El “régimen”, fórmula política tras la odiosa Guerra fratricida, fue abriendo sus estructuras, adaptándolas lentamente a las nuevas realidades de la Europa actual. El paso definitivo se consensuó tras la muerte de Francisco Franco, estigmatizado al tiempo que venerado.
Ese fue el momento, política y objetivamente hablando, en el que la sociedad española selló el gran pacto: “No permitir que nos convirtiéramos en estatuas de sal por mirar hacia atrás”.
Azules, rojos y morados; intelectuales y obreros; creyentes y escépticos. Todos querían una paz sin odios, simplemente deseaban prosperidad.
Aparecieron aquellos grandes políticos, capaces de poner por delante de sus intereses personales o de partido, un país, una nación: España. No borraron la historia, que no se puede. Aprendieron de ella para valorar la convivencia.
Alguien, más tarde, con criterios mitineros comenzó a leer la historia contando las balas, colgando la ropa sucia del frente y salpicando de sangre las calles y las iglesias. En ese momento la juventud, ignorante, con la fortaleza del grupo anónimo, se creyó salvadora de esa España que les ayudó a crecer sin preguntarles su ideología.
La historia de Zapatero se convirtió en viral y los políticos, asustadizos, con miedo a caerse del carro, se olvidaron de los escritos sagrados y comenzaron a mirar hacia atrás y, con la curiosidad del odio, comenzaron a convertirse en estatuas de sal.
2018... Rastreando la historia aparecen personajes (sic los Sánchez, los Torras, los Iglesias) que se dicen “exploradores de la normalidad democrática” y que para ello predican que es necesario “defenestrar” al oponente. Estado y situación en las antípodas de aquel sueño común capaz de aunar sentimientos e ilusiones de millones de manos alzadas y puños cerrados.
2018... La era del deshielo de hipócritas y fariseos, capaces de jugar con cartas marcadas y la religión en la mano. Para ellos, como diría el profeta: “las aguas que te dieron de beber arrasarán tu casa, tu sueño y tu futuro”.
Normalidad democrática es saber, señores Sánchez, Torras e Iglesias, que el sudor con el que los españoles ganan el pan, el agua y el vino no se escupe y desprecia para réditos personales y de partido.
La verdad y el consuelo es que los epitafios suelen retratar bastante bien al difunto. En este caso: “Juró y mintió”. “Muchos, asqueados pagaron su entierro”.