Dos guerras como las de Ucrania y Gaza donde la población civil es la principal víctima, un intento de magnicidio en una de las naciones más poderosas del mundo, el ascenso de la ultraderecha y sus mensajes xenófobos y racistas en toda Europa, el triunfo de las economías estatalizadas frente a las economías libres, terraplanistas que niegan los descubrimientos científicos... Últimamente "se nos está quedando un mundo precioso", me comenta una de mis mejores amigas.
Reflexiones de este tipo se entrelazan con una de mis últimas lecturas, Provocadores y paganos, de Sarah Bakewell (Ariel, 2024), todo un ejercicio de erudición que, como reza su subtítulo "El asombroso viaje del humanismo", rastrea la que debería ser la ideología principal de cualquier persona mínimamente formada y que ha recorrido los últimos tres mil años de historia en Occidente -y en especial los últimos siete siglos-, pero también con importantes refrentes de Gandhi, por ejemplo en otras culturas.
Bakewell parte de la premisa de que el ser humano, como ser social que es, está íntimamente relacionado con el resto de su especie, y relata como en estas últimas centurias ha ido tomando voz de una escuela filosófica que en principio intentó basar esta experiencia social que es la vida en algo ajeno a poderes trascendentes para tratar de acabar con la dominación de unos humanos sobre otros.
A través del arte, la literatura, la ciencia, el surgimiento de la imprenta logró extender buena parte de este pensamiento en el Renacimiento y poco a poco a través de protagonistas individuales se fue tejiendo el hilo de un llamamiento contra la opresión y en favor de la autonomía y la libertad.
Lo curioso del caso es que tras terminar la lectura queda un sabor amargo. Los seres humanos hemos contado con la sabiduría y el trabajo de congéneres que han luchado por que el humanismo formase parte de nuestro acervo común, desde renacentistas como Leonardo da Vinci a lingüistas como L. L. Zamenhof, pasando por los enciclopedistas ilustrados, poetas, filósofos, médicos... Y sin embargo vemos como día a día calan más los mensajes deshumanizadores que los humanistas. ¿Por qué?
¿Por qué la razón, la ética y la libertad de pensamiento han dejado de ser nuestros faros y muchos prefieren las ensoñaciones conspiranoicas, la lucha por las identidades o el fanatismo religioso como guías? ¿Por qué hay quien vuelve a justificar la venganza y la violencia? Más bien deberíamos pensar, como señala la autora citando a Grossman, que cada vez que muere una persona muere el universo como lo vive y siente ese individuo. Cada vez que desaparece una persona desaparece con él o ella un universo.