Con tres únicos y sencillos argumentos intentó conseguir Soraya Sáenz de Santamaría (SSS) la presidencia del Partido Popular en su decimonoveno congreso extraordinario: su vínculo, más que conocido y público, con Mariano Rajoy; su abaniqueo con un aventador con los colores patrios escenificado con la frase de: “soy Soraya, la del PP”; y conseguir ser la primera mujer en alcanzar la presidencia del Gobierno: pocos mensajes y simples.
Todo lo anterior aderezado con el repetitivo argumento de haber sido la precandidata más votada por la militancia en la primera vuelta de las primarias por el liderazgo popular, el cinco de julio, sin entender que aunque ello fuera así, sus 21.513 votos solo representaban algo más de la mitad de los que obtuvieron el resto de sus compañeros de partido: 36.590, que sí fueron capaces de integrarse en una misma candidatura, la de Pablo Casado, de cara al Congreso Extraordinario de dos semanas después; volviendo a incurrir en uno de los errores de su mentor, Mariano Rajoy, al no reconocer, y comprender, que la opción más votada puede ser minoritaria si hay acuerdo común del resto del arco parlamentario, esencia de un sistema democrático donde la negociación y el acuerdo deben complementar lo expresado por el cuerpo electoral.
Si bien, a nadie puede sorprender el terreno común del erre que erre, entre el expresidente y quien, durante tantos años, fuera su principal colaboradora. Es curiosa la distinta forma de abordar la salida de la presidencia del PP entre Rajoy y quien le designó su sucesor por vía digital.
Aznar anunció muy pronto, recién iniciada su segunda legislatura en el Gobierno, la decisión de no continuar en sus responsabilidades, mientras que Rajoy, a fuerza de aferrarse al cargo, ha protagonizado, en el margen de ocho semanas, dos funerales políticos, uno el veintiuno de mayo, con la ovación recibida mientras se despedía de sus fieles en el Congreso de los diputados (con no pocos incrédulos ante su no dimisión para paralizar la moción), tras varias horas ausente de su escaño, ocupado mientras tanto por el amplio bolso de su vicepresidenta, y otro el veinte de julio, en la primera jornada del Congreso Extraordinario convocado para elegir su sucesor, con un discurso en el que se ratificó, uno por uno, en todos su posicionamientos en estos años de liderazgo, para muchos más funcionariales que políticos, en el que deslizó mensajes a favor de su delfina, aunque torpemente, tarde y de manera insuficiente.
Más allá de las loas que le dedicaron Luis de Grandes y su muy cercana amiga, Ana Pastor, todo lo demás no se salió de la coreografía de un sepelio y aunque es bien sabido que en España enterramos muy bien, la vida sigue y lo pasado, pasado está.
SSS (Soraya Sáenz de Santamaría) no ha sido capaz de concitar a su alrededor la mayoría de los compromisarios elegidos para representar la voluntad de las bases populares, ni siquiera con el antecedente político de su mentor de cuerpo presente y esa es la mayor alegoría que queda de todo el proceso político vivido en España en los últimos meses, porque Mariano Rajoy fue removido del poder por una moción de censura que contó con más votos a favor que en contra, pero, a lo que se ve, parece que entre las propias filas de su partido político, sus apoyos se resquebrajaban, manteniéndose unidos, tan solo, poder mediante.
Soraya, siete años después de ejercer un poder casi omnímodo como vicepresidenta del Gobierno, en los que, visto lo visto, ha pisado bastantes callos, ha recibido un portazo en su propia cara, pero mas allá de sus méritos, ello es la simple consecuencia de que el PP ya ha pasado página de Mariano Rajoy.