Es un goomba... no, es un bill bala... no, es Super Mario. Nintendo ha conseguido con Super Mario Odyssey, que se lanza este 27 de octubre para Switch, dar un salto en su saga gracias a la habilidad de transformarse en multitud de enemigos y objetos. Lo que antes eran obstáculos son ahora nuevas mecánicas para explorar el entorno, y todas ellas están cuidadas para que funcionen en el conjunto. Y lo más importante: que resulten divertidas. Mario rompe sus propias reglas y juega con ellas.

Una gorra para dominarlos a todos

Estas mecánicas consisten en su mayor parte en lanzar a Cappy, la gorra de Mario, que ahora tiene vida propia. Esta prenda roja, creada originalmente por la dificultad de dibujar el pelo del personaje en movimiento, nunca había tenido tanto protagonismo. Se utiliza como ayuda en los saltos, de ataque o para convertirse en cualquier cosa que ayude a superar limitaciones.



Para ello se emplean unas físicas muy trabajadas y que son marca de la casa (como demostró Zelda: Breath of the Wild). Gracias a ellas, el título ofrece gran cantidad de posibilidades para disfrutar en los distintos reinos. Cada uno de ellos es como un parque de atracciones con opciones tan diferentes que acaba siendo como uno de esos recopilatorios que incluyen cien juegos en uno.

Y todos ellos tienen su recompensa, con lo que el juego anima a explorar y abordar sus posibilidades. Cumplir los objetivos, ya sean los principales o los secundarios, provoca un nivel de satisfacción muy bien equilibrado. Es fácil echar una partidita rápida sólo para conseguir estos objetos coleccionables, aunque se corre el riesgo de enviciamiento.



No es la única sensación que deja el juego. El carisma de Mario, las situaciones que afronta y el optimismo inherente del juego provocan una sonrisa casi constante en la cara, que sólo desaparece cuando se muere varias veces seguidas.



Innovación made in Nintendo

Esas muertes llevan a otra de las novedades del juego, que ya no cuenta con su clásico contador de vidas. Las monedas, en el lado contrario, son más trascendentales que nunca, ya que se pueden utilizar para conseguir trajes, objetos e incluso energilunas, el coleccionable más importante, que sirve para viajar entre los reinos, con tal variedad que es complicado no encariñarse especialmente con alguno.



Precisamente uno de estos mundos ha sido un ejemplo del cambio que Nintendo se ha marcado como objetivo. Ver al ya exfontanero en una recreación realista (al estilo Mario) de Nueva York resulta todavía más chocante que tenerle dando saltos entre dinosaurios. Esta ciudad es el paradigma también de la variedad de tareas y minijuegos a los que enfrentarse.



"Fundamentalmente, creo que lo ideal es que viejos personajes puedan hacer cosas nuevas", explicó Shigeru Miyamoto en una entrevista a IGN. El creador de Mario ha actuado como supervisor del juego (la dirección ha estado a cargo de Kenta Motokura) y resumió perfectamente la clave de Odyssey.



El legado: lo clásico y lo nuevo

Otra de las grandes bazas de Odyssey es su forma de combinar los elementos clásicos con las novedades. Sabe tomar prestados ingredientes tradicionales en forma de homenaje de la franquicia: una canción por aquí, un estilo de fase por allá, y se consigue emocionar a los más veteranos.



Al final, lo viejo y lo nuevo están en un solo todo. Además de sus nuevas mecánicas, una gran ventaja es la consola en la que se juega. Se ha visto a lo largo del año y una vez más: jugar en modo portátil es una ventaja en la que no empeora la experiencia ni el aspecto visual.

Sabe aprovechar también el uso de los Joy-Con, e incluso tiene modo cooperativo para que el segundo jugador controle a Cappy. Nintendo siempre ha intentado que los juegos estrella de sus sistemas aprovechasen las funcionalidades exclusivas, y Odyssey no ha sido una excepción.



Las transformaciones y disfraces ya eran habituales, y Mario siempre ha parecido un personaje amante de los carnavales. Esto se ha llevado ahora a un nuevo nivel. En su viaje para salvar a la princesa Peach del malvado Bowser (déjà vu), el bigotudo icono de Nintendo demuestra por qué es mucho más que un fontanero.



Su pelea no es la del GOTY (Juego del año), entre otros motivos porque los premios son siempre injustos. Para ello tendría duros competidores, incluso con los que comparte casa, como es el caso del último Zelda. La verdadera batalla de Odyssey es otra, la de divertir y provocar en el usuario la sensación de jugar a un Mario por primera vez. Y eso lo consigue de sobra en un título para quitarse la gorra.

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