El ser humano tiende a valorar de forma muy benevolente al pasado, es muy crítica con el presente y demuestra un miedo terrible hacia el futuro. Ya desde el comienzo de nuestra civilización hay un ejemplo que demuestra sobradamente esta actitud frente a la política. El Discurso fúnebre de Pericles, del pensador ateniense Tucídides en la sociedad más desarrollada de su momento, se centra más en la crisis moral y política del estado-nación que en los logros conseguidos.
Desde el pasado fin de semana con los atentados terroristas de Hamás en Israel una sombra de ha cernido nuevamente sobre nuestra "civilización occidental". Como lo fue la invasión de Ucrania por parte de Rusia hace más de año y medio. Es una confrontación directa entre dos modos de vida y dos sistemas en un mundo donde la crisis parece haberse instalado de forma permanente.
Podemos creer que desde el final de la II Segunda Guerra Mundial esa civilización ha vivido en relativa estabilidad, pero si nos detenemos en analizar cada década no han dejado de producirse pulsos, tensiones y guerras localizadas, primero entre las dos grandes potencias, la OTAN frente a la URSS, y a partir del 2001 y ya desaparecida la segunda, entre en mundo islámico y el mundo occidental, por no hablar de guerras de componente nacional como en Yugoslavia en los 90.
En 1989 el pensador estadounidense Francis Fukuyama publicó un ensayo, El fin de la Historia y el último hombre, que hizo revolverse a toda la intelectualidad occidental. Venía a decir que el mundo de la confrontación entre ideologías políticas, entre el capitalismo y el comunismo, había concluido con el primero como vencedor. Y predecía como la libertad y el libre mercado iban a ser los ejes del progreso (sin oposición) en el futuro.
Luego vinieron los atentados de las Torres Gemelas y aquel benévolo futuro saltó por los aires. El nacionalismo y la religión sustituyeron a las ideologías en la lucha contra las democracias liberales, en principio, el mejor garante de la paz y la prosperidad. Dos ideologías basadas en la identidad, en el pasado, frente al liberalismo, basado en el respeto del presente y la esperanza en el futuro. En 2019, Fukuyama publicó Identidad, otro ensayo en el que revisó sus ideas.
Así las cosas, vivimos en un mundo en crisis. Y los conflictos bélicos en Ucrania y en Gaza, el modo en que se están configurando dos nuevos bloques mundiales son sólo las manifestaciones de esa crisis. Debemos entender crisis en su sentido etimológico: ruptura y cambio. El mundo vive desde los albores de la civilización desde continuas crisis que van cambiando el futuro y esta es sólo una más.
Esta vez, y más allá de los intereses económicos -no hay que ser ingenuo- que van configurando esta crisis, el mundo se está debatiendo en dos ejes opuestos. Y saber de qué lado estamos cada uno, más allá de los matices, es fundamental.
Por un lado están las democracias basadas en Estados de Derecho, donde los ciudadanos "fiman" un contrato con el Estado perdiendo (cediendo) algunas de sus libertades con el objetivo de ser defendidos en sus derechos fundamentales. Por otro lado, están las autocracias religiosas o nacionales (a veces ambas), en las que los individuos (no ciudadanos), forman parte de un engranaje de una maquinaria con un objetivo histórico concreto, ya sea la extensión del Islam o de cualquier nación. Es la organización social como medio para conseguir un fin o la organización social como el fin último.
Claro que hay que denunciar los comportamientos ilegales, ilegítimos o criminales de las democracias. Por supuesto, porque de no hacerlo estás fácilmente se convertirán en autocracias. Pero de ahí a juzgar con el mismo rasero de las democracias y a las autocracias va un abismo. Yo creo debemos caer en esa tentación.
Y por hablar de lo más próximo. En España se está conformando un Gobierno en el que esas dos concepciones del mundo van a entrar en plena confrontación. Donde los socialistas apoyan la democracia liberal (bajo la excusa de que es "social") y el resto de sus miembros anteponen cualquier otro fin "colectivo", identitario, a esa libertad individual.
Ya veremos como acaba todo, pero sin duda el hecho de que el resto de democracias occidentales hayan orillado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como presidente de turno de la UE, en sus comunicados conjuntos dice mucho sobre la confianza que ofrece en el exterior nuestra doméstica crisis política española.