Por Sergio Pozas Iglesias
Nos encontramos en estos días sumidos en un clima de incertidumbre política fruto del endiablado resultado electoral surgido de las elecciones celebradas el pasado 20 de diciembre.
Diversos análisis se han realizado hasta la fecha acerca de si es más probable la formación de Gobierno o si, por el contrario, nos hallamos abocados a un nuevo proceso electoral, cuyo resultado a la luz de las encuestas que se están publicando durante estos días oscilaría previsiblemente entre una reproducción del mapa electoral actual y un aumento de la intención de voto para Partido Popular, Ciudadanos e IU acompañado de un descenso considerable de la asignada por los institutos demoscópicos a PSOE y Podemos.
El hecho de que sean estas dos últimas fuerzas políticas precisamente las que más podrían acusar una repetición de las elecciones se erige como factor imprescindible a la hora de llevar a cabo un análisis de la situación.
Constituye a mi entender una cuestión nuclear al respecto la consideración de quién puede verse más afectado por la repetición de elecciones, y no me refiero solamente al plano político sino sobre todo al estrictamente personal, puesto que si hay dos actores que a priori pueden ver disminuida su capacidad de influencia en el panorama político y cuyo futuro puede verse más comprometido a corto plazo no son otros que Pedro Sánchez y Mariano Rajoy.
En cuanto al Presidente del Partido Popular, su estrategia parece consistir en dejar pasar el tiempo en el convencimiento de que unas nuevas elecciones le garantizarían un considerable incremento del peso político de su grupo en el Congreso de los Diputados.
La debilidad de dicha estrategia radica en la posibilidad de que finalmente se alcance un acuerdo entre las fuerzas de la oposición y sea desalojado de la Presidencia. En este caso existe una alta probabilidad de que lo que hoy son halagos y parabienes hacia su figura se tornen en críticas nada veladas, que deriven en su sustitución en un intento por regenerar el partido y por hacer más llevadera la travesía del desierto que supondría pasar a la oposición, con el agravante nada desdeñable de que la existencia de un partido como Ciudadanos puede llegar a suponer una considerable amenaza para la conservación de buena parte de su electorado.
En cuanto a Pedro Sánchez, ha adoptado una actitud más dinámica y proactiva que la del Presidente en funciones, aceptando el ofrecimiento regio de formar Gobierno, lo que le ha colocado en el centro del tablero político y le ha permitido aparecer como una persona dotada de un talante conciliador y que ha adoptado una postura transversal, actuando en todo momento en beneficio de la nación, más allá de sus propias convicciones ideológicas.
La debilidad de este planteamiento radica en que la única posibilidad que garantizaría su mantenimiento al frente del Partido Socialista parece ser la de lograr la formación de un Gobierno que aglutine a lo que él mismo ha denominado las fuerzas del cambio, con la dificultad intrínseca de asociar a dos fuerzas antagónicas ideológicamente en muchos aspectos, como son Podemos y Ciudadanos.
Si Sánchez fracasara en su intento de ser investido Presidente todo hace señalar que, más por la inmediatez de la llamada a las urnas que por convencimiento de sus correligionarios, no obstante, sería el candidato designado por su partido a la Presidencia del Gobierno. Pero una nueva derrota electoral sumiría al Partido Socialista en una situación límite que haría inevitable el recambio en su dirección, siendo ésta una situación que beneficiaría claramente a Susana Díaz, quien tendría todo a favor para ocupar la Secretaría General del partido, una vez Pedro Sánchez hubiera resultado derrotado por segunda ocasión consecutiva y en un corto espacio de tiempo por un Mariano Rajoy acosado por la corrupción y cuestionado en el terreno económico por aspectos tales como el incumplimiento del objetivo de déficit público.
Con este estado de cosas no es menor el dilema que en esta coyuntura acucia al PSOE, pues se ve en la obligación de optar entre apostar por un nuevo proceso electoral o avalar un posible pacto con Podemos aderezado por la abstención de otras fuerzas de corte nacionalista, cuando no claramente separatista. La primera de estas opciones puede suponer una derrota sin paliativos en términos históricos, mientras que la segunda puede lastrar al partido durante años si por parte de su electorado más moderado la acción de gobierno que despliegue es percibida como excesivamente radical. Una, puede suponer la supervivencia de Pedro Sánchez, otra, la supervivencia a medio plazo del partido. Deben ser sus dirigentes quienes a la luz de todo ello opten entre las dos opciones que tienen ante sí: táctica o estrategia y, en último término, entre la supervivencia política de su líder o la conservación del legado ideológico que el Partido Socialista ha atesorado durante los últimos años.