¿Cómo pueden afectar a la salud física y mental los alimentos probióticos y los prebióticos? Esta era la pregunta que preocupaba al neuropsicólogo Agustín Ernesto Martínez-González. Y por ella inició una investigación que señala la implicación de niveles bajos de una bacteria intestinal con el autismo.
La relación la empezó a cuestionar a partir de su trabajo, donde este investigador de la Universidad de Alicante está habituado a tratar a menores con trastorno del espectro autista. "Los niños que lo tienen son muy de hábitos muy estructurados", explica. "Y si cambia algo, y tienen dificultades, su comunicación puede ser imperativa o agresiva o hacerse daño por un 'quiero que me hagas caso'".
Pero, como añade, "otras veces veíamos que el niño presentaba algún tipo de dolor o daños". Síntomas que estaban asociados a las dificultades que tenían para defecar. A partir de varios estudios neurofisiológicos que fue publicando y utilizando tratamientos de neuroeducación vio clara la necesidad de profundizar. Su aliado en la búsqueda de estas nuevas preguntas es Pedro Andreo-Martínez de la Universidad de Murcia con el que ha preparado estudios sobre este hecho.
La flora intestinal
"La idea era ¿realmente ocurre algo?", recuerda. De ahí que reconozca el escepticismo que sentía al principio sobre la relación de la flora intestinal con el autismo y los alimentos que contienen estas bacterias vivas. Pero la siguiente pregunta que le preocupaba fue la que marcó el desarrollo del estudio: "¿Qué pasa con los probióticos que se comercializan como si fuera una ley para todo el mundo?".
A Martínez-González le irritaba en particular esto último, el plantear que se pudieran recomendar los mismos probióticos para la ansiedad o la depresión. Si la tendencia era lanzar estos productos al mercado, alguien debía estar realizando estudios al respecto. Y, volviendo al origen, ¿podían aportar soluciones a los menores con autismo?
El problema de los estudios
"Si analizas los estudios, ves que son con muestras muy pequeñas, como 24 niños". Y es que al revisar esos artículos se daba cuenta de que "cada investigador dentro de su campo no mira otros factores que cualquier padre o profesional de la educación criticaría en la investigación".
Ejemplos de ello tiene para dar en cantidad. Tantos como el número de estudios que se centran más en decir la cantidad de las bacterias presentes en los probióticos "pero no le dan importancia a cuántos niños hay en el estudio, que es vital". Y aprovecha para recordar que "el autismo es muy amplio". Por eso es fundamental saber si a esos niños que se ha estudiado se les ha diagnosticado adecuadamente y qué grado de trastorno presentan.
En una jornada intensa de entrevistas para explicar el alcance de estas investigaciones, Martínez-González apunta que esta "es una crítica que hago de forma constructiva". Por eso lamenta que en esos casos que menciona "no se han preocupado de ver la evidencia previa, recopilarla toda y analizarla".
El metanálisis
Esa ha sido precisamente la minuciosa labor que han realizado entre las universidades de Alicante y de Murcia. "Hemos hecho una investigación de recopilación de todo lo que se produce", señala ahora orgulloso del "trabajo muy duro" de "seleccionar las bacterias una a una" y clasificarlas según los estudios.
"Hemos hecho una mejora, con análisis que no han aplicado", destaca. Y entre lo que han visto hay margen de superación. "Hay que tener mucha cautela con los estudios", asegura, "cada uno intenta publicar pero no mira lo que ha hecho el otro". De ahí que recalque el papel de sintetizar los datos en metanálisis para ver la coherencia de su publicación. Un complicado trabajo pero "gratificante porque al final ves el resultado". Y eso es de lo que dice sentirse "orgulloso".
El Bifidobacterium
Esa minuciosidad es la que le hace rehuir de las afirmaciones categóricas. Por eso habla de coincidencias mayoritarias, como pasa con la Bifidobacterium, "con la que llegas a la conclusión de que parece que sí, que puede estar implicada". Este microorganismo "es del que más cantidad de bacteria tengo que tener". De hecho, los niños lo suelen recibir en más cantidad durante el primer mes de vida.
Y los índices bajos en Bifidobacterium son los que aparecen deficitarios en el caso de los menores con autismo. Una bacteria de la que destaca también la "relación importante" que mantiene con dopamina, adrenalina y otros neurotransmisores. De ahí que se asocie habitualmente problemas de ansiedad.
En cambio, donde no ha apreciado diferencias es con la presencia de otra bacteria, Lactobacillus. "No hay diferencia entre niños sanos y con autismo", apunta sobre ella. Y de este microorganismo recuerda que "es la que recibimos de nuestra madre en el primer mes de vida".
Ahora, "si esta bacteria está en los niveles que se espera, ¿por qué tengo que tomar probióticos que contiene esta bacteria? ¿No será perjudicial meterme más en el cuerpo algo que ya tengo?". Por eso considera "raro" el que planteándose estudios "desde los 90 hasta hoy día, han salido muchos probióticos en los últimos años sin que hubiera evidencia". Esa es una situación que espera pueda paliarse en parte gracias al trabajo conjunto realizado con Andreo Martínez