El exsecretario general del PSOE de Alicante, exconcejal y exsenador, Ángel Franco, podrá tener muchos detractores, pero nadie podrá decir nunca que no hace los análisis más lúcidos del socialismo autonómico. Quizás por eso lleva manejando la agrupación de la capital, y unas cuantas de la provincia, con relativa facilidad durante décadas pase quién pase por Ferraz, por Blanquerías o por la avenida del Oeste.
En una de esas reflexiones a vuelapluma ante un café en los aledaños del Mercado Central, creo que en tiempos de Zapatero, me dio la clave mediante la cual entender al socialismo valenciano y alicantino, que no siempre coinciden. Me dijo que una cosa es el PSOE y otra, a veces muy diferente, es el PSPV.
Hasta entonces para mí siempre habían sido lo mismo, pero a partir de entonces veo las diferencias con claridad. No se trata sólo de un fenómeno en la provincia de Alicante, ni de ahora. Las cuitas entre Ciprià Ciscar y los herederos de Joan Lerma ya certificaban esta fractura.
Hay un PSOE que quiere ser PSOE y un PSPV que aspira a ser PSC sin posibilidad alguna de serlo, ya que en la Comunidad Valenciana hablamos de una federación y en Cataluña de un partido político "soberano" en sus decisiones. Por eso el sentimiento nacionalista tiene tanto arraigo en una parte del partido como para anteponer las cuestiones identitarias a las sociales.
En el PSPV-PSOE siempre han controlado el aparato los lermistas de uno u otro cuño, de pura raza, o híbridos. Y lermismo es sinónimo de PSPV. Menos en la época de Jorge Alarte (2008-2012), cuando la parte más "nacional" y moderna (que no nacionalista) de la formación, consiguió la hegemonía con el apoyo de Leire Pajín y los suyos.
Fue el momento en el que de nuevo se consiguió una estructura provincial del partido -el nacionalismo había impuesto la comarcal por imitación a Cataluña- y cuando, por ejemplo, se reivindicaron las necesidades hídricas de Alicante superando el discurso melifluo y acomplejado con Madrid de Joan Ignasi Pla.
Alarte sucumbió, como el resto del socialismo, por la pésima gestión de la crisis económica. También, porque había engañado a propios y extraños, y el pajinismo terminó aliándose con el lermismo de Ximo Puig. No en vano había sido su jefe de prensa de 1986 a 1995.
Eso sí. A Puig hay que reconocerle que sabe fagocitar a sus enemigos con integración. Lo hizo con su rival en las primarias, Manolo Mata, hoy portavoz en las Cortes Valencianas, y en Alicante, nombrando consellera de Sanidad a la expajinista Ana Barceló o secretaria autonómica de Cooperación y Calidad Democrática a la expajinista Toñi Serna. El único para el que no ha habido integración es el exsecretario general provincial, exportavoz en la Diputación y exdiputado autonómico, David Cerdán. Claro que en esta vida hay gente que no se vende.
Entre tanto, Ángel Franco es un maestro en el difícil arte de caminar sobre la cuerda floja. Apoya a Puig pero con contrapartidas. Siempre está más a lo que diga Ferraz que a lo que proceda desde Valencia. Hasta que cambian las tornas. Según convenga.
Apoyo al indulto
Ante esta historia, no me ha extrañado nada esta semana que Puig avale los indultos a los líderes del procés. El Gobierno tiene "el derecho y la obligación de pilotar la transición a una recuperación de la confianza de Cataluña y España", dijo el viernes.
Siempre mirando a Cataluña. Siempre dócil con Ferraz. No leal, sumiso. Porque la lealtad de Puig con Pedro Sánchez ya quedó demostrada en octubre de 2016 cuando le dio la espalda como secretario general cuando le vio débil. Un hecho que ha pagado durante años.
Nada que ver con el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, quien ha considerado que indultar a los dirigentes soberanistas sería "uno de los grandes errores de la democracia". Con lealtad pero con contundencia. Aunque luego no sirva para nada, como cuando dijo que no quería que Sánchez le regalase vaselina por Navidad en relación a los apoyos de su investidura.
¿Se habrá preguntado el presidente autonómico porque Sánchez hace caso a Page y no a él en cuestiones decisivas para la Comunidad Valenciana como el trasvase Tajo-Segura y a él no le tiene ni en consideración? A lo mejor Puig debería mirar más al conjunto de España que a Cataluña, incluidas Murcia y Almería, tierras de brujas y aquelarres para el castellonense.