la avenida, entre sus árboles, sus quioscos, pequeñas cafeterías y las tiendas de lujo, desembocamos en la plaza de Restauradores, donde se encuentra la estación de trenes de Rossio, cuya fachada de estilo manuelino merece una parada rápida.
Siguiendo el camino, saldremos en la plaza del Rossio, centro neurálgico de la Baixa lisboeta. Aquí hay que echar la mirada hacia abajo y ver la empedrado portugués, con piedras grises y blancas que dibujan formas en el suelo. El teatro Nacional Dona María II preside la plaza. Bajando hacia el río, pasando por la amplia Rua Augusta y tras pasar el imponente arco, llegamos a la emblemática Plaza del Comercio, con el Tajo de telón de fondo. Caminando a lo largo del río en dirección al Cais do Sodré, merece la pena hacer una parada en el Mercado da Ribeira, que ofrece varios puestos de comida y bebida para recuperar fuerzas y tomar algo tranquilamente.
Belém
A 20 minutos de distancia en tranvía o autobús del centro de Lisboa (se pueden coger en el Cais do Sodré) está Belém, quizás la zona más monumental de Lisboa, una oda a los descubridores de Portugal. Enmarcada por sus bonitos jardines a un lado, y el río al otro, caminar por allí es tropezarse, a cada paso, con un monumento más impresionante que el anterior. El Padrão dos Descubrimentos, en forma de carabela, con sus figuras humanas esculpidas con laborioso detalle y la Torre de Belém, desde donde partían las naos hacia la India y Brasil, esperan a orillas del Tajo.
Al otro lado de los jardines, está el Monasterio de los Jerónimos, construido en el siglo XVI con un bonito claustro. Justo al lado, en el Centro Cultural de Belém, diseñado por Vittorio Gregotti, se esconde la colección de arte contemporáneo de la Fundación Berardo. Antes de salir de Belém habrá que visitar la Única Fábrica de Pastéis de Belém, la cafetería que dispone de la receta auténtica del dulce típico de la ciudad, y probar un par de pastelitos al menos, acompañados de un café o una copita de vino moscatel.
LX Factory
Un poco antes de llegar a Belém está el LX Factory. En la zona de Alcántara, alejado del ajetreo turístico y escondido entre edificios viejos, se encuentra este rincón moderno donde conviven arte, literatura, diseño, música y gastronomía. Emplazado en el terreno de una antigua fábrica, grafitis y pintadas varias dan color a las paredes grises y desteñidas por el paso del tiempo.
Cada una de sus antiguas naves alberga tiendas de ropa, de decoración, barberías, bares, restaurantes y el paraíso de los lectores: la librería Ler Devagar, situada en una antigua rotativa de un periódico y donde uno se puede perder horas y horas entre estanterías interminables. Hay restaurantes para todos los gustos, desde los 'petiscos' (tapas) a la comida más elaborada. Rio Maravilha, un restaurante brasileño, tiene una de las mejores vistas de todo el espacio: una terraza en un cuarto piso, desde donde se puede apreciar el atardecer frente al Tajo mientras se disfruta de una copa de vino.
Parque das Nações
Un poco apartado del centro de Lisboa, pero totalmente accesible en metro, está el Parque das Nações. La zona donde antes había refinerías de petroleo, vertederos y almacenes, se ha convertido en una de las más bonitas y modernas de la ciudad. Obró el milagro la Expo 98, que marcó su rehabilitación.
Ahora es una zona residencial, con espacios verdes, escuelas, bares y restaurantes, un centro comercial, zonas de juegos y una de las más codiciadas para vivir y en la que apetece perder un par de horas paseando. Anclada a la orilla del Tajo, un paseo en teleférico ofrece una bonita panorámica desde el aire. Allí se encuentra también el Oceanário, un acuario de 20.000 metros cuadrados que alberga 8.000 organismos vivos (entre animales y plantas) y 500 especies distintas. Un espacio espectacular.