Alicante

El Marq encara la recta final de Etruscos. El amanecer de Roma. La exposición temporal con la que reactivaron la programación durante la pandemia les ha proporcionado muchas alegrías. Y, además de recibir de nuevo a miles de visitantes, les ha aportado nuevas miradas a una cultura que se diferenció de sus contemporáneas por el papel que tenía la mujer en su sociedad. La comisaria Carlotta Cianferoni y la experta Simona Rafanelli destacan este aspecto como una singularidad inédita en las civilizaciones mediterráneas.

La historiadora del Museo Arqueológico Nacional de Florencia valora los descubrimientos recientes por las aportaciones a una mayor comprensión de su estructura de sus instituciones, religión y las particularidades de este pueblo. Y la única que no se sabe a fondo, destaca, es su lengua. Lo mismo que sucede con la integración de la mujer. Un factor que no se transmitió a la cultura romana ni de ahí a la posteridad.

Y la civilización etrusca influyó mucho en su momento. De hecho, el subtítulo de la exposición del Marq alude precisamente a ese papel que aportaba esta cultura a la romana. Aunque, desde luego no en el caso de la mujer. Rafanelli lo explicaba en las jornadas que organizaron el pasado noviembre en el Marq: "En el ideal romano, estas son mujeres y madres castas, pías, laboriosas, frugales, obedientes y silenciosas". Posidonio y Catulo, por citar a un griego y a un romano, hablaban con desprecio de esa civilización "amante de los placeres afeminados". Y, de ahí que sus mujeres fueran consideradas "cortesanas, como una moderna escort".

¿Qué pasaba entonces en Etruria? La importancia que tenía la mujer "en todos los campos, político y religioso, en igualdad de condiciones fue el otro punto que atrae la curiosidad de los investigadores", reconoce Cianferoni. Esta es una diferencia clave, subraya, "porque no sucede en ningún otro pueblo contemporáneo del Mediterráneo". Si en esos territorios del centro de la península itálica las mujeres habían conseguido la igualdad de género el porqué se produjo eso y no se trasladó a otras civilizaciones sigue siendo una incógnita. 

Mujeres libres

"La mujer etrusca es una mujer refinada y elegante, cuidada en el cuerpo y en el vestir, una mujer acostumbrada a hablar en público mirando a la cara al interlocutor", describe Rafanelli. Por eso prosigue y asegura que podría definirse como "una mujer moderna, dueña de sus derechos y deberes como el hombre. Una mujer libre que pagó, con un juicio demasiado severo por parte de los antiguos, el precio de su libertad, inconcebible a los ojos de un mundo clásico dominado por el machismo y la misoginia".

En esa contraposición entre lo que habían logrado las etruscas respecto a las romanas, las griegas o las egipcias, Simona Rafanelli es clara: "Es una mujer que puede permitirse hacer todo, como nosotras hoy". Eso sí, puntualiza, en el caso de las clases aristocráticas, donde podían acceder a la educación en las escuelas. Y eso, en una civilización que tuvo su apogeo en el siglo VI antes de nuestra era.

La valoración que hace la experta del museo de Vetulonia señala que el acceso que tenían las romanas a determinados aspectos, como la música, se debía mantener en el ámbito privado, "en el espacio cerrado de su habitación". Mientras que la etrusca, como se ve en las tumbas, "es una mujer que participa en los espacios públicos". Y así aparece reflejada en pinturas incluso interpretando otro tipo de instrumentos que en la civilización romana se asociarán a los hombres.

Iguales ante la ley

Una de las claves de esa diferencia entre culturas está en las leyes. Ellas eran las únicas en gozar de un estado jurídico, con identidad propia y precisa, distinta de la de sus padres y esposos, como recalca Rafanelli. Un razonamiento que basa en las fuentes epigráficas, que "muestran de manera inequívoca que la mujer etrusca existe por derecho, como persona física, desde el mismo comienzo de la escritura".

Esas pruebas basadas en las tumbas presentan inscripciones en las que ellas aparecen con nombre propio. "Tienen nombre y apellido, como hoy", insiste. "Y eso no es una cosa banal", añade. De hecho, lo compara con Livia. La que fuera esposa del primer emperador romano, Augusto, "no tiene un nombre propio".

Si en el primer siglo de nuestra era eso se había perdido, Cianferoni destaca que casi un milenio antes, en el siglo IX, las diferencias entre las tumbas de hombres y mujeres eran pocas. "Son tumbas igualmente ricas", apunta como ejemplo de una valoración en vida que se mantenía también en la representación de la muerte. Y, reitera, no hay otro pueblo dentro del ámbito geográfico mediterráneo en el mundo antiguo que tenga esta particularidad.

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