Son parajes no aptos para miedosos. La morada del vampiro planetario, Drácula, la isla del vudú y de los “zombies” o la cueva de las brujas, son un magnífico reclamo de visitantes. Lugares que transitan entre la ficción y la realidad. Un buen incentivo para viajar o imaginar.
Las brujas de Zugarramurdi
Zugarramurdi se encuentra en Navarra, a muy pocos kilómetros de la frontera con Francia. Con apenas 250 habitantes, la población aparece en medio de un magnífico paisaje de pinos y castaños. Los senderos que recorren el valle del Baztán no reparan en fronteras y, en el pasado, fueron bien utilizados por los contrabandistas.
El más importante nos conecta con la brujería. Las cuevas de Zugarramurdi están unidas con las de Sara y Urdax, en zona francesa. El recorrido no supera los doce kilómetros.
La cueva de las brujas, Zorginen Leizea, resulta tan sugerente como su nombre. La cavidad principal de la gruta se llama Infernuko Erreka, regata del infierno, y se encuentra al lado del prado llamado Campo del Macho Cabrío, Akelarre, un término autóctono y conocido mundialmente.
La gruta fue utilizada, durante siglos, para practicar ritos paganos y preparar remedios naturales con plantas o medicinas ancestrales. Se convirtió en objetivo de la Inquisición atribuyendo a sus visitantes ritos y prácticas satánicas. Cincuenta y tres vecinos de Zugarramurdi fueron torturados y condenados y, al menos, once de ellos ardieron en la hoguera.
En el siglo XVII sus brujas y sus Akelarres, de invocación demoníaca, convirtieron a Zugarramurdi en un lugar maldito. Fue el proceso de brujería más conocido de Europa y toda aquella locura Inquisitorial se encuentra recogida y expuesta en su Museo de las Brujas. En el pueblo, separado de la cueva por apenas quinientos metros, la arquitectura típica se mezcla con los palacios señoriales. Zugarramurdi y sus cuevas se esconden en un entorno natural tan evocador que incita a creer que la magia, realmente, existe.
El vampiro de los Cárpatos
Uno de los grandes clásicos de la novela y el cine nos lleva hasta Bran, ubicada en Los Cárpatos transilvanos. La pequeña y hermosa ciudad rumana recibe grandes oleadas de turistas, de todo el mundo, atraídos por el vampiro más famoso de todos los tiempos. El Conde Drácula es el protagonista en salas de cine, fiestas de disfraces, conciertos y todo tipo de eventos vampíricos. Dominando el pintoresco lugar se encuentra su castillo, actualmente museo y origen de este centro turístico internacional, en el que poco o nada habitó el protagonista real de la novela de Bram Stoker.
Sin embargo, la fortaleza descrita por el escritor irlandés en el siglo XIX, tiene muchas similitudes con el Castillo de Bran. La construcción medieval dispone de cerca de sesenta habitaciones a las que se accede a través de estrechas y serpenteantes escaleras y pasajes subterráneos que comunican muchas de las estancias y dormitorios. Los muebles y las antiguas armaduras, de los siglos XIV al XVIII, decoran cada rincón de la que fue la residencia de la reina Marie, ya en el siglo XX. La reina rumana era una gran admiradora de la novela de Stoker y bautizó su castillo con el nombre de Drácula, diablo en rumano.
Pero, el verdadero inspirador de la historia vampírica era el príncipe Vlad Tepes, también conocido como Vlad Dracul o Vlad el empalador, señor feudal de Los Cárpatos y príncipe de Valaquia -Rumanía-. El Castillo de Poenari se encuentra en el corazón de los Cárpatos. Un magnífico bosque habitado por osos y casi 1.500 escalones conducen hasta la fortaleza, en la que varias figuras empaladas reciben al visitante. La ciudadela es originaria del siglo XIII y está ubicada en la cima de un barranco de rocas escarpadas.
Alcanzar la cima permite adentrarse en una de las vías más espectaculares del mundo, la carretera de Transfagarasan, que cruza los Cárpatos de Norte a Sur. Un trayecto inolvidable, repleto de cascadas, glaciares, lagos y bosques de leyenda, que atraviesa las Montañas Fagaras, las más altas de los Cárpatos rumanos.
Haití y el vudú
El pequeño país caribeño es un compendio de historia y cultura africana, la cuna del vudú. En Puerto Príncipe, la capital, se alzan su Palacio Nacional y su Catedral de la Santa Trinidad. La Plaza de los Campos de Marte, siempre animada por vendedores ambulantes y cafeterías, es el centro de reunión de lugareños y visitantes.
Las gingerbread houses, casas de pan de jengibre como las llamaron los norteamericanos, son preciosas casas coloniales de estilo victoriano pintadas en colores pastel. Grandes atractivos turísticos que la potente naturaleza deteriora o destruye con cierta frecuencia. Tanto que, en la otra mitad de la isla, República Dominicana, muchos lo atribuyen a su falta de creencias cristianas y sus prácticas de vudú.
Sacrificios rituales, trances como forma de comunicarse con los dioses y el más allá, ritos y pociones capaces de matar y convertir, después, a los muertos en seres vivientes sin voluntad propia, sometidos a los deseos del hechicero. En Haití siguen vigentes los misterios y las leyendas que generaron un mito tan taquillero como el de los “zombies”, aunque poco o nada de ese rentable negocio tenga que ver con sus vidas. Son muchos los visitantes convencidos de que en toda leyenda existen destellos de verdad.
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