Por José Luis Cuadrado
Cuando en la noche del pasado viernes el Real Madrid se despeñaba en Estrasburgo empujado a punta de lanza por Louis Campbell y sus escuderos, en Paris el horror del terrorismo hizo trivial la frustración deportiva. Hubo un momento, con el partido ya sentenciado, en el que en el Rhénus Sport al completo cantó la Marsellesa. Y quien más y quien en menos en su desconocimiento pensó: chauvinismo. No sé si el público ya era consciente de la catástrofe, pero la alegría francesa estaba justificada. El actual campeón de Europa hincaba la rodilla en su cancha, como antes lo había hecho uno de los más cualificados aspirantes al título, el Fenerbahce.
Un poco después, en París, los aficionados franceses que acababan de presenciar el encuentro de fútbol de su selección contra la alemana, salían ordenadamente del Stade de France entonando también su himno nacional. Aquí no había alegría. Sólo miedo mitigado por la tranquilidad que les daba cantar al unísono. La masacre yihadista había sido conjurada gracias a que los terroristas suicidas fueron reducidos a las puertas del estadio.
Ha sido muy común en España entre los exquisitos de pluma o micrófono ponderar la capacidad de unión del deporte. Serían nuestros deportistas, alegres y panticortos, quienes anudaran los sentimientos de pertenencia a la patria. A cualquiera que hiciera mención a la historia y a la política en referencia a la unidad nacional se le buscaban enseguida flecos fascistas. Tras los éxitos deportivos internacionales nos permitían una exhalación patriótica, levísima. No fuera a ser que una vez marcado Iniesta, los españoles presentes en Johannesburgo, de regreso, tomaran el Monte Arruit. Ni siquiera España era España, era la Roja.
Ahora ha quedado claro (cómo ha quedado siempre para cualquier persona sin anteojeras) que lo que une a los franceses es Francia y lo que une a los españoles es España. No ese sucedáneo feliz de la guerra que es el deporte. ¿Nos unirá plenamente Europa? Quiera Dios. Pero en el trayecto a la total integración habrá dolor. No todo el mundo, fuera y dentro, ¡ay!, de nuestras fronteras, quiere la supervivencia de nuestros valores.
La vida sigue, decimos, obvios y resignados, tras la tragedia. Y nosotros tenemos partido de Euroliga en Madrid. El deporte moderno, esa gran invención occidental, como siempre olvidamos, ocupa su lugar en nuestras vidas. No se me ocurre nada mejor que hacer una previa desnuda; los datos fríos ante la sangre todavía caliente de nuestros caídos. Con palabras españolas, inglesas y rusas:
Madrid, miércoles, 18 de noviembre, 20:45, Barclaycard Center, Real Madrid - BC Khimki.
Seguimos caminando.