"BALAK!, ¡cuidado!", es uno de los gritos más escuchados en La Gran Medina de Marrakech. Los motoristas atraviesan sus bulliciosas y abigarradas callejas, más rápido de lo que obliga la prudencia, mientras en los zocos y las plazas los artesanos venden y compran mercancías y los observadores disfrutan del espectáculo en los cafetines. Los edificios de arenisca roja han dotado de un segundo nombre a Marrakech, la Ciudad Roja.
Marrakech y su Gran Medina
La ciudad vieja se esconde en la Gran Medina envuelta por una muralla de más de quince metros. Una de sus entradas más bellas es la Puerta de Bab Agnaou, de arcos superpuestos y decoración floral, que luce tonos azulados. Una joya del arte almohade por la que se accede al Palacio El Badí, antigua fortaleza de un sultán, y las Tumbas Saadíes, datadas a finales del siglo XVI. El mausoleo principal pertenece al sultán Ahmad al-Mansur y su familia. La más hermosa de sus tres habitaciones corresponde al enterramiento de sus hijos y es conocida como “la sala de las doce columnas”.
En el centro de la medina se encuentra la Plaza Jamaa el Fna, el epicentro de Marrakech. Una amalgama de música, expresiones artísticas y religiosas, aguadores, vendedores de zumos y, en ocasiones, cuenta cuentos, equilibristas, encantadores de serpientes, y algún peligro añadido. El alboroto no impide escuchar la llamada del muecín a la oración desde el minarete de la cercana Mezquita Koutoubia, la más importante de esta ciudad imperial. A lo largo de varios siglos, desde el XII, la rodearon un gran número de puestos de libreros por lo que fue bautizada como mezquita “de los libreros”, Koutoubia.
Abandonar la Medina, por cualquiera de sus 19 puertas, nos sitúa en la ciudad moderna. Y, a apenas unos minutos del corazón de Marrakech espera el lujo de un magnífico hotel de cinco estrellas.
Mandarin Oriental, Marrakech
Se encuentra ubicado en 20 hectáreas de fragantes jardines y olivares retorcidos. Es un símbolo de la sofisticación norteafricana resultado de una mezcla de diseño asiático y arquitectura marroquí. Mandarin Oriental Marrakech posee un impresionante telón de fondo, decorado por las montañas del Atlas.
Hermosas villas con espaciosas suites, un fabuloso spa y una gran variedad de innovadores restaurantes. Para quitar el aliento.
Impresiona su tamaño. Las habitaciones oscilan entre los 80 y los 950 metros cuadrados, y además disponen de un salón exterior, terrazas de quince metros y grandes ventanales de cinco metros de altura. Las habitaciones del hotel están distribuidas entre el palacio central y cuatro inmuebles similares a los riad marroquíes, que disponen de un patio central decorado con mosaicos, plantas y hermosas fuentes.
La impresionante Royal Suite del palacio central aparecía, antes de ser inaugurada, en la última película de “Sexo en Nueva York”. Sus 950 metros cuadrados de estancias y servicio exclusivo de mayordomo 24 horas, casi obligan a organizar una fiesta, mejor privada.
Un spa definitivo
El diseño del spa es uno de los más bellos de Marrakech. Altos techos abovedados, largos pasillos de ladrillo rojo y un hermoso estanque central bañado por el sol que llega desde la recepción. Un escenario perfecto para una larga selección de terapias y tratamientos.
El spa ocupa 1.800 m² y dispone de seis salas para diversos tratamientos. Además, incluye dos suites con jardín privado en las que los huéspedes pueden relajarse, algunas con bañera de hidromasaje. Tampoco faltan las áreas para tratamientos al aire libre y una sala dedicada al masaje tailandés. También cuenta con dos lujosos hammanes marroquíes, peluquería y salón de belleza.
Un terapeuta individual espera en recepción para cambiar los zapatos del visitante por unas sandalias de spa, el símbolo de inicio de un placentero viaje. A continuación, le mostrarán su suite en el spa y, tras una breve consulta, comenzará el tratamiento. Después, lo ideal es disfrutar del ambiente tranquilo del jardín privado y vallado en la suite privada o en la zona de relajación. El final perfecto para sentirse como un sultán en una ciudad imperial marroquí.