Si alguien tenía alguna duda sobre el peligro que suponen los bulos y los discursos negacionistas, la realidad nos acaba de dar una bofetada en forma de cientos de muertos. Lo ocurrido la semana pasada en la Comunidad Valenciana y, en menor medida, en Andalucía, Castilla-La Mancha, Aragón y Cataluña es un recordatorio de la importancia de combatir estos fenómenos de manera colectiva como una cuestión de seguridad elemental.
El negacionismo del cambio climático, que rechaza evidencias y consensos científicos establecidos sobre el calentamiento global y sus efectos, jugó un papel clave en la propagación de desinformación antes, durante y después de esta DANA mortal.
Antes, algunos mensajes en redes sociales minimizaban la gravedad de la situación meteorológica, sugiriendo que las advertencias de las autoridades eran exageradas o innecesarias. Durante, se sucedieron mensajes muy peligrosos que complicaron las labores de rescate y generaron caos entre la población como que la presa del embalse de Benagéber se había roto, lo que supuestamente requería la evacuación inmediata de varios municipios.
Y lo de después… Lo de después está todavía en crecimiento. Mejor estar protegidos y vigilantes. Hemos visto cuestiones menores como un vídeo que mostraba una inundación en Zaragoza en 2023, pero que se presentó como si fuera en Valencia. Más graves son otros como el que decía que el agua potable en Valencia estaba contaminada y no era segura para el consumo, lo que llevó a muchas personas a acaparar agua embotellada, creando escasez y dificultando el acceso al agua para quienes realmente la necesitaban.
Si quieren conocer algunos más, hace unos días se publicó un excelente reportaje en este mismo medio firmado por la periodista Inés Sánchez-Manjavacas.
Sin embargo, pese al caos que pueden generar estos bulos en un momento dado y pese a que seguramente hayan contribuido a agravar la situación, estos no son los peores, no son los más dañinos, los que causan más muertes.
Existe una corriente negacionista de fondo para quien los bulos son meros instrumentos de desestabilización. En el caso que nos ocupa, no tardaron en salir publicaciones culpando de la catástrofe a las supuestas estelas químicas que dejan los aviones (chemtrails), las máquinas ultrasecretas que modifican y controlan el clima mundial (tecnología HAARP), la destrucción de presas y embalses; o la ingeniería climática.
Los negacionistas aíslan los hechos y en su huida hacia adelante siempre buscan culpables. Encontrar culpables es esencial, es la forma en la que consiguen canalizar el odio, el miedo y la frustración, que son motores muy poderosos para una sociedad estupefacta. Y si para poner a alguien en la diana es necesario crear unos cuantos bulos, pues se hace.
Este tipo de discurso puede llevar a las personas a ignorar recomendaciones de seguridad, poniéndose en peligro a sí mismas y a otros. La DANA, la borrasca Filomena, la pandemia de la Covid-19, el huracán Milton…
Su objetivo es fracturar el sistema, hacernos dudar de todo y poner en cuestión las fuentes oficiales de información, haciendo que seamos cada vez más susceptibles a creer en bulos y teorías conspirativas; más manipulables. Y si por el camino se lleva a algunas víctimas, siempre se podrán reutilizar para contribuir a la causa. Es duro, pero el mesianismo no conoce límites.
Enfrente, la realidad tozuda e implacable. Si de verdad fuésemos una sociedad inteligente, haríamos bien en observarla con atención y aprender de ella. Es lo que hace la ciencia, pero ¿quién quiere a la ciencia cuando es más fácil agarrarse a creencias sin fundamento que prometen soluciones rápidas y siempre encuentran culpables? Pensar requiere esfuerzo y tiempo, nada que ver con esta sociedad de la recompensa instantánea.