¿Es Chernobyl la mejor serie de la historia? Este es el titular de un artículo de nuestro periódico que provocó mi interés por una serie que, a priori, no suscitaba grandes alicientes y tenía visos de pasar desapercibida. Tras este enunciado tan impactante y sorprendente, acudí algo incrédulo, a modo de contraste, a 2 biblias cinéfilas, IMDB y Filmaffinity. Ambas constataban la sorpresa y colocaban esta ficción a la altura de las mejores series de todos los tiempos, y además contaba con el aliciente extra de que no iba a necesitar meses frente al televisor para verla (Chernobyl son 5 capítulos), con lo que me puse a la tarea de verla.
Su primera y mayor virtud, es presentarnos unos acontecimientos con rigurosidad casi notarial y una máxima sobriedad, consiguiendo desde esta premisa tan a contracorriente, captar el interés pleno y el estremecimiento del espectador sobre algo que en teoría no debería causar sorpresa.
La serie se aleja del camino que transitaría cualquier ficción contemporánea, que para mostrar la historia hubiera acabado recurriendo a fuegos de artificio, giros continuos y épicas extremas. No es el caso, aquí desde la austeridad, la plasmación de los hechos acaecidos y un verismo extremo despojado de adornos, transmite la tensión, emoción e incluso el conocimiento de un acontecimiento central en la reciente historia de la humanidad.
Puesta en escena, vestuario, ambientación musical, una inexorable secuencia de acontecimientos engranados milimétricamente, los personajes, sus interpretaciones, la robusta base documental de lo que narra, etc. Todo es impecable, una serie simplemente perfecta.
Los dos primeros capítulos son de un nivel superior apenas visto. La mera secuencialidad descriptiva de los hechos, los datos precisos y la ausencia de adornos, componen un relato que emociona y estremece desde el primer minuto.
La composición de los personajes es excepcional, todos tienen peso y dilemas propios, asistiendo a actuaciones portentosas, independientemente del lugar que ocupen en la trama. Todo ello además apoyado en unos diálogos secos, cargados de profundidad, capaces de transmitir en cada momento lo terrible de lo ocurrido y describir un sistema opresor latente con elementos a veces antagónicos dentro del mismo, que hacen vislumbrar las implicaciones de riesgo físico y compromiso personal que adquieren.
Aquí hay que abrir un capítulo para el protagonista, Jared Harris, descomunal desde la ruta de la sobriedad interpretativa y capaz de transmitir cualquier cosa, desde un leve matiz, una frase o una mirada. Un actor cuyo mayor brillo lo está dando en la ficción televisiva, y que no por casualidad es también protagonista de la, para mí, mejor serie de 2018, The Terror.
Es muy acertada la opción de simplificar y mostrar con naturalidad, sin acentuar apenas lo que pasa. La explosión se nos presenta con un pequeño destello lejano visto desde una vivienda. Otros protagonistas descubren lo sucedido por el hecho de que al abrir una ventana se activa un sensor y de ahí se deduce que puede ocurrir. El protagonista toma conciencia de lo que está pasando cuando previo a una reunión de alto nivel se detiene en una línea de un informe que le hace deducir la dimensión de lo que está pasando. Algo que solo requiere de una mirada, un leve cambio en el rictus del rostro de los actores o una breve observación o comentario, a partir de los cuales se enfrentan a la magnitud real de una tragedia que parece incontenible.
Quizás los capítulos 3 y 4 bajen algo de intensidad, pero es necesario y sabio hacerlo. Hace falta detenerse y dar perspectiva al desarrollo de lo que ha ocurrido para preparar al espectador, que va a asistir a un final donde la implacabilidad del sistema soviético, la dimensión de las consecuencias de la explosión, la defensa de la verdad y de unas convicciones presentadas con brillantez, y el destino trágico del héroe, que ya se nos presenta en el prólogo de la serie, nos va a llevar a un final que concluye con un epílogo que con imágenes reales completa lo visto.
Esta serie es un hito de la ficción contemporánea, y las razones artísticas para verla son infinitas. Una obra a la que no le sobra ningún reconocimiento (sorprendentemente nuestro periódico que discernía sobre si era la mejor serie de la historia prefería, sin explicar muy bien porqué, que no ganase el Emmy, algo sorprendente).
Además puedo afirmar, hasta donde llegan mis conocimientos sobre el tema, que el rigor y la minuciosidad de lo que explica, y que llega al extremo del asombroso parecido físico de los personajes con los actores que los interpretan, es incuestionable. Ampliando el relato a otros protagonistas anónimos, tomando como referencia el ensayo de Svetlana Aleksiévich y su estremecedor Voces de Chernobyl. Una serie que además tiene el acierto de que cuando se toma alguna licencia narrativa, lo hace al servicio de una mejor explicación de los hechos.
Lo dicho. Una obra maestra incuestionable y necesaria.