Llegaron. Entre sobresaltos, falta de valentía en ocasiones, empujones en otras y sobresaltos en algunos momentos. Tal es así que, por momentos, el deseado reencuentro con la Festa aparecía transmutado en una carrera de obstáculos, como si no estuviéramos, en el fondo, preparados, para algo que sabíamos se iba a asumir y en el fondo, deseábamos.
Las calles ya se encuentran en la víspera de nuestro fuego. Sin embargo, este recorrido ha generado desgarros. Quizá más de los necesarios. Aquí y allá se notan las heridas. Los sinsabores. El cansancio. La sensación en suma de que más que una fiesta nos encaminábamos a ganar una batalla repleta de dificultades.
Por ello, en estos días conviene disfrutar. Responder con una sonrisa en el alma cuando al foguerer le venga de sus adentros el desaliento. Una llamada a la esperanza cuando piense en el mañana más inmediato. Un instante de nostalgia cuando inspire a pólvora, por más que a lo mejor la mascletà tenga menos intensidad de la deseada.
Conviene inspirarse en alegría, pese a que quizá uno clamara por una Festa más fortalecida. Saborear la estética y la sátira de nuestras fogueres, pese a que quizá le parezcan más pequeñas, ya que, en el fondo, la esencia, es la misma de siempre. Es el momento de mutar el semblante. De adueñarnos de manera pacífica de nuestras calles. De reencontrarnos con ese otro espacio y tiempo en que ya, se ha convertido Alicante.
Son unos días en el que la emoción se combina con el kitsch, lo realmente tradicional se da de las manos con la invención. La autenticidad de las pequeñas cosas, con la tendencia a la masificación. Todo coexiste en nuestro Sant Joan con un caótico, inestable y casi imposible equilibrio.
El que marca una Fiesta que nació en apenas diez semanas, trasladando las fiestas del fuego de nuestra hermana Valencia, y que pronto asumimos y transformamos como propias, y con el paso de varias décadas se han consolidado como la bienvenida festiva el verano de nuestra tierra. Fogueres que sentimos este año con una extraña mezcla de reencuentro, de pasión oculta, y de sensación de tiempo perdido.
Es el momento de disfrutarlas, en su casi afrodisíaca mezcolanza. El placer de ver amanecer un día de hogueras delante de la que más te gusta, despojada de público. De bailar desinhibidos cuando pasa un inesperado pasacalle. De sentir que nuestras calles cada noche nos hacen Alicante más nuestra que durante el resto del año.
De escaparse y bañarse en el Postiguet. Serán unas fiestas en las que aplaudiremos más que nunca a una belleas que han sabido mantener la llama encendida casi tres años.
En que habrá más cabreos que nunca por ese premio deseado que no nos ha llegado y, en el fondo, no hace más que espolearnos cara a 2023. De momento, vivamos estas. Retornemos a la normalidad festera de nuestra ciudad. Vivamos las verbenas respetando al vecino.
Machaquémonos con los Tacones Rojos, con Chanel, con La Manta al Coll, con nuestro Les Fogueres y, sobre todo, con esa manera nuestra de entender el fuego, y la personalidad de un pueblo tan abierto, hospitalario e integrador como el alicantino.
Y en la cremà, cuando el humo negro se disipe y nos permita contemplar las pavesas al cielo, miremos por los que nos dejaron en estos más de mil días, y también, por aquellos con cuyo esfuerzo de décadas, permitieron llegar la Festa a nuestros días.
Parecía increíble, pero ya las tenemos. Es nuestra hora. Es la hora de todos…
Foc que naix molt de dins.
Foc que esclata a Alacant.
Foc que de l'ànima partim.
Foc d'una festa gegant.
Bones Fogueres a tots!