Dispuestas a celebrar sus ocho décadas de historia, las hermanas Inma y Mari Ángeles Sorribes estrenan temporada en La horchatería azul descubriendo que están mucho más cerca del centenario de lo que pensaban. Así empiezan una nueva temporada en la que se estrena ya la cuarta generación en la más reconocida de las heladerías de la ciudad de Alicante.
Este domingo 1 de mayo abrían la persiana de su local en la calle Calderón de la Barca de Alicante y acompañadas por el buen tiempo se encontraron ya con las primeras colas de los impacientes por volver a probar su horchata. La alegría de la vuelta vino acompañada de mucho trabajo: quinientos litros, solo de horchata, vendieron este soleado domingo. Y las colas también han vuelto este lunes, con el tiempo más revuelto.
Esa devoción que muestran los que conocen este pequeño establecimiento se ha construido con el paso del tiempo, como explican las dos hermanas. Y la sorpresa con que afrontan esta primavera es que eran más años. Mari Ángeles llega cargada a la charla con el nuevo cartel que, en lugar de poner "80 años juntos", presume de que son 92.
¿Y cómo se dio ese salto? Inma explica que la que creían fecha oficial de apertura era 1942 y por eso este 2022 celebraban esas ocho décadas. "Pero mi hermano Ale, que es muy sentimental y le gustan mucho las cosas de la historia familiar, se puso a rebuscar entre los papeles de mi padre, que había fallecido hace cuatro años, y se encontró que en realidad estaba de alta desde 1930".
Casi un siglo
Ese documento es con el que estrenan su nueva cuenta en Instagram, un ejemplo más del relevo generacional que están trabajando. Una labor que empieza a asumir a sus 23 años Pepo, el hijo de Mari Ángeles. Pero hoy son ellas, Inma y Mari Ángeles las que echan la vista atrás y recuperan esas historias que les contaban su padre y su madre sobre cómo empezó lo que entonces se llamaba La casita azul.
"Hace poco un señor muy, muy mayor me lo preguntaba: 'nena, ¿verdad que antes se llamaba La casita azul?'. Y le dije que sí, que mi abuelo nos lo había contado", recuerda Mari Ángeles de una anécdota reciente. Inma explica que aquello hacía referencia a que el local entonces era solo una planta baja y que fue luego cuando se construyeron las demás alturas.
El nombre ya daba también una idea de que no estaban especializados, como llegarían a hacerlo muchos años después. Iniciaron el negocio ofreciendo horchata, sí, pero a los otros bares. "Mi abuela Alejandrina hacía jarabe de horchata y jarabe de cebada que lo iba vendiendo a los negocios en botellas de cristal para que la gente añadiera agua", recuerda Inma.
Aparte de proveedores a otros bares, preparaban cafés, churros o chocolate. "Abrían a las seis de la mañana para vender el café a los trabajadores que iban al puerto o a las Cigarreras", explican completando cada una la frase de la otra. En aquellos primeros años no se trataba de un negocio de temporada, sino una de las vías con que sacar adelante a una familia. Y así abrían todo el año.
Esa especialización llegaría con sus padres. "Ellos fueron los que lo hicieron grande", cuentan. Su madre, María, atendiendo dulcemente en la barra y con el lema 'El cliente siempre tiene la razón'. El padre, Manolo, en el almacén preparando la horchata y con un carácter fuerte porque siempre que salía "enviaba a alguien a la mierda", reconocen risueñas. El equipo que formaron es el que ha construido esa intensa relación con el público que solo puede conseguirse con los alimentos. Mucho trabajo y muchas sonrisas, destacan.
Ese esfuerzo lo siguen manteniendo en la actualidad, preparando todos los refrescos ellas mismas. Y eso que ampliaron la variedad de sabores. Pasaron de la horchata y los granizados de limón o cebada a sumar los de avellana, almendra y chocolate más la leche preparada. "Todo hecho con estas manos", cuentan con una sonrisa de orgullo por el sacrificio que tanto valoran los clientes que por allí pasan.
Aquel trabajo empezó pronto: al cumplir los once años los cuatro hermanos entraban ya a ayudar. Empezaban limpiando los vasos, antes de que existiera una máquina que lo pudiera hacer. Sabían que los meses de verano eran los de trabajar y que las vacaciones de invierno eran las de verdad, como la Navidad, que "para nosotros era una locura, porque era cuando teníamos padres".
Ahora su temporada se inicia con mayo y termina en septiembre. Cinco meses muy intensos de trabajo en los que ahora se entrenará Pepo, quien toma el relevo. De momento lo hace solo, a diferencia de cuando su padre las llamó un día y les dijo que tenían que encargarse del negocio familiar. Ahora dan el salto a la cuarta generación —el mismo de sus proveedores, José María Bou, de Valencia, como cuenta Inma—, y lo hacen con las ganas de seguir saciando la sed de los que se acercan por este pequeño local cerca de la plaza España.